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      Pity Álvarez, un ciego en el país del rock tuerto

      Pity Álvarez, un ciego en el  país del rock tuertoPity Álvarez tras su internación en octubre de 2014 (Diego Díaz).

      “Cuando yo era sólo un bebé/ mi mamá me dijo/ ‘hijo, siempre sé un niño bueno, nunca juegues con armas’/Pero le disparé a un hombre en Reno/ sólo para verlo morir” Johnny Cash, Folsom Prison Blues (1957)

      Unos años atrás, en Twitter, Andrés Calamaro emuló con una serie de posteos la fábula del ícono de la canción norteamericana. Por supuesto, no fue en forma de balada asesina, esa forma que le debe tanto a John Ford como al descubrimiento de la juventud como mercado, nicho y foco de rebeldía en los años ‘50. No obstante el contexto, la red social donde todos los muchachitos somos bravos, según el Indio Solari, los dichos de Calamaro enhebrados como una supuesta declaración motivaron un semi-escándalo. En realidad, lo inaudito terminó siendo la revelación de la escasa comprensión de texto de los acusadores, dependientes hasta el papelón de la verosimilitud narrativa.

      A diferencia de entonces, el viernes pasado Pity Alvarez protagonizó un hecho probablemente inédito en la historia. Poseído del alba, luego de haber estado prófugo, confesó un asesinato frente a las cámaras de televisión. Lo hizo de una manera suelta, desprejuiciada, denotando el mismo desequilibrio mental/emocional que viene exhibiendo en la última docena de años, como si en realidad no lo hubiese cometido. Y sí, él mató a un amigo narcotizado.

      El acto de Pity no tiene interpretación: se cobró una vida. Acaso podrá sugerirse que él está lejos de distinguir la real naturaleza de sus actos, pero estos incluyeron lo más malvado que puede cometer un hombre, matar, y lo menos usual, confesar. Dos días después, en una ficción basada en hechos reales, ni siquiera el nuevo villano de villanos (Luis Rey, padre de Luis Miguel) le admitiría a su hijo sobre el real paradero de su madre. Así de jodido.

      En el recién reeditado Appetite for Destruction (1987), de Guns N´Roses, anida otra cuestión. Y no porque ese título ficcionalice en tres palabras el poder dionisíaco del rock, como quedó demostrado en 1992, con motivo de su primera visita, el cantante Axl Rose le pidió al público argentino que olvidara ese “apetito de destrucción” cuando le arrojaron un perchero al escenario.

      Lo que englobaba la épica del quinteto eran vicios de los que incluso sacaban rédito como argumento de credibilidad. Como la historia de que el hígado del bajista Duff McKagan era como el de un tipo de 70 años o la adicción a la heroína del guitarrista Slash y del baterista Steven Adler, todo supo ser subsanado con ganancias multimillonarias e internaciones en clínicas de primer nivel. Hoy lucen impecables, mientras que alguna vez Pity, internado en un centro de rehabilitación en Entre Ríos, salió y le secuestró el auto a un remisero. Y así de abandonado a su suerte, el pobre muchacho.

      Lo del líder de Viejas Locas e Intoxicados no deja de ser una mancha más en el tigre decadente y oprobioso en el que se convirtió el rock argentino desde la tragedia de Cromañón. Catorce años de mala suerte en un espejo doble donde se reflejan las víctimas de aquella noche, las sucesivas muertes de referentes históricos (Spinetta, Pappo,Cerati), el desguace de los sitios para tocar, la reincidencia de fallecidos en recitales (Rubén Carballo, Miguel Ramírez, Javier León y Juan Bulacio en shows de Viejas Locas, La Renga y el Indio), las víctimas de los dealers en la Moonpark, el asesinato del baterista de Superuva a cargo de un “fan”, el femicidio de Wanda Taddei en manos del Eduardo Vasquez (Callejeros). También, las múltiples denuncias por abuso y acoso, su pobre aporte a la agenda de la temática de género y la discusión sobre la ley del aborto, su rentable asociación al Estado, su decadente valor de exportación. Que hoy existan 80 buenas bandas trianguladas entre CABA, Mendoza, Villa María y La Plata es un atenuante relativo. Unas semillas de girasol desparramadas en un camposanto.


      Sobre la firma

      José Bellas
      José Bellas

      jbellas@clarin.com