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      Un sistema carcelario que favorece la reproducción de la criminalidad

      Según un informe oficial, Brasil tiene una tasa de presos que duplica el promedio mundial.

      Un informe confeccionado por el sistema de información penitenciaria de Brasil reveló, en abril último, que el país tiene 622 mil presos en todas sus cárceles. Esto representa una tasa de 306 detenidos por cada 100.000 habitantes, es decir, más del doble de la media mundial de 144.

      Un perfil de la población que albergan los penales en Brasil país mostró al mismo tiempo que casi 62 por ciento de los encarcelados es de raza negra y que un 55 por ciento son jóvenes de entre 18 y 29 años. El documento, publicado en el sitio online del Ministerio de Justicia brasileño, advierte: “Nuestro sistema punitivo, forjado bajo el signo de la esclavitud y de la exclusión, consagró un patrón organizacional y estructural de establecimientos carcelarios, que son el retrato de la violación de los derechos de las personas privadas de su libertad”.


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      Brasil se encuentra en el cuarto lugar mundial en cuanto al volumen de detenidos. Primero están Estados Unidos, China y Rusia. Pero el gigante sudamericano, según ese dossier oficial, “sigue una trayectoria diametralmente opuesta a la de los otros países, con un incremento de la población en las cárceles de 7 por ciento anual”. Y advierte que “no hay evidencias de que vaya a producirse cualquier resultado positivo en la reducción de la delincuencia o en la construcción de un tejido social cohesionado y adecuado”. 

      El problema, afirman las propias autoridades de los presidios, es que ese incremento “no se acompaña con una reducción de la reincidencia en crímenes violentos, ni tampoco en una sensación de mayor seguridad por parte de la población brasileña, lo que hasta podría justificar el enorme costo social y financiero del encarcelamiento”. El documento es aplanador en sus conclusiones al señalar que, “por el contrario, la cárcel ha reforzado los mecanismos de reproducción de la violencia que involucra vulnerabilidad, delito, prisión y reincidencia”. Todo ello, afirma finalmente, “sirve de combustible para las facciones delictivas”.


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      Después de la masacre en Amazonas, el ministro de Justicia Alexandre Moraes defendió la necesidad de introducir cambios en la ley penal de modo que representen un castigo mayor para quien comete delitos violentos y uno menor, o más blando, para aquellos hechos sin violencia como pueden ser los arrebatos. Para este funcionario, con esta estrategia sería suficiente para desahogar el sistema carcelario “sin necesariamente crear más lugares”. Hay también una excesiva demora de la justicia para sentenciar a los detenidos. Según el estudio sobre las cárceles brasileñas “40 % de los presos son provisorios. O sea, no tuvieron condenas ni siquiera en primer grado”.

      Uno de los datos aportados por los especialistas es que, en 2004, la tasa brasileña de detenidos era de 135 presos por cada 100 mil habitantes. Es decir, se duplicó en los últimos 14 años. Otro índice resulta notable y que habla con elocuencia de cómo funciona el sistema: cada año pasan por las cárceles en algún momento un millón de brasileños.

      En cuanto al tipo de delitos, muestra que el 28 por ciento de los encarcelados, fueron culpables de delitos de narcotráfico, mientras que el 25 por ciento lo fueron por robo; un 13 por ciento por haber cometido hurtos y un 10 por ciento final que llega a la cárcel después de haber cometido homicidio. Para el director de la investigación, Renato de Vitto, “es importante resaltar los daños que ocasiona la prisión no solo para los encarcelados sino también para su círculo familiar. Creemos –sostiene—que es preciso invertir en soluciones más sofisticadas, como alternativas penales y programas de trabajo y educación que permitan la reinserción del individuo en la sociedad”.

      Al dramático diseño de esta realidad penitenciaria se suman las precarias condiciones de salud que afecta a los presos. En promedio, tienen una elevada chance de contraer tuberculosis (28 veces mayor que la población brasileña en general). Y la incidencia del sida es elevadísima si comparada con la media: de 1,3% contra 0,4% de los brasileños. Como además lo demuestra el informe, la tasa de mortalidad violenta es elevadísima: 95,23 por cada 100.000 habitantes, cuando en Brasil la media es de 29,1 por cada 100 mil. La matanza de ayer, en el penal de Amazonas, tiene otro elemento destacable: es la segunda mayor tragedia de las cárceles en Brasil. Hasta ahora, la pero fue en Carandirú, penal de San Pablo, donde 111 detenidos perdieron la vida en 1992 a consecuencia de una brutal represión policial.


      Sobre la firma

      Eleonora Gosman
      Eleonora Gosman

      Corresponsal en San Pablo egosman@clarin.com

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