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      Una noche de terror esperando el golpe de Sandy

      Una noche de terror esperando el golpe de SandyCLAIMA20121030_0088 AP Autos bajo el agua en Nueva York, tras el paso de Sandy./ AP
      Redacción Clarín

      A las 20.30 empezaron los primeros bajones de electricidad. Y 8 minutos después la luz se cortó. La parte sur de Manhattan se transformó en una boca de lobos. El silencio absoluto en el que sumió la ciudad sólo se quebraba por las sirenas de ambulancias y autobombas. Lo peor de todo: esperar. La cuenta regresiva para que Sandy golpeara se volvió eterna. Los minutos no pasaban más y las ráfagas contra las ventanas que se sacudían como hojitas insignificantes sólo empeoraban la situación.  Por Dios que pase de una vez.

       

      No había opción. No había nada para hacer. Solo mirar por la ventana y esperar. Esperar también a que Sandy no las volviera añicos. Dormir vestido fue la opción más razonable e incómoda. Los bolsos listos, cerrados. Como si uno pudiera llevárselos en caso de tener que…  ¿escapar? ¿Va aguantar esta chapa que hace las veces de techo? Muy moderno el loft. ¿Sandy sabrá de diseño?

       

      Las vueltas en la cama siguen y siguen sin parar. Igual que las ráfagas, cada vez más fuertes. La última imagen que transmitió la TV da vueltas en la cabeza: un periodista reportando sobre la costa, el agua hasta las rodillas, volando contra una columna por una ráfaga. “Les aseguro que nuestro colega está bien”, dice el conductor del noticiero cuando se corta la señal. ¿Habrá que creerle?

       

      Sandy no llega aún, pero se lo escucha cerca. Ruge como loco afuera, en la calle. Ya no es seguro volver a mirar por la ventana como horas antes, cuando todavía un par de transeúntes caminaban por allí. La mayoría hacia el norte de la ciudad, huyendo del agua que entraba por el sur.

       

      El techo cruje, las paredes tiemblan. Sandy está cerca y uno se le cruza rezar. Tampoco sirve. El pecho se cierra. La lengua se seca. Las ventanas aguantan. El miedo se cuela en los huesos.

       

      Los ruidos que llegan desde la calle ponen los pelos de punta. Marquesinas revoleadas como un frisbee, árboles derrumbados, ramas quebradas, autos partidos en dos. Sandy no perdona.

       

      En algún punto, el cansancio gana la batalla y uno se duerme. No mucho pero se duerme. Y sueña con el huracán. Con el techo que se vuela en serio. Pero no, sigue ahí cuando uno se despierta sobresaltado. Son casi las 7 y empieza a haber algo de luz. Las sirenas de las autobombas siguen sonando. Las ventanas aguantaron. Y por ellas, se puede ver lo que Sandy dejó: carteles arrancados, vidrieras hechas añicos, calles tapizadas de verde, ramas por todas partes, basura por todos lados (ayer la sacaron casi como de costumbre), sótanos inundados, la gente azorada por las veredas, policías en cada esquina. ¿Pasó? ¿Ya está? Un policía sentado, calentito, adentro de un patrullero, no entiende la pregunta. Apenas habla inglés. Es hindú. Y cuando uno pregunta: “Is it over?”, ahí si entiende y dice “Yes, yes, over. Now safe”.


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