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      El desafío de proyectar frentes costeros

      La alta demanda de viviendas con vistas al océano conduce a una convergencia morfológica. La expansión urbana sigue la línea de la costa y eso plantea serias dificultades para la gestión ambiental. 

      El desafío de proyectar frentes costerosCompacto. El frente costero de Necochea.

      Como las familias felices de Tolstoi, los frentes costeros se parecen. Ese parentesco no es casual, se debe a razones múltiples y concurrentes entre las que pueden mencionarse la morfología edilicia, la infraestructura específica, la calidad paisajística y las funciones urbanas que allí se concentran. Por eso, proyectar la costa es un desafío mayúsculo. Implica satisfacer un mercado que demanda prestaciones de alta sofisticación sin descuidar la preservación de la sustentabilidad ambiental frente a amenazas locales (como la erosión) y globales (como el calentamiento del clima). Arquitectos y urbanistas consideran estos frentes como laboratorios de diseño e innovación, por ser la vidriera donde las ciudades afirman su identidad hacia el mundo. Para los investigadores y académicos, constituyen complejos objetos para estudiar los sistemas humanos que se ubican en la cuádruple frontera entre agua y tierra, urbanidad y naturaleza.

      El análisis de la complejidad de esos frentes es uno de los objetivos del Centro de Investigaciones Gestión de Espacios Costeros (GEC, FADU-UBA). El frente costero es resultado tanto de intervenciones puntuales como de diseño integrado, planificación previa, consolidación de estrategias y consensos implícitos. Los proyectos arquitectónicos reflejan la producción intelectual y poseen gran capacidad de representación simbólica. Ejemplos tan disímiles como Montevideo y Río de Janeiro han articulado programas de valorización del frente costero. El protagonismo del proyecto urbano contribuye en gran medida a la construcción de la imagen de la ciudad. Sin embargo, ello no es suficiente. Cuando falta una planificación capaz de establecer pautas comunes claramente definidas, la diversidad del frente se transforma en un mero producto de intervenciones puntuales que no contribuyen a delinear una visión, la diluyen o, peor aún, la distorsionan.


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      Esa tensión entre la originalidad de diseño arquitectónico, por un lado, y las regulaciones y estándares de la planificación urbana, por el otro, ha sido destacada por Koolhaas, Boeri y otros autores en el libro Mutations. Allí advierten sobre dos situaciones extremas a evitar. La primera, el “caos estético producido por la yuxtaposición aparentemente incongruente” de propuestas desconectadas entre sí. El otro, el poder excesivo de ciertos principios ordenadores” subyacentes en la planificación que ahogan cualquier forma de expresión creativa. Atentos a este debate, estudios realizados en el Centro GEC, y publicados en el libro Frentes Urbanos Costeros, muestran que la semejanza entre frentes marítimos se observa aún en ausencia de planificación, y es el resultado de la reproducción de propuestas exitosas.

      La oferta inmobiliaria estandarizada aprovecha el carácter imitativo de las modas (tanto en viviendas unifamiliares y multifamiliares como en complejos edilicios), a la vez que permite reducir costos. La alta y selectiva demanda de viviendas con vistas al océano conducen a una convergencia morfológica. En ciudades ya densificadas, la fachada forma un continuo edilicio compacto, con superficies vidriadas y escasos espacios verdes. Los edificios suelen ensamblarse para impresionar a primera vista como una unidad, como se ha descrito en Miami Beach, Copacabana y varias localidades argentinas. Por ende, retomando las cuestiones planteadas, puede afirmarse entonces que aún bajo regulaciones laxas, existen mecanismos de mercado que explican la mencionada semejanza.

      El frente costero es además el eje estructurador del crecimiento y consolidación posterior, como puede observarse en los balnearios de los partidos bonaerenses de La Costa, Pinamar, Villa Gesell, Coronel Dorrego, Monte Hermoso y Coronel Rosales. A diferencia de sus contrapartes rurales, que se organizan alrededor del centro histórico, en las urbanizaciones turísticas marítimas el frente costero se desarrolla tempranamente y se densifica a mayor velocidad que el resto del ejido. La expansión urbana sigue la línea de costa y las redes viales, sanitarias y de servicios se organizan en la misma dirección. Este patrón de crecimiento lineal plantea serias dificultades para la gestión ambiental. Las redes eléctricas pueden extenderse en ocasiones muchos kilómetros para abastecer a una única hilera de viviendas o en casos extremos, a unas pocas construcciones aisladas. El alumbrado público, el mantenimiento vial, la recolección de residuos, las redes de saneamiento, agua, gas, transporte de pasajeros, sistemas de seguridad implican mayores costos que en ciudades compactas.


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      Los frentes fluviales, a pesar de corresponder a urbes ya muy consolidadas y más antiguas, no son menos dinámicos que los marítimos. El extenso frente al Río de la Plata del área metropolitana de Buenos Aires ha cambiado significativamente desde la década de 1970. Entre los proyectos urbanos más notables se cuentan la reconversión de Puerto Madero y la construcción del Parque Náutico San Fernando. El incremento de usos residenciales y la concesión de áreas recreativas y deportivas constituye una llamada de atención: en los municipios de la zona norte, el 70% de la ribera se ha privatizado y la misma tendencia comienza a evidenciarse en el sector sur. Un estudio realizado en el GEC y publicado en Ocean & Coastal Management 148 advierte sobre la concentración de infraestructura en el frente costero, la cual aumenta la vulnerabilidad ambiental. De continuar esta tendencia, es esperable que las tormentas y otros eventos catastróficos relacionados con el cambio climático incrementen problemas como la erosión y las inundaciones, con crecientes pérdidas económicas. En contraposición, la creación de reservas costeras (como Ribera Norte, Ciudad Universitaria, Costanera Sur, Quintas de Sarandí, Hudson) y parques (Paseo Costero Vicente López, Parque de los Niños, Parque de la Memoria) contribuye a atenuar los impactos negativos, a la vez que posibilita la recreación y refuerza el carácter público de la costa. Es esperable que propuestas de larga data, como la creación de un corredor que conecte los espacios verdes ribereños y resuelva la integridad del frente costero, finalmente se hagan realidad.


      Sobre la firma

      José R. Dadon

      Doctor en Ciencias Biológicas, Director del Centro de Investigaciones Gestión de Espacios Costeros (FADU, UBA), investigador del CONICET.

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