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      Suspiros, ronquidos, ¿eructos? Arte incómodo para ver cómo estamos

      Con una obra de Diego Bianchi empezó la Bienal de Performance 2021. Escenas extrañas en el Museo de Bellas Artes.

      Suspiros, ronquidos, ¿eructos? Arte incómodo para ver cómo estamosVideoinstalación. "Inflation", en el Museo Nacional de Bellas Artes. Foto Juano Tesone

      Desde enfrente, en Plaza Francia —aunque estén las avenidas del Libertador y Pueyrredón repletas de autos que pasan a toda velocidad— ya se escucha el sonido. Es una música hecha de ruidos. Suspiros, ronquidos, ¿eructos?, ¿flatulencias? Podría ser el regurgitar de un monstruo.

      Cae la tarde, los mosquitos acechan y los parlantes que trasmiten a todo volumen desde la puerta del Museo de Bellas Artes reclaman presencias.

      Hay que recorrer un camino violeta sembrado de hojas de jacarandá y esquivar a los runners, que pasan sin pausa, no frenan, ante la puerta del Museo, donde este viernes fue la inauguración de la Bienal de Performance BP.21.

      El sonido mutante atrae y deglute. Un grupito de jóvenes artistas habla de muestras y hace un picnic en la escalinata. Hay que dejarse tragar. Tres amigas se saludan con besos dados al aire. Pasa un perro. Un chico en bermudas abraza a una chica de capelina. Los parlantes vibran.

      El hombre de traje caro es el único formal en la fauna moderna. Llega una drag fabulosa, con botas hasta el muslo de taco aguja, medias de red y bigotes a lo Dalí. Un ciclista atraviesa la vereda y no atropella nadie de casualidad. ¿Ya empezó la perfo? No importa. La experiencia Diego Bianchi —que acaba de curar la sección de performance en ArteBA— sucede mientras el público espera que comience.

      Inflation, qué otra palabra

      Inflation es una videoinstalación que se puede ver gratis hasta el 16 de abril de 2022 en el marco de BP.21, que vuelve en su quinta edición con un formato adaptado a la pandemia, de forma híbrida.

      A lo largo de cinco meses, hay actividades que se trasmiten en redes sociales, y se lleva adelante en varios museos, centros culturales, teatros y otras sedes con aforo, además de en múltiples espacios al aire libre.

      Parece una versión porteña, trágica, postapocalíptica, de los Cazafantasmas

      Con una puesta performática armada para la ocasión de estreno, el museo se llenó de mutantes con cuerpos excedidos, expandidos, explotados. Salían por la puerta principal al ritmo de la música compuesta de ritmos escatológicos.

      Una pila de neumáticos de la que asoma un brazo camina a ciegas hacia la avenida, baja la rampa trastabillando, es todo muslos, goma y cansancio. Frena, llora tal vez, se mezcla entre la gente, avanza, choca contra un poste, retoma. Podría estar haciendo un baile sexy en el caño. Los runners siguen con su rutina, inalterables.

      Diego Bianchi. El artista que conmueve.Diego Bianchi. El artista que conmueve.

      Aparece otro ser, y otro, y uno más. Son megaprótesis corpóreas integradas con pupitres, retazos de tecnología, torsos, pectorales, nalgas, botellas. Se mueven lento, agotados. Vienen desde una sala del primer piso y toman la calle. Parece una versión porteña, trágica, postapocalíptica, de los Cazafantasmas.

      En esa sala nave nodriza se proyecta la videoinstalación. Y el efecto, al llegar, es que la filmación se hizo átomos, trascendió la imagen. Hay fragmentos de obra, llantas, como si los cuerpos excedidos que salieron del video hubieran dejado un rastro.

      La pantalla, que en realidad es una pared blanca, muestra a ese organismo enorme, completo. Dentro del amasijo de órganos, apenas se ve el perfil de Bianchi, que respira despacio, aplastado. Se fragmenta en varios seres y la proyección cambia a la pared de enfrente.

      Incomodidad. Parte de la performance "Under de si", de Luis Garay y Diego Bianchi, en Madrid, 2017Incomodidad. Parte de la performance "Under de si", de Luis Garay y Diego Bianchi, en Madrid, 2017

      El público gira en coreografía involuntaria y ahora los seres en la imagen van por distintos lugares. Un ascensor, un garaje, bajo la autopista, en el patio de una casa del conurbano, frente a un kiosco comiendo un pancho.

      Son monstruos trágicos, urbanos, esforzados, agotados. Hay humor. El hombre llanta se encuentra con un pibe de gorra, se desmaya. El humano también. El sonido respira y golpea, la imagen se ensambla. Los seres están en un edificio en obra cuando pasa corriendo un hombre, short deportivo, pecho desnudo. Igual que hace un rato en la puerta del museo.

      Entonces surge la duda. ¿Cuándo comenzó realmente la puesta? ¿Los deportistas eran parte de la perfo? “No, pero cuando me advirtieron que a esta hora se llenaba la zona de runners, dije "perfecto". Porque son también otra forma de exceso de los cuerpos”, dirá Bianchi un rato después a Clarín.

      Bianchi: los prejuicios como materia prima

      Referente central del arte contemporáneo local, Diego Bianchi hace obra —esculturas, instalaciones, performances— y a la vez genera situaciones. Trabaja con paisajes urbanos y prejuicios sociales. Reutiliza lo que descarta el consumo y crea sensaciones extrañas, con armonía incómoda. Se enfoca en pensar la relación con los objetos para mostrar el absurdo del mundo.

      Inflation es su respuesta a la pregunta "¿no es el cuerpo una esponja que absorbe y absorbe?" La obra —reedición del material que produjo para la Bienal de Liverpool 2021— es la serie de tres videos donde se documentan las aventuras de estos seres de cuerpos desbordados, pero también el grupo de esculturas convertidas en esos monstruos tristes.

      Están montadas sobre cuerpos reales. El de Bianchi y el de otros performers. La materia prima son desechos, más que nada piezas de automóviles y residuos tecnológicos. Son interiores de cuerpos hacia afuera, desparramados, con tripas a la vista y sonidos. Ronquidos, plástico, exhalaciones, cables, flatulencias, erosión, suspiros, desorden. El conjunto resulta triste, sexy, divertido, angustiante.

      Amasijo. Espectadores en el Museo Nacional de Bellas Artes, ante la videoinstalación de Diego Bianchi. Foto Juano TesoneAmasijo. Espectadores en el Museo Nacional de Bellas Artes, ante la videoinstalación de Diego Bianchi. Foto Juano Tesone

      La reflexión es otra vez sobre el cuerpo, ahora pensando en su capacidad de absorber todo: "Una bulimia de afectaciones y experiencias que lo alimentan y hacen crecer como un globo, como un imán succionador”, dijo el artista.

      Bianchi cuestiona si es posible representar las experiencias y los consumos “como volumen que se adosa a los cuerpos como prótesis, si las cosas y los cuerpos se fagocitan mutuamente, si es posible distinguir el adentro y el afuera, si la idea del propio cuerpo y el de los demás se puede volver indefinida”.

      Termina el video con un plano nocturno. Afuera también es de noche. El público vuelve a la entrada del museo, baja las escalinatas, sale a la calle, se va en procesión, como un exceso de cuerpos, hacia el siguiente lugar.

      Inflation es su respuesta a la pregunta "¿no es el cuerpo una esponja que absorbe y absorbe?"

      La Plaza Rubén Darío, a la vuelta, funciona como un bosque en la oscuridad y el colectivo interdisciplinario conformado por Javier Bustos, Jorge Crowe y Leticia Mazur deambula a lo cyborgs, dentro de ensamblajes técnico-orgánicos, generando luz y sonido a su paso.

      Bianchi, de remera rosa, rulos largos y altos al viento, se va charlando con sus dos hijas para el otro lado.

      No es fácil diferenciar cuándo empieza y termina su obra. Qué pasa en el mundo real y cuál situación montó para su perfo en la puerta del museo. “Cada uno es parte de un cuerpo extendido, de una telaraña de conexiones. Un paquete afectivo, un conglomerado que incluye lo vivido, lo comido, lo gozado", había dicho.

      Y entre runners que cayeron como anillo al dedo y seres mutantes tropezando con un público involuntaria pero preciosamente coreografiado a su paso, no se divisa el límite de nada. Todo es difuso en la experiencia. Esa es la gracia, la duda, la incomodidad genial en la que empieza y termina.

      PK


      Sobre la firma

      Daniela Pasik

      Especial para Clarín

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