Noticias hoy
    En vivo

      De la alfombra mágica a la manta de Once

      De la alfombra mágica a la manta de OnceLa novela gráfica "El piano oriental" y su protagonista.

      Dan miedo. Los que vienen de afuera -decía Zygmunt Bauman, el sociólogo que murió el lunes-; asustan a quienes estamos “detrás de la puerta”. La imagen no puede ser más precisa: el país como una casa, los que estamos adentro viendo cómo se cuela gente extraña. Extranjero, extraño: las dos palabras tienen el mismo origen. 

      Dan miedo y fascinación, decía Bauman. Qué rico el ceviche, qué espléndidas las telas de colores brillantes sobre las pieles negras. Pero otros olores, otras formas de casarse, otros acentos para nuestro castellano.

      El acento, ah, ese buchón, ese síntoma, ese espacio de resistencia. De algo de eso habla la historietista libanesa Zeina Abirached, en El piano oriental, una novela gráfica que publicó Salamandra y que fue premiada en el festival francés de Angulema. Su personaje -una chica puro rulos que es ella misma- no puede ser más bilingüe: ha sido criada en Beirut -en la Beirut en guerra- pero en francés, y hasta tiene problemas para pronunciar alguna erres en árabe.

      De a ratos, cuando es chica, no quiere hablarlo: el árabe, piensa, es “el idioma de la violencia del mundo en que vivimos, el idioma de las milicias, el idioma de las malas noticias”. El francés, un refugio. Y allá va: a los 23 años pone 23 kilos en una valija y parte hacia París. Y ahí, oh, encuentra cuánto del Líbano cargaba su francés. Cuántos “yaani”, “tayyeb” y “enno” (”Es decir”, “bueno”, “de hecho”) salpicaban sus oraciones. Y qué se podía entender del gesto oriental para decir “esperá”. Y qué exótica resultaba la costumbre de bendecir un corte de pelo.

      La joven de rulos va y viene, pasan los años, y un día le llega la carta que la certifica como ciudadana. Es francesa, de derecho. ¿De hecho? A su alrededor le hablan del “encantador” -es decir, extraño- acento que tiene al hablar. ¿De dónde viene? Le hablan -a ella, tan ciudadana- del “misterio oriental”. Tanto que busca referencias y llega al poeta Miguel Zamacoïs: “Tener acento es hablar de tu país mientras hablas de otra cosa”. Y al diccionario: además de la adopción de la nacionalidad de otro país, descubre, “naturalización” significa: “Devolución del aspecto vivo, mediante la taxidermia, a un animal muerto”.

      Difícil.

      El martes hubo desalojo de manteros en el barrio de Once y muchas voces señalaron sus acentos: peruanos, paraguayos, senegaleses. “Indocumentados”, dijo un periodista. Trabajadores ilegales. Mercadería no registrada. Explotación.

      En los comienzos de la literatura de este país, que algunos llamamos patria, hay una cita en otro idioma: “On ne tue point les idées”. “Las ideas no se matan”, cita Sarmiento en las primeras páginas del Facundo, civilización y barbarie, un libro que, como se sabe, es un programa político que incluye a inmigrantes, una patria salpicada de lenguas europeas.

      Sarmiento, en 1845, ya planeaba una patria que no fuera una extensión con gauchos sino un patchwork de labriegos. Eso precisaba: manos que supieran cultivar y que quisieran defender su propiedad. Después hicieron falta obreros, más manos, para un país que crecía y quería industrializarse.

      Los migrantes siguen cruzando fronteras. ¿Qué trabajadores tienen lugar en un mundo de retroceso de derechos laborales, de Uber, de monotributo? ¿Acaso minicomerciantes informales del exceso fabril de la China, un Oriente que ha dejado de ser misterioso? ¿Acaso una manta en la vereda, que eluda impuestos y alivie la inflación?

      Dinámicos por obligación, adaptados para sobrevivir a lo más salvaje del mercado, los inmigrantes expresan muchos de los cambios en otras lenguas, otros acentos. Y sí, da un poco de miedo.

      Dedicado a mi abuela Teresa y sus “milaneses”


      Sobre la firma

      Patricia Kolesnicov
      Patricia Kolesnicov

      pkolesnicov@clarin.com


      Tags relacionados