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      Una tragedia evitable

      Redacción Clarín

      El derrumbe del gimnasio de Villa Urquiza es una de esas cosas de la vida y de la muerte que deja a todos atónitos por la paradoja que supone. La gente a la que se le cayó literalmente el techo encima estaba vinculándose con sus cuerpos, con la salud, con la vitalidad y con las ganas de vivir. Y de pronto el desastre y la muerte lo cambiaron todo en un instante (ver Detectan graves fallas en la obra que provocó el derrumbe).


      No fue una casualidad: ninguna construcción se viene abajo por azar. Generalmente avisan, a excepción de catástrofes naturales como los terremotos. Con sus más de 60 años, probablemente el edificio del gimnasio no estuviera en las mejores condiciones. Pero eso no lo hace responsable: estaba en pie hasta que aparecieron las excavadoras y la medianera que lindaba con el baldío perdió sustentación. Una de tres: negligencia, impericia o error de los constructores.


      El ingeniero a cargo intentó presumiblemente exculparse. Dijo que hizo las cosas “con el mayor cuidado posible”. Si es cierto, ese cuidado no fue suficiente. Según las primeras pericias, no respetó las reglas en la excavación para alojar el subsuelo y las bases del nuevo edificio. Las reglas dicen que hay que cavar pozos cada metro y medio, a lo sumo dos y desde allí apuntalar la construcción existente. Tal vez por ganar tiempo o costos, arriesgaron esa distancia a los tres metros. Le quitaron el necesario sostén a la medianera. El colapso fue inevitable.


      Si las cosas se hacen mal, terminan mal. Con el de Villa Urquiza, ya van doce casos de derrumbes en los últimos años. Como para no tener miedo cuando se inicia una obra en el terreno de al lado. Las reglas existen aunque muchas estén desactualizadas. Los vecinos reclaman más controles y sin duda faltan. Pero de poco sirven si hay constructores que pasan el semáforo en rojo.


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