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      Audacia y precisión

      El miércoles, el magistral director venezolano de 32 años se lució y sedujo al frente de la orquesta Simón Bolívar. Hizo cuatro bises.

      Audacia y precisiónCLAIMA20130405_0034 EMMANUEL FERNÁNDEZ Como un astro pop Así es recibido el genial director./EMMANUEL FERNÁNDEZ
      Redacción Clarín

      Con un Colón desbordado por un público más heterogéneo que el que suele verse en los conciertos sinfónicos, Gustavo Dudamel es recibido como un astro pop. Sobriamente, el director se dirige al público para comunicar que la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela dedicará el concierto a las víctimas de la atroz inundación. Sus justas y cálidas palabras en alguna medida reconfortan en un día tan aciago.

      Con 32 años, Dudamel es una de las grandes figuras de la dirección actual; no sólo integra la nómina de los prodigios notables, sino también la de los directores audaces.

      Estrenada exactamente un siglo atrás , La consagración de la primavera de Stravinski es el mayor clásico orquestal de la música moderna, pero ¿cuántas veces se la ha escuchado aquí por una gran orquesta en gira? Muy pocas. Originalmente se anunció que la Orquesta venezolana vendría con la Sinfonía Alpina de Strauss, pero al fin se optó por un repertorio mucho más interesante, como también más exigente para el público y los músicos. Stravinski compartió el programa con otro compositor radical de la primera mitad del siglo XX: el mexicano Silvestre Revueltas, con su bellísima La noche de los mayas.

      El enfoque técnico de Dudamel no es menos atractivo que su visión del repertorio. La coreografía del director está reducida a la mínima expresión; los gestos son mesurados y precisos; es detallista, aunque no abandona un instante el sentimiento del suspenso y la continuidad de la línea. Y la exactitud del ataque no impresiona más que la del corte. El final de la Danza de la tierra , que es al mismo tiempo el cierre de la primera mitad de La consagración, se oyó como si la tierra se hubiese tragado a sí misma de un golpe. Dudamel bajó el brazo y los músicos cortaron de cuajo toda resonancia, todo rastro de sonido. Ni siquiera en las más artificiales grabaciones en estudio ha podido oírse un efecto semejante.

      La obra de Revueltas, de 1939, forma un hermoso díptico con La consagración. Hay cierto aire de familia, aunque no tanto por la identidad de los materiales como por ciertos recursos orquestales. Los materiales de Revueltas provienen de un folclore americano imaginario.

      La noche de los mayas fue escrita para el cine, y mucho tiempo después de la muerte del autor fue rescatada en cuatro movimientos sinfónicos (lento, rápido, lento, rápido); el tercero es de un romanticismo casi brahmsiano en el fraseo, mientras que el cuarto es una radicalizada batería de percusión que incluye gritos entre cómicos y estremecedores de los instrumentistas.

      La interpretación fue superlativa, y el concierto se alargó con cuatro bises. Los dos primeros, sublimes, por el Bicentenario Wagner: preludios de Tristán e Isolda y del acto 3 de Lohengrin. Los últimos, repartidamente telúricos: el joropo Alma llanera y el Malambo de La Estancia de Alberto Ginastera.


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