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      Elecciones en Estados Unidos: la resistencia femenina que hace tambalear a Donald Trump

      En 2016 no conocían a este hombre que cada vez que puede las maltrata. Ahora, parece, ya lo conocen y están dispuestas a darle la espalda.

      Elecciones en Estados Unidos: la resistencia femenina que hace tambalear a Donald TrumpEl presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el avión rumbo a un acto de campaña. Foto Reuters

      En el resto del mundo, concepto un poco ajeno en este ensimismadísimo país, la noticia principal es el coronavirus. Acá es el virus Donald Trump.

      Tras una semana en Pensilvania, estado que los expertos dicen que va a ser decisivo en el resultado de las elecciones presidenciales, donde tanto Trump como su rival Joseph Biden van a celebrar los últimos actos de sus campañas este lunes, he llegado en auto con mi amigo Lenny a la relativa paz de Nueva York. En el camino escuchábamos como siempre la radio. Oímos esta grabación.

      “Martha, apurate. Rápido. Rápido. ¡Vamos! ¡Rápido! ¡Tenés un minuto! ¡Un minuto, Martha! No quieren oír esto, Martha. Dale. Vamos, vamos. ¡Rápido, rápido, rápido! ¡Dale! ¡Vamos!” Era Trump en un mitin electoral en Arizona. Martha es Martha McSally, una senadora de su partido republicano que va a sufrir para no perder su escaño en las elecciones del martes. Por eso se le dio la inusual oportunidad de compartir el escenario con Trump.

      Pero llegado el momento, Trump no pudo contenerse. No pudo hacer un pequeño sacrificio para su propio partido. No pudo exhibir la más elemental cortesía hacia una mujer que ha sido su fiel aliada en Washington y que, por cierto, llegó en su día al rango de coronel en la fuerza aérea, habiendo sido la primera mujer en la historia de Estados Unidos en entrar en combate como piloto de un avión de guerra.

      Para Trump, irrelevante. Ante la singular e insoportable noción de no ser por un momento el único centro de atención, la humilló. Ante las 15.000 personas presentes en el acto de Arizona, y las millones más en radio y televisión, le grita que a nadie le interesa lo que ella vaya a decir, que le daba un minuto máximo, que se vaya rápido, rápido para que la gente le pueda escuchar (durante casi hora y media, resultó) a él, el rey sol, el dios naranja que los fieles habían acudido a alabar.

      Escuchamos la grabación y Lenny me comentó: “¡Y después se sorprende de que las mujeres no van a votar por él!” Es que es verdad. Todo indica -las encuestas, los infinitos análisis, las entrevistas que los medios han hecho ya con media ciudadanía- que las mujeres van a tumbar a Trump, que Biden va a ganar las elecciones gracias al voto de las mujeres, concretamente las mujeres blancas, 53 por ciento de las cuales votaron por él en 2016.

      Entonces tenían la excusa de la ignorancia. Bueno hasta cierto punto, porque ya todo el mundo se había enterado de las innombrables groserías que soltó una vez ante las cámaras cuando se jactaba de sus dones de seductor. Pero ahora ya no hay espacio para la duda. Le han podido ver y escuchar y leer sus tuits, todos los días, durante cuatro años, y saben cómo es.

      "Me avergüenza"

      ¿Cómo es? Le pregunté a varias mujeres que me encontré en mi hotel, en un bar y en la calle en mi última parada en Pensilvania, la ciudad de Scranton, cómo veían a Trump. Me limité a mujeres blancas de la clase media urbana, ya que entre las negras -gente de mejor gusto, evidentemente- apenas el cuatro por ciento votó por Trump la última vez.

      Aquí van tres de las respuestas que recibí, todas típicas.

      “Es una persona horrible. Me avergüenza, hablando con usted, un extranjero, que sea presidente de mi país”.  “Si eliges un payaso lo que vas a tener es un circo.” “Ese hombre es un cerdo. Es basura. La más pura basura”.  Podría seguir, pero sería más de lo mismo.

      La esposa de Trump, la ex modelo eslovena Melania, hace lo que puede, pobre mujer. Apareció en otra ciudad de Pensilvania hace cuatro días vestida en lo que parecía ser el uniforme de una sargento del ejército soviético para hablar “como madre y esposa” y declarar que “Donald” tenía que seguir en la Casa Blanca “para que pueda terminar lo que empezó” y evitar que “el socialismo” destruyera el país.

      La gran rival de Melania, la hija de Trump, Ivanka (se odian, dicen), también hizo una aparición electoral esta semana pero eligió una ruta menos sofisticada para intentar convencer a las mujeres de que su papá era su hombre. Nada complicado, nada de socialismo y tal, la esbelta Ivanka decidió que la mejor manera de comunicarse con las matronas que acudieron a escucharla en la ciudad de Milwaukee, Wisconsin, sería hablando de postres, específicamente de helados.

      “La gente de este estado come 21 millones de galones de helado cada año”, arrancó Ivanka, entre sonrisas agradecidas y aplausos de orgullo cívico. “Wow! ¡Cuando mis niños se enteraron de esto dijeron que querían mudarse a esta ciudad!” (Risas histéricas, más aplausos.) “¡Así que la familia Kushner (el nombre de su marido) puede que se venga a vivir a Milwaukee!” (El público se pone de pie, como si Ivanka hubiese marcado el gol de la victoria en la final de la copa del mundo.) Sí, éste es el nivel. Habrá convencido a las trumperas incondicionales, estancadas muchas de ellas en una visión del mundo de los años cincuenta, pero difícil que sus argumentos gastronómicos hubieran hecho mucha mella en las que han dado el paso al siglo XXI, por ejemplo las que veo por mi ventana ahora paseando por las calles de Nueva York.

      En camino a acá, en Nueva Jersey, hablamos con un profesor universitario que nos dijo que eran las mujeres las que estaban potenciando la derrota de Trump, que entre otras cosas miles de ellas habían estado tocando puertas en su estado a favor de Biden. Sí. Las mujeres están liderando la resistencia a Trump, está claro. Y Trump lo sabe. En un discurso hace un par de semanas exhibió su desesperación ante esta ineluctable realidad.

      “Mujeres de clase media,” exclamó, “¡por favor quiero gustarles! Por favor. ¡Por favor!” Pero, una vez más, no pudo controlarse. Metió la pata. Estaba impaciente, no tenía tiempo, tenía otras cosas que hacer y, acto seguido, agregó: “¡Por favor! Pero…miren, no tengo tanto tiempo como para hacerme el simpático. Tengo prisa. Me tengo que ir”. Y se fue. Y unos días después se publicó el resultado de una encuesta del New York Times que indicó que el 56 por ciento de las mujeres blancas tenían una “muy desfavorable” opinión de él. Y por eso va a perder las elecciones. Y por eso la candidata demócrata a vicepresidenta, Kamala Harris, va a trabajar en la Casa Blanca durante los próximos cuatro años y el absurdo y misógino Donald Trump no.


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      John Carlin
      John Carlin

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