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      Argentina, una escuela de la macro

      Autores de un manual de economía y hoy funcionarios, estos dos economistas rescatan tres lecciones para la Argentina.

      Argentina, una escuela de la macroMACRO ECONOMIA ARGENTINA - LIBRO - IECO CARGA WEB
      Redacción Clarín

      Una de las peculiaridades de la ciencia económica es que, a pesar de que muchos de sus temas son cercanos a la vida diaria, a veces ofrece respuestas que se alejan de lo que parece obvio al sentido común. La macroeconomía, esa rama tan polémica de la economía que hasta cuesta llamarla ciencia, también está llena de conclusiones que cumplen el trío de condiciones de una idea revolucionaria: ser cierta y ser relevante, pero no ser obvia.

      Van a continuación algunas conclusiones de la macroeconomía que pueden sorprender al sentido común y que tuvimos que aprender en carne propia en esa escuela de macro que ha sido la Argentina:

      - Es más rápido terminar con una hiperinflación que bajar una inflación menos violenta pero más crónica. En la híper, la destrucción de la moneda llega a tal grado que los precios tienen como referencia una moneda extranjera y, estabilizada ésta, se calman. En la inflación crónica, en cambio, los contratos pueden incorporar expectativas más vinculadas al pasado inflacionario que a una moneda extranjera. El secreto es que año a año se reduzcan de la mano la inflación y sus expectativas. La estabilización en esos casos requiere un rumbo claro y, sobre todo, persistencia y más persistencia.

      -Otra conclusión de la macro, o de su prima la teoría del desarrollo económico, que tampoco es obvia: cuanto más rico, educado y tecnologizado un país, más le costará crecer. O, a la inversa: las economías pobres, con poca educación y escasa tecnología, tienen la chance de crecer velozmente. Es lo que pasa en este siglo 21: países que hasta hace medio siglo parecían condenados a la pobreza crecen hoy muy rápido gracias a la contribución del capital extranjero, muy productivo allí donde escasea. Además, su población puede dar el salto educativo en una sola generación, y copiar tecnologías que cambian la manera de producir en pocos años, cuando en las latitudes de origen se desplegaron a lo largo de décadas. Es una oportunidad concreta para la Argentina tras años de estancamiento: hay un margen enorme para aprovechar capitales y tecnología que por mucho tiempo llegaron a cuentagotas.


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      -Una tercera conclusión poco obvia para el sentido común, en este caso de política comercial: la protección aduanera perjudica a las exportaciones y puede destruir más empleos que los que crea. Un ejemplo mirando a la importación y exportación de servicios: con un impuesto a viajes al exterior, los hoteles argentinos subirían de precio, y serían menos atractivos para turistas extranjeros. Si la protección se generalizara a la economía, crecerían precios y salarios en dólares de los sectores protegidos, aunque no necesariamente el salario real (porque esos salarios tendrían que pagar bienes encarecidos por la protección). Con presiones de costos, los exportadores generarían menos empleos y menos divisas. En resumen, la puerta de la economía argentina al mundo es giratoria: si se la traba hacia adentro, también se la traba hacia afuera.

      Podríamos seguir, pero esos tres ejemplos bastan para sintetizar la macroeconomía que hoy estamos construyendo los argentinos: estable, en crecimiento e integrada al mundo.

      Miguel Braun, secretario de Comercio

      Lucas Llach, vicepresidente del Banco Central


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