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      Una campaña de falsos debates y silencios que eludió lo importante

      Las cuentas de Italia marean. Deuda pública gigante,  economía apenas en alza y una descomunal evasión fiscal. 

      Una campaña de falsos debates y silencios que eludió lo importanteEl cómico Beppe Grillo con su “premier”, Luigi Di Maio/AP

      Varios años antes de la crisis financiera del 2008, obsesionado por la herencia desastrosa que dejaría Berlusconi, el inolvidable Norberto Bobbio buscaba una clave que explicara el declino de Italia. No había una causa, claro, sino vínculos disueltos, una memoria común traicionada, experiencias olvidadas.

      “En Italia siempre hubo un compromiso entre capital y trabajo. Se dio en la historia, con distintas variantes.Y ahora ese compromiso se ha roto”. El filósofo turinés aludía al Humanismo cívico del 1400 cuando, en medio de guerras y penurias, la orden de los franciscanos inventa un sistema de créditos a bajo interés con la intención de incorporar al mercado a los más necesitados, alejándolos del pecado y la extrema pobreza. Esa fue, dicho con rigor histórico, la primera banca pública del planeta.

      El patriciado de las grandes familias –los Medici, los Strozzi, los Albizzi- pronto adopta el programa porque ayudaba a su control político. El principio era simple: distribuir una parte para conservar el resto. Pero el concepto de fondo –el centro del interés de Bobbio- era que el sistema había fortalecido el tejido social y creado una red de solidaridades y respeto por las reglas, argamasa de una sociedad ordenada. La idea, eficaz y novedosa, ayudó paulatinamente al crecimiento de la grandiosa tradición italiana del artesanado industrial, que aún hoy pervive como pulmón económico del país.

      Aun si fuera acertada la intuición de Bobbio, sin embargo nada de estos asuntos parece haber alimentado el debate de estas elecciones, que fue tan estéril como chato. El temario a la carta (inmigración, inseguridad, desempleo) era desde luego importante, pero al mismo tiempo apenas satélite de un sol mayor –para muchos, el gran problema italiano- que es la gigantesca deuda pública, cada vez más inmanejable debido a la incapacidad de las élites italianas de aplicar reformas más que urgentes.

      Es esa deuda la que obliga a más impuestos, drena recursos para la investigación y la competitividad, dispara el desempleo y alienta la xenofobia en un país donde los extranjeros han sido parte de la fundación de Roma desde el asilo de Rómulo a miles de inmigrantes. En el medio, un estamento burgués adulterado por egoísmos como para declinar intereses particulares en función de un diseño general.

      Las cuentas de Italia generan vértigo.La deuda pública equivale al 132,6% del PBI (2,2 billones de euros). En este año, deberá pagar casi 100 mil millones en intereses y refinanciar bonos por 390 mil millones, según el Ministerio de Finanzas. En 2017, la economía creció un 1,6%, pero los intereses que se paga a los mercados superan esa cifra. El pronóstico empeora si se advierte que la “economía en negro” ronda entre el 13 y 16% del PBI y que una evasión fiscal altísima para el nivel europeo llega a los 111 mil millones de euros al año.

      Desde afuera, cuesta comprender cómo Italia no llega a un acuerdo para quitarse ese elefante de la espalda. Pero también es cierto que el débito se ha convertido en un jugoso negocio. Según la oficina estadística de la Unión Europea, dos tercios de esa deuda están en manos italianas. Son bancos, empresas y grandes familias que reciben anualmente intereses de su inversión pagados con impuestos por todos los italianos.

      El mecanismo lubrica una masiva redistribución desde las franjas más bajas de la población a las más altas, que son las que pueden comprar bonos de deuda. La reducción de la progresividad impositiva y el fenómeno de la evasión agudizan esta transferencia de dinero. Es como si las dos manos de ese organismo que es Italia, aquella que paga y aquella que recibe, no pertenecieran al mismo cuerpo.

      No parece ajeno a esto el desmantelamiento de la gran industria. Dos respetados académicos, Fulvio Coltorti y Luciano Gallino, analizaron este fenomenal cambio de la matriz económica del país, el último con un libro de título impiadoso: “La desaparición de la Italia industrial” (Einaudi, 2003). En 1990, la FIAT tenía 237 mil empleados en Italia; hoy a apenas 84 mil. Su mayor plantel está en el exterior.

      Hace un cuarto de siglo, el duopolio entre empresas de Estado y las grandes familias del capitalismo local, base del milagro italiano, comenzaba a desvanecerse. Hoy las grandes firmas (más de 250 trabajadores) son apenas el 0,1% del total, mientras que el 95,3% de las empresas tienen menos de nueve empleados.

      Son éstas las orgullosas herederas de aquel extraordinario sistema de artesanos que se inició en los mercados medievales al amparo de señores y curas. En las últimas décadas, sin embargo, mientras el Estado se achicaba, las dinastías empresariales comenzaban a vender sus marcas. Cabe preguntarse si parte de ese dinero no ha ido a engrosar también el negocio de la deuda.

      De todo esto, no cae una palabra de la boca de los postfascistas que han hecho creer a los italianos que su principal problema son los inmigrantes. Ese idealismo por el compromiso del que hablaba un espíritu generoso como Bobbio y el ánimo de acuerdo para reformas de gran calado ya no existe en buena parte de la clase dirigente, encerrada en sus pequeñas discusiones de bar.

      Hace medio siglo, el capital y el trabajo hallaron una senda común. No fue un azar que el mayor Partido Comunista de Occidente haya convivido con la democracia cristiana en el país que inventó la Iglesia y el capitalismo.

      Hoy, en cambio, los discursos de la izquierda y la derecha están sometidos al mercado y apenas divergen en temas éticos. Y es esta ausencia de contrastes la que abre aún más el vientre del país a las peores pulsiones irracionales: la Liga del Norte ya es un ejemplo.

      La derrota histórica de la izquierda clásica en los 90, cuando cayó el Muro y llegó Berlusconi, dejó sobre el campo a dos derechas -una cosmopolita, liberal; y la otra, nacionalista, cada vez más racista- y un único modelo económico. En esto, poco se diferencia Italia del resto de Europa. Mientras tanto, los problemas se agravan y todavía el gato italiano busca su cascabel. Como están las cosas, sería un milagro que lo encontrase luego de estas elecciones.


      Sobre la firma

      Claudio Mario Aliscioni

      Prosecretario de Redacción de Clarín caliscioni@clarin.com

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