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      Urbanismo en los márgenes

      Las obras de Gerardo Caballero y Maite Fernández, con base en Rosario, intentan aunar forma, función y materialidad en una expresión pura y coherente.

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      Redacción Clarín

      A pesar de haber hecho un recorrido bastante cosmopolita en su etapa de formación, Gerardo Caballero volcó todo su aprendizaje mayormente en su provincia natal, Santa Fe. Apenas recibido, se fue a trabajar al estudio del rosarino Mario Corea Aiello, en Barcelona. Allí dice haber aprendido sobre todo a valorar la responsabilidad urbana de la arquitectura y la responsabilidad sobre el contexto.

      Después se marchó a cursar un máster en la Washington University de Saint Louis, Estados Unidos, donde se encontró con un ambiente al que define como “netamente académico e intelectual, con un alto grado de especulación teórica”. Por eso, hoy admite que su background combina dosis parejas de pensamiento concreto y abstracto sobre la arquitectura.

      Sin embargo, prefiere hablar de otra influencia crucial: haberse criado en un pueblo chico como Totoras. “Personalmente tengo una relación fuerte con el paisaje de la pampa, y una de mis inquietudes constantes es la reflexión sobre el objeto arquitectónico aislado en medio del verde plano y vacío”, cuenta Caballero.

      Se refiere, por ejemplo, a esas viejas casas de ladrillo que suelen verse desperdigados en el paisaje rural, y que remedan un pedacito de ciudad fuera de contexto, sin llegar jamás a serlo. De hecho, varios encargos recientes del estudio que fundó junto a su esposa Maite Fernández, con base en Rosario, muestran la misma preocupación por esta suerte de “urbanismo en los márgenes”.

      Así se entiende el desafío al que intenta dar respuesta la Casa Roldán, una obra reciente realizada en un terreno en esquina dentro de un barrio cerrado de la periferia rosarina, donde casi no hay otras viviendas construidas. A diferencia de quienes sostienen, con razones atendibles, que la tipología de la casa en un country (o afines) carece en la actualidad de interés cultural, los proyectistas asumieron el desafío de “fundar una historia urbana allí donde no la había en absoluto”.

      Para eso, buscaron recrear el modelo de la casa en ochava de pueblo en medio del verde y proyectaron una vivienda con una planta en L vuelta hacia las dos calles –aunque allí no existe una vereda–, de modo de crear un “fragmento urbano”, con aberturas y galerías pasantes que enmarcan el paisaje. En esta obra plasmaron otra de sus inquietudes: “Ver las obras desde atrás; que el fondo sea el frente; que la parte de atrás, donde se desarrolla la vida cotidiana, sea la verdadera fachada”, explica Caballero.

      Otro caso igualmente extremo de edificio en medio de la nada –o casi– es la concesionaria de maquinaria agrícola Matassa, cuya planta sigue la forma del lote, angosto y profundo. Como el trazado de la ruta que pasa por delante no es perpendicular al lote, el eje del volumen fue girado 45 grados en el frente para que el marco/vidriera pueda ser apreciado por un observador que pasa en auto: “Parece un animal que tuerce el cuello para mirar a la ruta”.

      La obra se resolvió con una estructura metálica forrada en chapa –con lo cual se evitó el detallismo que requiere de una mano de obra muy especializada– y es uno de los ejemplos en que el estudio dice haber encontrado la síntesis ansiada entre programa, función, geometría, estructura y materialidad. “Al colocar todas estas variables al mismo nivel, el proyecto se vuelve consistente”, puntualiza el arquitecto, resumiendo la ideología de su práctica.

      Cuestión de escalas

      El hecho de abordar distintos tipos de proyectos sin preconceptos llevó a Caballero y Fernández a concebir la ampliación del Hospital Nacional del Centenario, en Rosario (ganador de un concurso nacional en 2006) con una propuesta que de algún modo subvertía cierto sentido común: “Ubicamos en la mejor orientación el sector de espera: al frente, con vista a la calle y orientación norte, y llevamos los consultorios al fondo porque entendimos que la espera es donde se pasa la mayor cantidad de tiempo”, explica él, en otra versión de la tésis de que “el fondo es el frente”.

      Hasta hoy, el estudio se mantiene trabajando por lo general en encargos chicos, y por eso conserva lo que Caballero denomina cierto “espíritu artesanal”. Además, participan en todos los concursos que pueden para experimentar dos sensaciones: trabajar en encargos de gran envergadura y que son de utilidad pública.

      Sin embargo, también fueron elegidos para proyectar Ciudad Ribera, un megacomplejo de usos mixtos de más de 100.000 m2 en el área recuperada de Puerto Norte. “Son siete bloques de edificios alrededor de una gran plaza pública a modo de un eje axial, que se vincula con la futura avenida costanera que enhebrará a toda la ribera de la ciudad”, cuenta Caballero. Y agrega: “Es generoso desde el punto de vista urbano porque suma al espacio público”.


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