Noticias hoy
    En vivo

      La inversión, un enorme agujero K

      La inversión es crucial para un crecimiento sostenido. Y los US$ 30.000 millones anuales de Scioli hablan de lo que falta.

      El número parece desmesurado y suena a promesa de campaña pura, pero aún así tiene la virtud de dejar al descubierto uno de los agujeros más profundos y menos difundidos del ciclo kirchnerista. Esto es, la falta de inversiones productivas de largo plazo o, si se prefiere, la inclinación de los empresarios a poner plata donde haya demanda de corto plazo, segura y sin riesgos.


      Nada muy diferente a reconocer semejante lastre significa el plan de US$ 30.000 millones anuales que proyecta Daniel Scioli. Y aunque se trate de un reconocimiento oculto, su magnitud revela hasta dónde llega la inyección de fondos que la economía precisa ya mismo.


      Detrás de la cifra deben existir, necesariamente, un programa de inversiones prioritarias y ciertos supuestos de política económica que, con solo ventilarlos, habrían sido interpretados como críticas a la gestión del Gobierno o, al menos, como cuentas pendientes del Gobierno. Pelado de precisiones, el plan del candidato olió a simple anuncio.


      Dicen los propios economistas de Scioli y unos cuantos del palo kirchnerista: “El modelo de apostar todas las fichas al consumo pudo ser útil durante cierto tiempo, pero está agotado y además ya no existen instrumentos fiscales para seguir sosteniéndolo”. Dicen, también, que nunca como ahora urge avanzar en otras direcciones.


      Era y sigue siendo de manual que las inversiones son definitivamente cruciales para asegurar un crecimiento sustentable en el tiempo. Porque garantizan producción y trabajo futuros, permiten llenar huecos en las cadenas productivas e implican incorporar procesos y tecnología innovadores que aumentan la calidad y la competitividad de los bienes.


      Ya evidente, la caída sistemática de las exportaciones industriales da prueba de un desarrollo ausente y de las dificultades para entrar en mercados del exterior ahora mucho más disputados y protegidos. Parte del mismo proceso es una dependencia cada vez mayor de las importaciones.


      Sin embargo, no todas las inversiones valen igual aunque todas sean al fin útiles. Los encadenamientos productivos en la construcción y sobre todo en la construcción residencial son más cortos o se cierran más rápido, mientras que las inversiones en máquinas y equipos, eso que los industriales llaman fierros, tienen un despliegue mucho mayor en actividades y creación de valor.


      La realidad, que es la única verdad, está probando la endeblez de un apotegma que Néstor Kirchner solía manejar en reuniones con funcionarios de su gabinete. Sostenía que el largo plazo es una suma de cortos plazos y que si la economía está en constante movimiento la propia demanda interna arrastrará inevitablemente a la inversión.


      Así respondía a quienes por fuera de su gobierno y aún dentro de su gobierno aconsejaban políticas apuntadas hacia un horizonte menos estrecho. La sentencia también muestra un rasgo central de la gestión kirchnerista: el dominio de las decisiones de corto plazo.


      Transportada al presente esa ecuación ha probado fallar en sus dos componentes. Con un crecimiento real que la mayoría de los especialistas estima del 1%, este año la economía habrá quedado al mismo nivel de 2011 o algún escalón más abajo, si se la mide según el PBI por habitante.


      Algo en cierto sentido peor ocurre con la inversión. Está casi clavada en el 17% del PBI desde hace siete años y el 20% anotado en 2005 no solo queda lejos; fue también una excepción a la regla.


      Pero además de magro, lo que hubo tiene un sesgo bastante poco reproductivo: alrededor del 63% de los recursos se volcaron a la construcción y de ellos, más de la mitad a la construcción residencial. El contraste da apenas 37% para máquinas y equipamiento de las empresas.


      Si fuese posible calificarla por su productividad, podría afirmarse entonces que es inversión de calidad limitada. Y de nada sirve afirmar que salvo Chile o algún otro, ningún país de la región supera el estándar argentino.


      Está claro que aquí no existen premios consuelo y que los resultados dependen de la solidez y la persistencia de las políticas. Dice alguien empeñado en mirar el largo plazo: “Es demasiado aspirar a una inversión equivalente al 40% del PBI como la de China, aunque sería factible y necesario tender al 31% que le permitió a Corea del Sur subirse al tren del desarrollo”.


      Los US$ 30.000 millones de Scioli provienen en realidad de un informe de Miguel Bein, su economista estrella.


      Bein considera que la inversión debe saltar del actual 17% al 26%, con mucho en equipamiento productivo, si el objetivo consiste en duplicar el PBI por habitante en quince años. Según sus estimaciones, eso significa un crecimiento económico del orden del 6% anual, aumentar la productividad y darle lugar a los contingentes que todos los años se incorporan al mercado laboral.


      Menos pretenciosos, quizás más cercanos a las posibilidades del país, en la misma dirección avanzan otros estudios. Dicen que para crecer al 4% de un modo sostenido hace falta invertir entre 20.000 y 25.000 millones de dólares anuales.
      Proyecciones y hasta sectores atractivos abundan, empezando por la agroindustria, y siguen en pie otros, aunque hayan han perdido parte el empuje que traían, como Vaca Muerta y la explotación del gas y el petróleo no convencionales.


      En cualquier caso, los inversores pedirán siempre lo mismo: negocios rentables y recupero de las inversiones; un ambiente propicio; reglas permanentes, eso que se llama garantía jurídica, y si exigen menos corrupción política habría que exigírsela a ellos mismos.


      Nadie debiera pretender que el Estado pase a ser un jugador secundario, un socio en las pérdidas y no en las ganancias y mucho menos que resigne funciones reguladoras y de control.


      Solo que si de cuestiones semejantes se trata, al menos en un punto el Estado kirchnerista no ha sido precisamente un gran ejemplo.


      Calculado en relación al producto bruto, durante estos años el gasto público se duplicó, pero con algunos contrastes fuertes: el 80% largo del aumento se fue en seguridad social, en subsidios que se evaporan año tras año, y en incrementar el aparato estatal. ¿Y cuánto del aumento terminó en inversión pública?: apenas un 13%.


      Esa ha sido una medida del Estado kirchnerista. Otra surge de la calidad de los servicios que presta y del considerable déficit en infraestructura. Y la tercera, bien K también, usar recursos públicos para acumular poder y algo más.


      Sobre la firma

      Alcadio Oña

      aoña@clarin.com

      Bio completa