Sakura porteño, una lluvia de belleza

Pagodas. Faroles de piedra. Puentecitos. Peces Koi. Grullas de papel. Y, entre otros imanes, probablemente el mejor sushi de la Ciudad de Buenos Aires. El Jardín Japonés ofrece siempre un viaje a las tradiciones de ese país. Pero en estos días se convierte en escenario de la caída de las flores de cerezo o sakura, una experiencia preciosa.

La sola idea del paisaje, pintado con nubes rosa, basta para tentarse con recorrer el sendero de unos 30 árboles -y todo el parque, en Palermo-. Pero, además, estas flores ofrecen la posibilidad de asomarse a parte de la cultura japonesa de una forma tanto o más atípica que ese rinconcito de color en el invierno porteño.

La ceremonia, en Japón, se llama hanami. En la primavera de allá -fines de marzo, principios de abril-, de día y de noche bajo lámparas de papel, la gente se sienta debajo de los cerezos mientras caen los pétalos sin haberse marchitado. Espléndidos.

En el Jardín Japonés explican que, como se desprenden en su mejor momento, las flores son símbolos de la felicidad efímera, y de la fugacidad de la vida. Y, por eso, el sakura también fue emblema de los guerreros samuráis, ya que su aspiración era morir en su plenitud, en una batalla, sin marchitarse.

La costumbre de reunirse entre familiares o amigos a admirar el final del sakura, comer, tomar sake y cantar, nació entre los nobles japoneses hace unos trece siglos, se popularizó en el XVII y funciona cada vez más como un atractivo para los viajeros. 

Los cerezos crean en esta etapa un mundo aparte. Un mundo ligero y profundo a la vez. Imperdible y efímero. Sólo en un par de semanas desaparecerá semejante lluvia de belleza. 

JS