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      EE.UU. recurre al estatismo para frenar a China

      EE.UU. recurre al estatismo para frenar a ChinaEn su pelea con China, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, dejó de la lado los principios que hicieron grande a su país. Bloomberg
      Redacción Clarín

      Por

      Jorge Castro

      Analista Internacional

      La economía mundial crecería 1,5% anual en 2023 según el Fondo Monetario Internacional, con EE.UU. enfrentando una situación recesiva, al igual que la Unión Europea encabezada por Alemania, mientras que la Republica Popular se expandiría 5,2% anual, más de 1 punto por encima del pronóstico anterior de diciembre del año pasado del organismo internacional.

      El dato más importante es que la fractura producida en las cadenas globales de alta tecnología y en el sistema energético mundial, provocada por la Guerra de Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia por EE.UU. y la Unión Europea, han ocasionado una caída de 1,2% en el año, con el agregado de que esta pérdida se acentuaría en los próximos 12/24 meses.

      Esto significa que el principal elemento de freno y recesión de la economía global en 2022/2023 ha sido un acontecimiento de estricto carácter geopolítico, que es la Guerra de Ucrania, y su derivación, la ruptura y el enfrentamiento entre EE.UU. y China.

      Hay una ofensiva norteamericana, que es tanto del Ejecutivo como del Congreso, destinada a frenar – y en el límite revertir – el crecimiento de la República Popular, sobre todo en el aspecto decisivo de la alta tecnología, en especial la que hace al despliegue pleno de la Cuarta Revolución Industrial (CRI).

      Este punto crucial fue destacado el año pasado por Kristalina Georgieva, Directora-Gerente del FMI, cuando advirtió que la Guerra de Ucrania sumada al conflicto entre las 2 superpotencias (EE.UU. y China) es la más grave y cargada de consecuencias de las crisis actuales.

      Estas crisis derivadas de la Guerra de Ucrania son la energética (el costo de la energía ha aumentado más de 700% en los últimos 2 años); la alimentaria, en especial entre Rusia y Ucrania, que ha provocado una disminución de más de 30% de la provisión de granos en el mundo; y la inflacionaria (arrastrada por el auge del precio de la energía), que ha desatado una situación recesiva en Europa, con eje en Alemania.

      El FMI señala que esta ruptura – también denominada “des-globalización” – ha ocasionado ya una pérdida de 7 puntos en el producto global, que puede implicar una reducción de 12% o más en el PBI del sistema internacional.

      La más perjudicada por esta situación es obviamente la economía mundial y ante todo el comercio internacional, que tramita en más de un 80% a través de las cadenas globales de producción. Pero en segundo lugar el más golpeado por esta fractura es el propio EE.UU., que es la cabeza del sistema integrado transnacional de producción (constituido por la empresas transnacionales), y 44% de las compañías mundiales son norteamericanas, y solo 25% son chinas.

      En cuanto a la Republica Popular, desde hace 2 años, su principal socio comercial ya no es más la Unión Europea ni tampoco EE,UU, sino la ASEAN (Asociación de Países del Sudeste Asiático) – que es el Asia emergente y en desarrollo -, y que junto con la República Popular ya representa más de 60% de la economía global y crece al doble del promedio internacional.

      Esto ocurre en una economía global que alcanzaría este año US$100 billones, o más, lo que implica que esta crisis puede acarrear pérdidas de entre US$7 billones y US$12 billones por año acumulativamente.

      Los países más afectados por esta ruptura de fondo son los emergentes y en desarrollo, así como los sectores de menos recursos del mundo avanzado.

      Lo que llama la atención – y despierta las alarmas – de la ofensiva de “des-globalización” que lleva adelante EE.UU. contra China en este momento es que la primera superpotencia mundial recurre a los instrumentos intervencionistas y estatistas, profundamente arbitrarios, y ajenos al proceso orgánico de acumulación capitalista, que siempre consideró propios de los regímenes socialistas o comunistas.

      EE.UU. ganó la Primera y la Segunda Guerra Mundial, así como dio término a la Guerra Fría con la derrota absoluta de la Unión Soviética, apostando a su inmensa y aparentemente inagotable capacidad de innovación, canalizando a través de su excepcional aptitud para la movilización de recursos la pasión por invertir, innovar y consumir inherente a su civilización (la denominada “animal spirits”).

      Este es el genio característico, indeleble de la civilización estadounidense, el país “excepcional” por definición, en los términos de Alexis de Tocqueville; y ahora, de pronto, en una muestra notable y hondamente negativa del derrumbe de su autoestima, EE.UU. ha optado por el intervencionismo estatista de sello burocrático.

      Es una muestra de que en términos históricos EE.UU. ha perdido – hay que esperar que solo haya suspendido – esa confianza en sí mismo que le hizo conquistar continentes e imponerse en todos los conflictos mundiales.

      Esta pérdida de autoestima, este rechazo a su identidad excepcional, coincide con el momento de mayor polarización y enfrentamiento interno desde la Guerra Civil de 1861/1865, y con la vigencia de una de las presidencias más débiles y vacilantes de la historia norteamericana que es la del presidente Joe Biden.

      En la puja con China el tiempo no está a favor de EE.UU., sino todo lo contrario. La situación es muy riesgosa.


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