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      Gracias por la música

      Desde Talcahuano y Santa Fe hasta Tacuarí al 1800. Un recorrido que, en auto y en condiciones normales, no debería superar los diez minutos se convierte, por obra y gracia del corte nuestro de cada día (a propósito, ¿cómo era eso del protocolo para reglamentarlos?) en una travesía que a veces, puede parecer eterna. Esa mañana no fue la excepción. Colapsada la 9 de Julio, taponada Santa Fe, obstruidas todas las perpendiculares, seguir hasta Riobamba, y alejarse cada vez más del objetivo pero eludir el nudo gordiano de autos era la misión. No había caso: Riobamba estaba también cortada a la altura de Córdoba. La “solución” fue seguir hasta Junín, cada vez más lejos del destino, pero con la ilusión de hacer lo propio respecto al embotellamiento. En la conversación pasaban los temas del día. Enfrascada en la lectura del diario y en el repaso de todo lo pendiente, había algo de piloto automático en el tono de las respuestas hasta que, de repente, la música de Zorba el griego llenó el aire de ese taxi, y de ahí en más arrancó una ecléctica selección -”todos están por algo”, diría después Carlos Antonio- que fue desde Vivaldi y Las cuatro estaciones hasta Perales pasando por Joaquín Rodrigo, la Danza húngara N° 5 de Brahms, Always in my mind y otros clásicos de la época. Un insoportable viaje, que obligados desvíos mediante atravesó buena parte de los cien barrios porteños, se convirtió en una deliciosa travesía musical que cruzó tiempo y espacio. Cuando terminó, una hora y veinte minutos después, el apuro por llegar se había desvanecido. Bajé, agradecí por la música, y pensé que podría haber seguido arriba de ese auto, acunada por ese bálsamo sanador, toda la vida.


      Sobre la firma

      Silvia Fesquet

      sfesquet@clarin.com

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