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      Un decisivo viaje en taxi: el reencuentro fortuito con su padre la convirtió en escritora

      Luego de tres décadas de abandono, su papá la llevó de Congreso a Burzaco en medio de una emergencia familiar.

      Un decisivo viaje en taxi: el reencuentro fortuito con su padre la convirtió en escritoraCLAIMA20150303_0146 ALEJANDRA LÓPEZ Carolina asegura que esa noche sintió "mucho alivio". / ALEJANDRA LÓPEZ

      El 17 de abril de 2013 fue miércoles. En el Congreso se debatían leyes vinculadas al Poder Judicial pero Carolina Ortega, por ese entonces asesora de Felipe Solá, se fue antes de la votación, a las apuradas, ignorando que ese apuro disparaba un gran vuelco de su vida. Una vecina de su Burzaco natal le avisaba que su madre había sido víctima de una entradera y estaba en shock. Así que salió del edificio buscando un cajero automático del que sacar algo de efectivo: probó en cinco, ninguno tenía plata, el último le tragó la tarjeta. Paró un taxi en la esquina de Bartolomé Mitre y Callao, decidida a ir hasta su departamento en Retiro para buscar plata y algo de ropa. Y entonces el taxista, que le había escuchado varios llamados telefónicos, le dijo: “Conozco la zona para la que va, la llevo”.

      Y la llevó. A la altura de Temperley, por esa arteria del sur del conurbano que se llama Hipólito Yrigoyen pero que sus habitantes seguirán nombrando siempre como Pavón, le prestó atención al espejo retrovisor: vio los ojos del taxista. Vio que eran iguales a los suyos. Supo que era su padre, que la había abandonado casi treinta años antes y que ahora la llevaba a la casa en la que habían convivido. Lo confirmó con la planilla de datos que los taxistas en regla cuelgan del respaldo de sus asientos.

      Cuando salió de esa escena y de la siguiente –tranquilizar a su mamá–, tuiteó: fueron 19 tuits de madrugada, catárticos y con respuestas instantáneas. “Estoy en un capítulo de Lost”, arrancó. Hablaba de esa serie en la que ningún encuentro –en un aeropuerto, en un hospital, en una estación de servicio– resultó casual. “Fue muy emocionante, no podía parar de llorar al leer que del otro lado lo tomaban con la misma emoción”, recuerda ahora Carolina.

      Ese episodio que se anota en la lista de “Cuando la realidad supera a la ficción” es el disparador de Taxi, el libro que Ortega publicó, se agotó en veinte días, ya se reimprimió dos veces y la sentó en la mesa de Mirtha Legrand.

      “Lo pensé como un diario, para ver cómo les contaba las cosas que me habían pasado en treinta años a mi viejo y a mis hermanos”, dice Carolina. Es que el reencuentro con su padre trajo aparejada la noticia de que tiene dos hermanos menores, aparte de Gimena, su hermana de toda la vida.

      Al principio, y pese a que los tuits se convirtieron enseguida en notas periodísticas, Carolina no sintió que detrás de ese episodio hubiera un libro: “Cuando se difundió la noticia, mucha gente me contó circunstancias similares, muchas historias que me conmovían. No sólo las de los hijos abandonados, sino también las de los padres que me decían que habían hecho un clic y habían intentado contactarse con sus chicos”, dice.

      Ahí sí llegó el momento de narrar: se tomó un mes sabático, escribió todos los días, armó veinte capítulos que son veinte circunstancias de su vida. “Elegí con el estómago, teniendo en cuenta las situaciones que más me marcaron”, dice. Así que allí está la batalla insuperable contra el alzheimer de su abuelo, la agarrada a piñas con un compañerito altanero de la primaria, los primeros trabajos, los primeros amores, la mamá repentinamente separada que se consuela seducida cuando Mochín Marafioti (le) habla por radio.

      “El alivio que sentí esa noche me hizo dar cuenta de que yo mantenía el abandono de mi viejo como si fuera una anécdota. Creo que me lo encontré esa noche porque estaba lista, porque un abandono es algo con enormes consecuencias: se te oscurece la vida”, reflexiona Ortega. Esa noche, entre el apuro y el shock, no le dijo nada a su papá: le dio 300 pesos y se bajó. Pero cuando la noticia se diseminó, él la contactó por Facebook: hoy hablan seguido por teléfono y cada tanto se toman un café. “Le pagué, le di propina. Y lo perdoné”, escribió Carolina aquella noche en Twitter, para bajar el telón de una escena que ningún guionista de ficción se atrevería a llevar tan lejos.


      Sobre la firma

      Julieta Roffo

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