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      Las cartas privadas del Boom Latinoamericano: qué se escribían Gabo, Cortázar, Fuentes y Vargas Llosa

      El epistolario entre estos cuatro grandes escritores revela miedos, proyectos y pasiones. Se trata de un total de 207 misivas desde 1955 hasta 2012, varias de ellas inéditas.

      Las cartas privadas del Boom Latinoamericano: qué se escribían Gabo, Cortázar, Fuentes y Vargas LlosaJulio Cortázar y Mario Vargas Llosa.

      Ver a algunos de los mayores autores del siglo XX hablándose en confianza, sin pensar que nadie va a enterarse de lo que dicen, convierte al lector de su correspondencia en un espía de la historia de la literatura. Así se siente uno ante el volumen Las cartas del boom que sale a la venta el próximo 15 de mayo en España: un total de 207 misivas desde 1955 hasta 2012, varias de ellas inéditas.

      El más cuidadoso fue el mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) –que conservaba las que enviaba y las que recibía–, seguido del peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), que siempre ha guardado las que recibe, mientras que el argentino Julio Cortázar (1914-1984) y el colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) no dieron nunca importancia a ello, e incluso decidieron destruir algunas.

      El material procede de los archivos de las universidades de Princeton, de Texas, de Poitiers y de colecciones familiares. La edición corre a cargo de los peruanos Carlos Aguirre y Augusto Wong Campos, el mexicano Javier Munguía y el británico Gerald Martin, que ultima la biografía de Vargas Llosa tras haber escrito la de García Márquez.

      "Las cartas del Boom", intercambio epistolar entre Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa (Alfaguara, disponible en ebook a 11 euros)."Las cartas del Boom", intercambio epistolar entre Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa (Alfaguara, disponible en ebook a 11 euros).

      La obra se acompaña de apéndices como los artículos que unos escribieron sobre otros y los manifiestos que firmaron. Aunque el boom latinoamericano lo formaron más autores (como mínimo, habría que añadir al chileno José Donoso), los editores consideran que se trata de los cuatro autores más representativos del movimiento. “El único precedente de una amistad de ese calibre en la literatura hispana es el de la generación del 27”, afirman.

      Carlos Fuentes, por ejemplo, hace de mediador con Luis Buñuel para que este adapte al cine las obras de sus amigos: el cuento Las Ménades de Cortázar, según le cuenta a este en una carta el 2 de octubre de 1962, donde añade que le ha entregado al cineasta un ejemplar de Final del juego, el libro del argentino que contiene ese relato.

      Cortázar le responde desde París, el 29 de octubre de 1962: “Lo que me cuentas de Buñuel me parece casi increíble, y sobre todo la posibilidad de que un cuento mío y otro tuyo –nada menos que Aura– entren juntos en la terrible y fabulosa máquina surrealista de Buñuel (y con Gradiva, que es un relato extraordinario). Justamente hace un par de meses, vi en París El ángel exterminador, que me dejó enfermo una semana. Hacía mucho que no tenía un choque tan tremendo”.

      El proyecto, finalmente, no se llevó a cabo aunque Buñuel y Cortázar entablaron negociaciones: el argentino le pidió 4.000 dólares y finalmente el director se decantó por adaptar Tristana de Benito Pérez Galdós. Asimismo, el 25 de julio de 1964, el mexicano le dice a Vargas Llosa que “Buñuel está enloquecido con La ciudad y los perros aunque el cineasta cree que la censura no permitiría filmarla en ningún país.

      Carlos Fuentes con Julio Cortázar y Luis Buñuel.Carlos Fuentes con Julio Cortázar y Luis Buñuel.

      El Boom

      El 29 de febrero de 1964, Fuentes toma conciencia de la importancia del boom latinoamericano y le escribe a Vargas Llosa desde México: “Ahora, al leer una detrás de la otra El siglo de las luces, Rayuela, El coronel no tiene quien le escriba y La ciudad y los perros, me siento confirmado en este optimismo: creo que no hubo el año pasado otra comunidad cultural que produjera cuatro novelas de ese rango”.

      En su respuesta, el 7 de abril, Vargas Llosa, desde París, carga contra el nouveau roman: “Yo también creo que el foco neurálgico de la narración está hoy en América Latina y que ahí tienen que nacer la energía, los mitos, los procedimientos capaces de salvar el género, que aquí en Europa todos parecen decididos a liquidar de un modo o de otro. De veras consterna leer las novelas francesas contemporáneas: son de una frivolidad irritante y uno sale de ellas medio asfixiado de aburrimiento”. Critica a Robbe-Grillet y concluye: “Decididamente no, de ninguna manera podemos admitir que estos babosos hagan con la novela lo que hicieron con la pintura”.

      Mientras Gabriel García Márquez ultima Cien años de soledad, duda en si ofrecérsela a la editorial Sudamericana, con sede en Buenos Aires, o intentarlo con la barcelonesa Seix Barral. Su amigo Fuentes le aconseja, desde Roma, el 19 de noviembre de 1965: “Sudamericana te localiza excesivamente, te pone a circular solo en el mundo latinoamericano, te resta la riqueza de proyección y contactos que Carlos Barral ofrece. Creo que con Sudamericana te quedas en Sudamericana, mientras que con Barral tienes ya ganado el camino a las traducciones y a la presencia en Europa y los Estados Unidos. Pero en cualquier caso con Barral, lee la letra menuda del contrato, pues (muy entre nous) a Mario Vargas acaban de hacerle la chingadera de meterle una cláusula quitándole el 60% de los derechos extranjeros que reciba a través de Barral –y Barral le maneja todos los derechos extranjeros. Salva ese obstáculo y sigue con Barral”.

      Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti y Carlos Fuentes, en 1966. Gentileza Fundación Mario Benedetti.Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti y Carlos Fuentes, en 1966. Gentileza Fundación Mario Benedetti.

      Fuentes no tuvo razón, pues Gabo publicó con Sudamericana y su novela se convirtió en la obra de autor vivo más traducida en español del mundo. Antes de que eso se produjera, Gabo se lamenta a menudo de sus problemas económicos. Tanto, que el 26 de agosto de 1966, Fuentes, desde París, llega a ofrecerle trabajo: asistente de dirección de la revista literaria Mundo Nuevo, con sede en la capital francesa, tras la marcha de Tomás Segovia. “El horario es de diez a doce y de dos a cinco. El trabajo, poco e interesante –algunas notas críticas e informativas, correspondencia con escritores, pruebas–”. Pero Gabo rechaza esa oferta, el 30 de septiembre desde México, lo que le habría convertido en una autoridad en la revista que lanzó el boom al mundo.

      La razón que da es que los financiadores de la publicación tienen lazos estrechos con la CIA: “Un día, que ojalá esté lejano, tú y yo y toda la mafia internacional [así llamaban al boom] tendremos que firmar una carta contra la revista, y ese es el momento en que yo no quiero estar dentro”, por lo que, dice, se limitará a colaborar esporádicamente dada la alta calidad de la publicación.

      Tras el éxito de Cien años... todo cambió. El 2 de diciembre de 1967, ya desde Barcelona (en la calle República Argentina, número 168), García Márquez le confirma a Fuentes que, a los pocos meses de su salida, la novela “sigue vendiéndose como salchichas y ya sale la cuarta edición (...) Para mí, que el famoso Boom no es tanto un boom de escritores como un boom de lectores”.

      Gabriel García Márquez y Vargas Llosa. Fotos del libro "Dos soledades"/ AlfaguaraGabriel García Márquez y Vargas Llosa. Fotos del libro "Dos soledades"/ Alfaguara

      Su visión de la Barcelona franquista –a la que llama “extraño planeta”–, en la que calcula quedarse uno o dos años –al final fueron ocho– resulta muy lejana de la mitificación a la que hoy someten algunos aquella época: “Lo único que me inquieta es la terrible falta de información en la que se vive aquí. Peor que en Kafkahuamilpa. Acabo de tomar una suscripción a Le Nouvel Observateur, que es el único modo de recibirlo. Me parece absurdo vivir en Europa como si fuera en Toluca: a estas alturas, todavía no he podido saber a las derechas qué fue lo que dijo De Gaulle”, en un viaje que realizó en aquellos días el mandatario a Canadá.

      El 30 de julio de 1966, desde México, el colombiano lamenta ante Fuentes las críticas negativas que está recibiendo La casa verde de Vargas Llosa: “Lo acusan de confuso, difícil, costumbrista, vacío y mil idioteces más, y es porque este libro carece de la espectacularidad del otro [La ciudad y los perros], pero es más denso y amplio, y mucho más maduro. A mí me gustaría que los cabrones gacetilleros se sentaran a escribir un libro para que sepan cómo es la cosa y no hablen tan a la ligera”.

      El 20 de marzo de 1967, desde México, García Márquez le da a Vargas Llosa las razones por las que ha decidido trasladarse a vivir a Barcelona. No son demasiado románticas: “La definición por Barcelona no se debe, como todo el mundo lo cree, a que allí será más fácil sacarle el dinero a Carmen Balcells, sino porque parece ser la última ciudad de Europa donde mi mujer podrá tener una Bonifacia –que es el nombre que ella le da a todas las criadas desde que leyó La casa verde” (ello era así por la baja cotización de la peseta respecto a los dólares en que cobraban los autores). El 11 de abril de ese mismo año, Gabo le revela a Vargas que, tras recibir “no menos de cincuenta llamadas” que preguntaban por ello, “estalló aquí la noticia de que te habías pegado un tiro. Aunque el rumor parecía completamente loco, tuve unas horas de dudas, porque yo, que soy el antisuicida por excelencia, entiendo que uno se vuele la tapa de los sesos, de pura rabia, en uno de esos horribles atrancones que se encuentran en mitad de una novela”.

      Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Foto APGabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Foto AP

      En confianza, los amigos –además de elogiarse mutuamente– se cuentan lo que les han parecido otros libros. Así, Cortázar le dice a Fuentes desde Saignon, el 2 de junio de 1967, que Tres tristes tigres, del cubano Guillermo Cabrera Infante, es un “curioso libro, lleno de cosas magníficas, pero totalmente fracasado como estructura novelesca, como libro . El ingenio es el peor enemigo del talento a veces, y en este caso Cabrera Infante no ha podido resistir al casi infernal ingenio que lo habita”.

      Un mes después, el 3 de julio, desde el mismo lugar, Cortázar le explica a Vargas Llosa lo que ha sentido al ver Blow-Up, la película de Antonioni basada en una obra suya, el relato Las babas del diablo: “Te diré que solo me reconocí en un brevísimo instante, que me conmovió mucho: cuando el fotógrafo vuelve al parque y descubre que el cadáver ha desaparecido, la cámara enfoca el cielo y las ramas de un árbol que el viento agita. Ahí, en esa toma que dura apenas dos segundos, sentí que había algo mío. El resto, quizá por suerte, es íntegramente de Antonioni”.

      Cuba

      Cuba divide políticamente a los escritores, pero ellos no permiten que eso interfiera en su amistad. Cuando Vargas Llosa promueve un manifiesto crítico con Fidel Castro, Gabo, el 12 de noviembre de 1968, le da razón en lo que dice (habla de un “texto excelente”) pero le advierte de que “no servirá de nada. Fidel contestará, con la mayor fineza que le sea posible, que lo que él haga con sus escritores y artistas es asunto suyo, y que por tanto podemos irnos a la mierda”.

      El 20 de enero de 1969, Vargas Llosa –todavía muy de izquierdas– escribe a Fuentes desde Pullman (EE.UU.) y le dice: “Estoy sumamente inquieto, apenado y asustado con lo que ocurre en Cuba”. Le cuenta que ha aceptado una oferta para impartir clases en Puerto Rico, “lo que es como meter la cabeza en la boca del lobo, porque en la isla pululan los gusanos cubanos (hay, también me dicen, cuarenta mil poetisas)”.

      Cuando estalla el caso Padilla, en 1971 (el escritor encarcelado en La Habana y obligado a pronunciar una autocrítica pública), Cortázar justifica así ante Fuentes, el 23 de mayo, no firmar ningún manifiesto de protesta: “Me pareció que era una pura pérdida de contacto con una realidad harto más compleja de lo que puede parecer a vista de europeos” y se queda con “el hecho de que la Revolución cubana sigue siendo algo que en esencia difiere de lo que pasa en nuestros múltiples gorilatos” y eso “me obliga a estar con ellos, sin callar mi punto de vista”.

      Fidel Castro y Gabriel García Márquez. Foto APFidel Castro y Gabriel García Márquez. Foto AP

      Desde Barcelona, Gabo va contando a sus amigos el proceso de escritura de El otoño del patriarca. Así, el 17 de marzo de 1969, le explica a Fuentes que “ahora he descubierto que Cristóbal Colón, como mi dictador, no tenía líneas en la palma de la mano, y por eso no se sabe en cuál de sus tres tumbas están sus huesos (...) Ahora estoy escribiendo el capítulo de un conquistador que nunca logró salirse de la armadura oxidada, y se murió dentro de ella después de vivir muchos años como un fantasma en el palacio del dictador, desesperado por el amor de una monja con quien no pudo acostarse a causa de su terrible cinturón de castidad de cuerpo entero. Lo malo es que ahora la novela me va arrastrando, que ya no sé para dónde carajo me lleva ni cuántos tomos va a tener, ni si será buena o mala. Lo único que sé es que estoy haciendo lo que quería, es decir, lo que me saliera de los cojones”. El 15 de julio de ese año, le cuenta que se ha ido a la isla italiana de Pantelaria porque padecía, en su casa de Barcelona, las molestas visitas de amigos latinoamericanos que lo desconcentraban: “Aparecían cada dos horas especies extrañas de saurios americanos, y la casa que estaba destinada a ser un rincón de paz se había convertido en un burdel donde apenas si alcanzaba el tiempo para sacar botellas vacías”. Y prosigue: “La idea que ahora me acompaña es que nunca he sabido escribir, que es imposible hacerlo, que todo fue una invención de ustedes, pero pienso serenamente que esto se debe a la funesta influencia de Pepe Donoso, a quien dejé encaramado en una casa de Vallvidrera, inventándose extrañas enfermedades nocturnas y tratando de demostrarle a todo el mundo que es el único escritor de la tierra a quien le cuesta trabajo escribir”.

      Al año siguiente, el 15 de mayo de 1970, desde Barcelona, García Márquez le confiesa a Vargas Llosa que ya no bebe alcohol “porque un médico fúnebre (...) me encontró el hígado más grande que el corazón, y sin el menor asomo de piedad me suprimió las bebidas dramáticas por el resto de mi larga vida. Luego supe, por mis borrachos de Colombia, que todo el mundo en el trópico tiene el hígado más grande –cosa que ignoran los cartesianos europeos–, pero ya empezaba a sentirme tan bien sin mi media botella de whisky diaria, que preferí abandonarla para siempre”.

      Vargas Llosa y su mujer, Patricia Llosa; José Donoso y Pilar Serrano, y el matrimonio García Márquez, en una foto sin fechar de los setenta, en Barcelona.Vargas Llosa y su mujer, Patricia Llosa; José Donoso y Pilar Serrano, y el matrimonio García Márquez, en una foto sin fechar de los setenta, en Barcelona.

      Entre las muchas anécdotas, el 12 de diciembre de 1970, desde México, Fuentes le propone a Cortázar implicarse juntos en un musical que proyecta Jorge Lavelli: “La idea es hacer una comedia musical latinoamericana, de intención crítica y política, con la colaboración, para los sketches y las ideas musicales, de Julio Cortázar más Gabo, Mario, Alejo, Donoso y yo. El hilo conductor sería muy simple: el destino de un puñal, fraguado en España en el siglo XVI, a través del tiempo y el espacio de América Latina: un puñal que sirve para el trabajo, la explotación, el crimen, el amor, la fiesta y la rebelión. Se trataría de que cada uno escribiese una media docena de escenas (tú de la Argentina, yo de México, etc) integrando la música y la anécdota”.

      Lo que hubiera podido ser el musical del boom (¿se imaginan?) es rechazado, a los pocos días, el 19 de diciembre, por Cortázar: “La idea de Lavelli me entusiasma poco”. El otro proyecto truncado –este avanzó un poco más– es "El libro de los dictadores", en el que cada uno hubiera escrito un relato sobre un dictador de sus respectivos países.

      Incluso se coló el español Juan Goytisolo (1931-2017), que quería realizar “una visión paralela de El Escorial y el Valle de los Caídos”, según le cuenta Fuentes a Vargas Llosa el 5 de julio de 1967. La lectura de Las cartas del boom deja claro que fueron, además de grandes escritores, un grupo de amigos con proyectos comunes y que se querían y ayudaban cuando era necesario.

      ©La Vanguardia

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      Xavi Ayén

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