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      Tras derrocar a un dictador, en Sudán piden un gobierno civil y democrático

      Hay temor de que los militares se perpetúen en el poder. 

      Tras derrocar a un dictador, en Sudán piden un gobierno civil y democráticoDesde la caída de Omar Hassan al-Bashir, jóvenes sudaneses disfrutan nuevas libertades. Un café en Jartum (Bryan Denton para The New York Times).
      Redacción Clarín

      Por DECLAN WALSH 

      JARTUM, Sudán — La minivan avanzaba a toda velocidad a lo largo del Nilo, zigzagueando entre el tráfico. La novia iba sentada en la parte delantera con un vestido rosa, un bolso brillante en el regazo y los pies vendados. La novia, Samar Alnour, recibió dos disparos el mes pasado durante el levantamiento que depuso al dictador de Sudán, Omar Hassan al-Bashir. Ahora se dirigía al sitio de la protesta para casarse con el hombre que la salvó.

      Muntassir Altigani, de 30 años, un trabajador de la construcción, se precipitó a ayudar a Alnour cuando sangraba tirada en la calle. Las balas pasaban zumbando. Al igual que ella, se había unido a la revuelta como un alarido contra el mal gobierno de Al-Bashir.

      Se enamoraron en las semanas que siguieron.

      “Sentí que ella era muy valiente”, expresó.

      Samar Alnour, que fue herida en los pies durante protestas en abril, camina hacia un acampe tras su boda (Bryan Denton para The New York Times).Samar Alnour, que fue herida en los pies durante protestas en abril, camina hacia un acampe tras su boda (Bryan Denton para The New York Times).

      Pero la revolución no ha terminado.

      La miniván se detuvo a la orilla del lugar de la protesta donde miles de personas aún acampan afuera de los cuarteles generales del Ejército de Sudán, exigiendo la transición a un gobierno totalmente civil. Alnour, graduada universitaria de 28 años y desempleada, se levantó el vestido mientras se sentaba en una silla de ruedas y se les unió.

      Un tío la empujó hacia la agitada multitud, más allá de cafés temporales con soldados en descanso y parejas de enamorados; más allá de los poetas callejeros y oradores que declamaban sobre sus sueños para Sudán, y más allá del músico con rastas que tocaba canciones de Bob Marley.

      Seguida por una muchedumbre que vitoreaba, se detuvo en el sitio donde le habían disparado.

      En toda su vida, dijo, sólo había conocido el Sudán de Al-Bashir: un lugar sombrío donde la corrupción frustró su esfuerzo de conseguir un empleo en el gobierno. Ahora se asomaba un país nuevo, o al menos la promesa de uno nuevo.

      “Antes no celebrábamos”, comentó. “No podías expresarte ni alzar la voz. Ahora nos sentimos libres”.

      El Sudán revolucionario se ha convertido en sede de escenas fuera de lo común. Después de décadas de tener un gobierno sofocante y triste bajo el mando de Al-Bashir, una ola de euforia se ha extendido por la capital, Jartum, donde los jóvenes sudaneses gozan de libertades recién descubiertas —hablar de política, salir de fiesta e incluso encontrar el amor.

      El epicentro de estos cambios es la zona de la protesta a las puertas de los cuarteles generales militares. Las mujeres andan con jeans sin temor al acoso de la odiada Policía del orden público, cuyas patrullas han desaparecido de las calles. Las parejas conviven con facilidad, algunas tomadas de la mano.

      Cerca del Nilo, personas jóvenes se relajan en sillas de plástico sobre el césped, fumando pipas de agua que fueron prohibidas por Al-Bashir. Más cerca del agua, algunos hombres beben abiertamente de botellas de araqi, un vino de dátil cuyo consumo es castigado con 40 latigazos, según dicta la ley de la sharia de Sudán.

      El gobierno islamista de Al-Bashir había hecho que Sudán, de por sí una sociedad conservadora, no estuviera acostumbrada a tales escenas. Un contragolpe es posible. Sin embargo, el cambio reverbera mucho más allá de la zona de protestas.

      Una noche, una joven mujer vestida con jeans apretados viajaba en la parte trasera de una moto en el sur de Jartum, con el cabello suelto, algo otrora inconcebible, que probablemente invitaría al arresto.

      Ahora, hombres que pasaban en un auto tocaron la bocina y le hicieron una señal con el pulgar levantado. La mujer sonrió e hizo la señal de la victoria.

      “Los cambios fueron impactantes al principio”, dijo Zuhayra Mohamed, de 28 años, gerente de proyectos que desafió a sus padres para participar en las protestas. “Es como si el régimen nos hubiera tenido sujetos del cuello durante mucho tiempo, y ahora hay algo tan hermoso”.

      Pero, si bien se ve poco, el viejo Sudán no ha desaparecido.

      Mientras los manifestantes celebraban, Amer Yousif era azotado.

      El chofer de 35 años había sido atrapado con una botella de araqi. A la mañana siguiente un juez lo condenó a 50 latigazos, incluyendo 10 más por circunstancias agravadas.

      El juez parecía “enojado por la revolución”, expresó Yousif, levantando su camisa para mostrar un verdugón en la espalda.

      Las nuevas libertades de Sudán son frágiles. Y algunos dicen que la lucha apenas ha comenzado.

      © 2019 The New York Times