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      Murió Carlitos Balá: el hombre que se alargó la vida haciendo reír a los demás

      En su humor había mucho de altruismo. También se ponía al hombro obras solidarias en secreto. Cómo fundó una lengua.

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      A lo largo de su enorme carrera, el comediante y conductor construyó un serie de personajes desopilantes que quedarán para siempre en el recuerdo.

      No era una pose, era altruismo legítimo. Podía visitar hospitales haciendo gestito de idea cama por cama y esfumarse sin dejar prueba. Un día alguien certificó esa actividad anónima con una foto: lo vio repartiendo sonrisas en el Hospital Anchorena durante horas. Un cuerpo de 90 años inyectándole a los enfermos su antígeno.

      Eso era Carlitos Balá, el que creó anticuerpos, pero también un lunfardo, una jerga infantil que ponía en jaque a la mismísima Real Academia Española con su Ea-ea-ea pe-pé o su fabulósico. Y el que colaboraba con los odontólogos.

      El chupetómetro que sobrevive en su casa lo constata: kilos de ofrendas como sinónimo de primer desprendimiento de la niñez. Un niño entregaba su chupete y no sólo favorecía a su salud dental: aprendía el duelo. Hoy el duelo es el de varias generaciones. Murió este jueves 22 de septiembre, a los 97 años en el Sanatorio Güemes.

      Hubiéramos querido que fuera eterno, tal vez para no recordarnos que la infancia se termina del todo cuando se muere lo último que puede recordárnosla. El consuelo es que "un kilo y dos pancitos" o "sumbudrule" serán contraseñas para millones.

      Carlitos en su casa de Recoleta. (Archivo Clarín)Carlitos en su casa de Recoleta. (Archivo Clarín)

      La llamada y siempre un chiste

      No era extraño llamarlo, preguntarle cómo estaba y que el chiste saltara antes que el saludo: "Acá, en Recoleta, pero del lado de afuera". Vivía a metros del cementerio, lo que le recordaba que mientras no cruzara esa orilla, debía honrar lo que tenía: "Llego a esta edad con algo que no tienen los políticos: la confianza y el cariño de la gente".

      Carlos Salim Balaá nos dejó como herencia a Angueto, el perro que enseñó que "la vida tiene mil cosas que son hermosas y no se ven". También nos legó un tipo de flequillo que cualquier peluquero puede esculpir, y las preguntas absurdas, como qué gusto tiene la sal, que contribuyeron a la campaña "Sin sal" de la Fundación Favaloro. Lo suyo fue una mezcla de trabajo de orfebre, con payaso y médico.

      La clave era "pensar en el otro, olvidarse un rato de uno". Así los dolores se distraían. Hasta en el comienzo de la pandemia quiso aportar su granito. "Hacé como yo, me quedo en casa", mandó un mensaje al país y recomendó el uso del alcohol en gel y del barbijo.

      "Que Dios me dé una muerte poco dolorosa. Y que llegue a los 100", deseaba en su cumpleaños 91, mientras invitaba a una tarde de chocolatada junto a Martha Venturiello, su compañera durante más de seis décadas. "Esto es el amor", explicaba mientras apretaba su mano y nos llevaba de paseo por ese piso en el que guardaba hojas de carpeta amarillentas con cartitas de ex niños.

      Se habían conocido en una boda. Ella acompañaba a una amiga que empezaba un romance con un amigo de él. El colectivo 39 fue testigo del hechizo.

      "Yo tenía 18, fui al casamiento y volvimos en el colectivo. ¡Él jugaba a que vendía lapiceras! De la vergüenza me fui hasta el fondo y le dije a mi amiga: 'Nunca más salgo con este payaso'. Pensé que era un cabeza fresca, pero de tanto hacerme reír, aquí estamos".

      Carlitos Balá, el hombre que trabajó durante más de medio siglo. Foto: Néstor GarcíaCarlitos Balá, el hombre que trabajó durante más de medio siglo. Foto: Néstor García

      El colectivo fue, además, su laboratorio. La línea que terminó ploteando sus unidades en homenaje era la máquina en la que probaba su fórmula, gags, remates, reacciones. De ese escenario móvil, saltó a la radio, y en consecuencia a la TV, el cine, el teatro y hasta el circo.

      Historia de un payaso

      Podía olvidarse de hechos recientes, pero algo había quedado intacto en su disco rígido, su primer día de radio. "Fines del ‘54. Yo sabía que temblaba, entonces llevé un almanaque y le saqué los 12 meses... me sirvió de apoyo para el libreto. Delfor Medina, director de La revista dislocada, por Splendid, me había asignado el personaje de Gerente de publicidad de Jabón Federal. Un personaje nervioso. Yo me hacía el que me trababa, 'Señoris, señores, señoras, tengan ustedes buenas tirdas, terdes, tardes. En el saclo, seclo, ciclo que se inicia, con libreto de Aldo Cacá, Cacá, Cammarota'. 'Pobre tipo', pensaban".

      "Cuando los autores se rieron, todos se dieron cuenta de que estaba haciendo un buen personaje. Pero muchos no sabían que esto venía de antes, de los colectivos. Me subía al 39, ponía un pie en el estribo y decía: 'Dejen bajar primero al que sube'. Quedaban desencajados. Ese absurdo era el secreto. Y el tiempo dedicado. Cuando trabajaba en ATC, con El show de Carlitos Balá entraba a las 7 y me iba a la noche. Tenía tres maestras jardineras para cuidar a 500 chicos. Yo estaba atento a todo, al chico que vomitaba, al que tenía frío o calor".

      Sangre libanesa y croata, habrá que agradecerla a su hermana Norma el empujoncito. La timidez de Carlos lo apichonaba, pero fue ella la que lo animó a un concurso radial. Su primer nombre artístico fue Carlos Valdez, la "trampa" para que su padre, carnicero, no lo reconociera al aire.

      Carlitos Balá, en su juventud, tiempo después de triunfar en la radio.Carlitos Balá, en su juventud, tiempo después de triunfar en la radio.

      También habrá que agradecer a ese "trasto" que encontró de niño en la basura. "Era una maquinita vieja de proyección, pero para mí era una lámpara de Aladino, un tesoro. Le puse kerosene de la máquina de coser de mi abuela y lo hice andar. Ese fue mi primer acercamiento al cine".

      La suya es también una historia de ascenso social y de enfrentamiento al pánico. Supo pasar de peón de imprenta a artista para multitudes peleando con su peor enemigo, su terror al ridículo, su pavor a la mirada ajena. "Era extremadamente cobarde, cohibido", contaba como se si tratara de otro. Ponerse cara a cara con el miedo fue la gran lección para espantar fantasmas e imponerse.   

      Ganaba dinero jugando. "Me meto a un restaurante con el dedo en la nariz y pregunto: '¿Necesitan cocinero?'", confesaba. "O paro a cualquiera por la calle y le pregunto: '¿Va para allá?'. Me dice 'no', y me enojo: '¿Y por qué me hace perder el tiempo?'. Reírse te hace sentir vivo y hacer reír al otro todavía más".

      Padre de Laura y Martín, una pregunta era la daga que le borraba la sonrisa. "¿Su trabajo artístico durante el gobierno militar? ¿Sus películas y programas durante esa época?. Nacido el 13 de agosto de 1925, su respuesta era simple: "Atravesé más de 30 gobiernos, lo mío era trabajar y trabajar".  

      En trío con Jorge Marchesini y Alberto Locati primero, finalmente se hizo un lugar entre el gran público solo. Balamicina, El soldado Balá, El flequillo de Balá, El clan de Balá, Balabasadas... La formalidad de su currículum infica que fueron más de 200 los productos, entre programas, discos, filmes, shows en salas teatrales y carpas.

      Desde los '60 brilló en diversos ciclos televisivos, en principio para adultos, después en el segmento infantil. En esa década puso un pie en el cine, arrancó con Canuto Cañete, conscripto del siete (1963) y se extendió hasta 1988 en Tres alegres fugitivos, con Juan Carlos Altavista y Tristán.

      En la entrega del Martín Fierro a la trayectoria, hace más de una década.En la entrega del Martín Fierro a la trayectoria, hace más de una década.

      Desde el Martín Fierro a la trayectoria al título de "Embajador de la paz" otorgado por el Papa Francisco en el Vaticano, los reconocimientos se multiplicaron en la última década. Hasta en su pizzería favorita, Imperio de la pizza, en la Avenida Corrientes y Lacroze, hay una estatua suya.

      Habrá que preguntarse en manos de quién quedará ese museo de la infancia que atesoraba en su casa, documentos de una era analógica.

      Hincha de Chacarita, vio todos los Mundiales, desde 1930. O sea: vivió más de 35 mil días, una marca superior a la del promedio de cualquier mortal. Murió preocupado por el "chupete digital" que hacía estragos peores que el viejo chupete físico, el celular "puesto de prepo en bebés y niños para callarlos un rato".

      De algo no habrá que preocuparse, del reconocimiento a destiempo, que muchas veces suele ser tardío, post mortem: "Estoy recibiendo todo el amor que di", avisó en una de las últimas entrevistas. "No hay deudas. Estamos a mano. O más bien, tengo saldo a favor".

      WD​


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      Marina Zucchi
      Marina Zucchi

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