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      La Presidenta pone el cuerpo en soledad

      Redacción Clarín

      Ya gira la ruleta electoral y es notorio que la Presidenta, como se vio en el acto del sábado en La Paternal, se ha asumido como única jefa de campaña en la comarca oficialista. La inundación de La Plata tumbó la candidatura de su cuñada, Alicia Kirchner, y el nuevo desastre del Sarmiento abortó la de Randazzo. Y allí se la ve ahora a la jefa de Estado, en un acto tras otro, como protagonista absoluta del firmamento kirchnerista para el test de las PASO, preparatorio del decisivo voto de las legislativas de octubre. Y en ese marco, el sábado avisó que van por “otra década más” y hasta se permitió pedir ayuda para “seguir gobernando”.

      ¿Hasta cuándo? La Constitución le señala fecha de vencimiento: el 10 de diciembre de 2015 deberá entregar la banda a otro jefe de Estado. ¿Por qué no señala un sucesor para despejar dudas? ¿No lo tiene o no lo quiere decir? ¿O acaso no declina todavía sus planes para forzar la re-re ?

      La personalidad de la Presidenta es divisoria de aguas y según revela la mayoría de encuestas conocidas no vive un romance con las urnas como en el dorado tiempo del 54%, cuando la sociedad la acompañó plebiscitariamente en su entonces reciente viudez, al tiempo de castigar una oposición ineficaz y dispersa.

      Tal vez no sea casual la aparición en las redes sociales de un video en el que Moreno remarca la realidad de ella como mujer “cuando llega a su casa, se saca el maquillaje y está sola.” ¿Un marketing político para que el inconsciente colectivo rescate la imagen de aquella mujer quebrada por el dolor y reinstalar a Kirchner en la campaña? La soledad que se adivina ahora es política, más que existencial. Y ese tipo de soledad no da votos, los espanta: la Presidenta sabe que detrás de los intendentes que han saltado el cerco, el PJ bonaerense ha empezado con desplazamientos sigilosos. Como se ha dicho muchas veces, el peronismo puede perdonar la traición, pero nunca la derrota.

      Aun así, hay que reconocerle a la Presidenta su vocación por defender su gestión y su proyecto. Le pone el cuerpo todo el tiempo y se anima a desafiar el natural desgaste de una década en el poder. Eso sí, no la tiene fácil: la inflación se dispara, el crecimiento de empleo se estanca, la Corte le señala límites, el fantasma de la inseguridad nunca se va del todo y las sombras de la corrupción se cierran sobre su propia casa, tanto como que el patrimonio de ella y su marido creció 46 veces en 15 años, entre 1995 y 2010, según sus propias declaraciones juradas.

      Si bien Cristina fracasó en nacionalizar la votación con la fallida elección de los consejeros por voto popular, se la ve con ánimo de redoblar la apuesta y transformar el voto de octubre en un plebiscito sobre su persona. Un riesgo enorme que asume casi en soledad. La soledad misma de un poder casi autocrático que aprendió a cultivar al lado de su jefe político, ya ausente, que la convirtió en su mejor alumna.

      Y también en Presidenta.


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