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      “La vida se nutre de momentos y hay que vivirlos todos”

      "La vida se nutre de momentos y hay que vivirlos todos"
      Redacción Clarín

      No es viejo quien mantiene su fe en sí mismo, el que vive sanamente alegre, convencido que para el corazón no hay edad. Hay que estar agradecidos de nuestra edad, pues la vejez es el precio de estar vivos. Hemos llegado a los 70, 80, 90 años de vida y aquí estamos. Más lúcidos que antes, porque contamos con la tan mentada experiencia. Por ello me permito analizar ciertas cuestiones. Nuestro país (y América del Sur) tiene de todo en materias primas. Pero estamos tratando de superar nuestras constantes decadencias y seguimos dilapidando tiempo. Pasan los años y a mí me encuentran con mis primeros 80 de vida. Los últimos 50 los pasé trabajando y no veo grandes cambios en el país. Hoy me siento más comprometido. No me siento un parásito sino que me siento vivo y con ganas de colaborar, como lo hago, para una sociedad mejor.

      Les digo a los de 30 a 60 años que la vida no es un solo momento y aflojar para esperar la muerte. La vida se nutre de momentos y hay que vivirlos todos. Yo y tantos otros de mi edad -y mayores también- seguimos empujando la pelota hacia el gol. Los adultos mayores encaramos a la vida para vivirla en plenitud. Necesitamos que nos integren a la sociedad y no como una fuerza pasiva. Que nos consulten como en la antigua Grecia, donde los filósofos no se discriminaban por edades sino por saberes. Está demostrado que la edad no cuenta cuando te funciona bien el cerebro. Vamos por más, esta, mi generación de viejos jóvenes. Ya me bajé de la loca carrera de ser el mejor de la empresa. Solo pretendo ser uno más que ayuda a construir una sociedad mejor. Me queda una reflexión: para el profano, la tercera edad es el invierno; para el sabio, es la estación de la cosecha.

      Armando Torres Arrabal arjt@hotmail.com


      OTRAS CARTAS

      “Una generación vacía e ignorante”

      La educación kirchnerista de los últimos 20 años, basada en la defensa de los derechos adquiridos, pero que ningún joven puede decirnos cuáles son, ha resultado exitosa. Han logrado una generación hueca, vacía e ignorante.

      La joven Tatiana Fernández Martí, como forma de protesta a las políticas económicas del presidente Milei, promovió un molinetazo: pasar de un lado a otro saltando por sobre los molinetes para no abonar el pasaje del subte. Sin entrar a considerar si la acción es o no un delito, cuestión que algún juez decidirá, conviene recordar otras protestas tales como el cacerolazo, el tetazo, el trenazo, el besazo...

      Estamos ante una generación de jóvenes de escasa imaginación, ya que nos sorprenden con esos “azos” y prometen también “máscaras vistosas”. Algunos arrojan toneladas de piedras. Ninguno puede arrojar ideas. Se comportan como integrantes de un mediocre centro de estudiantes de una mediocre secundaria.

      María Elena Walsh, allá por agosto de 1979, escribía en “Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes”, refiriéndose a los jóvenes: “De coeficiente aceptable, pero persuadidos a conducirse como retardados y, pese a su corta edad, munidos de anticonceptivos mentales”.

      Gabriel C. Varela gcvarela@hotmail.com

      “Ese extrañamiento llamado desarraigo”

      Desarraigo, extrañamiento sumamente cruel. Logra desdibujar tu verdadera y genuina identidad, mientras tratas, desesperadamente, camuflarte en los modismos y costumbres del lugar donde te encuentres, en ese lugar que crees tuyo, y donde te harán sentir y duele, que no perteneces. A pesar de esforzarte y de sufrirlo mucho, nunca dejarás de ser forastero. Te lo harán sentir con crueldad, tan sólo al escucharte.

      El desarraigo es eso. La ausencia de cosas sagradas que duelen hasta el alma. Haz todo lo que puedas por tu Patria, antes de irte. Siempre podrás hacer algo más para evitarlo.

      Antonio Britti Antoniobritti@yahoo.com.ar

      “Buenas noticias” tras la promesa de achicar el Estado

      Observo que están llegando buenas noticias para mejorar la austeridad y transparencia de un Estado absurdamente sobredimensionado, en un país donde la pobreza es del 58%.

      La desregulación de las obras sociales sindicales y la libertad de elección entre obras sociales y prepagas beneficiarán al castigado asalariado y será un duro golpe para la oligarquía sindical.

      La intervención en los fideicomisos es un paso adelante para derrotar la corrupción y los anuncios sobre los cierres del Inadi y de Télam son fuertes señales para reducir el Estado y las grandes cajas de la política que generan empleo militante.

      Esperemos que se sigan reduciendo organismos innecesarios en el Estado. Con los primeros aires de liberalismo -impulsados por Álvaro Alsogaray en los años 80- se repetía un slogan, después olvidado, que decía: “Achicar el Estado es agrandar a la Nación”.

      Ricardo E. Frías ricardoefrias@gmail.com


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