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      Lo nuevo de Iggy Pop: Bajón y cuenta nueva

      La Iguana de Detroit persigue el sonido de sus primeros solistas con una nueva mano derecha: Joshua Homme.

      Redacción Clarín

      Hay una parábola en éste, el primer disco de Iggy Pop en siete años. Por empezar, cierto sentido de orfandad y soledad en el que se fue sumiendo desde que sus socios y amigos adolescentes, los hermanos Ron y Scott Asheton (con los que había reunido a los Stooges en los albores de este siglo), fallecieron con cierta simultaneidad. Se había quedado sin una mano derecha. Incluso sus últimos intentos de reavivar a los originales Stooges con James Williamson (el guitarrista de Raw Power, tercer disco de la banda) terminaron siendo pálidos reseteos del fuego original.

      Hasta que apareció Joshua Homme, líder de Queens of the Stone Age, colaborador de Eagles of Death Metal y, junto a Jack White, los músculos más visibles de una forma de hacer rock en lo que va del milenio. De gira con su banda, Homme empezó a obsesionarse con The Idiot (1976) y Lust for Life (1977), los dos primeros discos solistas de Iggy, producidos por David Bowie y confeccionados con el aura de la Berlín pre-caída del Muro, donde Pop y Bowie convivieron. “Esos discos apuntaban hacia una dirección inédita entonces. Es un viaje que se detuvo”, le dijo Homme a The New York Times, hace unas semanas. Con tal de recuperarla, no sólo instó a Iggy a volver a hacer un álbum, sino que le pidió nociones sobre aquellos días en Berlín junto a Bowie. 

      Así las cosas, imposible escuchar este Post Pop Depression sin sentir el pulso glacial, maquinal, futurista, sofisticado de aquellas obras. El espejo apolíneo y alienado del dionisíaco Iggy de los Stooges filtrado por un Bowie que a su vez abrevaba el magistral tecno-robótico de los alemanes Kraftwerk y los inhabitados paisajes sonoros de Brian Eno.

      En algún sentido, sin ser un disco genial, echa luz sobre los dos campos gravitatorios del rock: la fuerza desbocada vs. el cerebro. En ese sentido, no llega a ser tan asombroso, concreto y perverso como aquel The Idiot, pero sí fija el mejor entorno sonoro para Iggy en décadas. Porque además del entusiasmo de Homme suma a Matt Helders, el fantástico baterista de Arctic Monkeys, justo ahora que su patrón, Alex Turner, se tomó otro año sabático para su banda paralela, The Last Shadow Puppets.

      Entonces: Post Pop Depression no resumirá lo mejor de ambos mundos, pero lo intenta. En vez de entregarnos otro disco de rock duro y soso como lo fueron Naughty Little Doggie (1996), Beat em Up (2001) o Skull Ring (2003), se deja entregar a la fantasía de un productor ajeno, que sabe montar una banda y guiarlo como lazarillo. 

      Quién sabe si hay una post depresión tal cual dicta el título del disco, pero Iggy parece estar retomando una autoestima perdida, sin dejar de reflexionar sobre su rol de entretenedor. “Este trabajo es una farsa de diversión”, canta de modo autobiográfico en Sunday. También se pregunta sobre si existe la redención habiendo nacido en los Estados Unidos en America Valhalla y hace su declaración jurada: “No tengo nada excepto mi nombre”. 

      Cuando llega la curiosamente titulada Paraguay, que no empieza hasta que no termina un ténebre coro a capella (“Animales salvajes/ ellos lo hacen/ Nunca preguntan por qué/ ellos lo hacen y ya”), el álbum va acabando, pero es al tope de los poderes de la banda y su registro. Es una declaración rabiosa e hiriente, donde fantasea con irse a vivir a Paraguay, encontrar un paraíso descontaminado de crueldad y curarse de la locura de su tierra. Sería su segundo renacer, luego de que declarara que alguna vez Bowie le salvó la vida. Y ahora, de ahí la parábola mencionada al comienzo, Iggy no pudo salvar a Bowie, fallecido cuando este proyecto empezaba a tomar forma. Todo no se puede. 


      Sobre la firma

      José Bellas

      jbellas@clarin.com

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