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      Los muralistas mexicanos que hipnotizaron a un hemisferio

      Una estupenda muestra en el Museo Whitney explora el profundo impacto de los pintores mexicanos - el encuentro y la mezcla que enriqueció la cultura americana.

      Los muralistas mexicanos que hipnotizaron a un hemisferio"Zapatistas", la pintura de Clemente Orozco de 1931 (Sociedad de Derechos de los Artistas (ARS), Nueva York/SOMAAP, Ciudad de México; El Museo de Arte Moderno, con licencia de SCALA, a través de Art Resource, NY)
      Redacción Clarín
      Por HOLLAND COTTER


      “Vida Americana: los Muralistas Mexicanos Rehacen el Arte Estadounidense, 1925-1945” en el Museo Whitney de Arte Americano, en Nueva York, representa una década de arduo pensamiento y trabajo. La exhibición es estupenda. Simplemente al existir logra tres cosas vitales. Da nueva forma a un tramo de la historia del arte para dar crédito donde se merece. Sugiere que el Whitney está, por fin, en camino a acoger enteramente el “Arte Americano”. Y ofrece otro argumento más de por qué tiene que desaparecer la manía que ha obsesionado a Estados Unidos de construir el muro. A juzgar por la historia contada aquí, los estadounidenses deberían estar invitando al norte a sus vecinos del sur.

      Esa historia inicia en México en la década de los 20s. Después de 10 años de guerra civil y revolución, el nuevo gobierno recurrió al arte para difundir una autoimagen nacional unificadora, que enfatizara tanto sus profundas raíces en la cultura indígena prehispánica como los heroísmos de sus luchas recientes.

      El medio elegido fue la pintura mural —monumental, accesible y antielitista. Y tres practicantes muy diferentes rápidamente llegaron a dominar el campo: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros: “Los Tres Grandes”, como los conocían sus admiradores.

      Alfredo Ramos Martínez's "The Malinche (Young Girl of Yalala, Oaxaca)," circa 1940. Credit...Emiliano Granado for The New York TimesAlfredo Ramos Martínez's "The Malinche (Young Girl of Yalala, Oaxaca)," circa 1940. Credit...Emiliano Granado for The New York Times

      Muchos de esos admiradores eran artistas estadounidenses. Algunos viajaron al sur. Otros tomaron el experimento revolucionario mexicano como modelo para hacer del arte una herramienta para el cambio social.

      Las paredes color rosa brillante de la galería de apertura de la exhibición sugieren un ambiente festivo, al igual que las pinturas reunidas allí: la imagen de Alfredo Ramos Martínez de una vendedora ambulante de flores doblándose bajo su carga de alcatraces, de 1929; una pintura de 1928 de Rivera de bailarinas oaxaqueñas; y, del mismo año, una escena de mujeres cosechando nopales, de Everett Gee Jackson, que nació en Texas y se formó en el Instituto de Arte de Chicago, antes de dirigirse a México. Vio los murales de Rivera en la Ciudad de México y creó su propia variación de lo que se había convertido en un estilo “nacional”.


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      La siguiente galería tiene obras de más o menos la misma época, pero sobre temas polémicos. Era importante para una nación que se identificaba con la lucha populista mantener encendido el recuerdo de esa lucha. Eso se ve en un gran estudio de pintura al carboncillo realizado por Rivera del revolucionario Emiliano Zapata pisoteando a un enemigo. Y en un retrato en tinta de Siqueiros del mismo líder, con los ojos en blanco. Y en una pintura de Orozco de los guerrilleros campesinos conocidos como zapatistas, enfrascados en una sombría marcha.

      Una reproducción fotográfica de "El Hombre, Controlador del Universo" de Diego Rivera.(Banco de México Diego Rivera Frida Kahlo Museums Trust, México D.F./Sociedad de Derechos Artísticos (ARS), Nueva York; Emiliano Granado para The New York Times)Una reproducción fotográfica de "El Hombre, Controlador del Universo" de Diego Rivera.(Banco de México Diego Rivera Frida Kahlo Museums Trust, México D.F./Sociedad de Derechos Artísticos (ARS), Nueva York; Emiliano Granado para The New York Times)

      Para cuando estas obras se realizaron en 1931, dos de los artistas estaban trabajando en EU; el tercero llegaría al año siguiente. Con un cambio de líderes en México, las comisiones murales se habían reducido. En EU, artistas jóvenes estaban ansiosos por explorar las posibilidades del arte público de sensibilización social.

      Orozco llegó a Nueva York en 1927. Allí enseñó pintura de caballete y grabado antes de mudarse a California a realizar un mural para el Colegio Pomona, en Claremont —un fresco de 1930 titulado “Prometeo” que el adolescente Jackson Pollock vio y nunca olvidó.

      Obviamente, la imposibilidad de tener frescos reales en una exposición donde su existencia es medular es un problema. Pero la curadora original del espectáculo, Barbara Haskell —junto con Marcela Guerrero, Sarah Humphreville y Alana Hernández— abordó el asunto al rodear reproducciones fotográficas de obras monumentales con pinturas y dibujos reales relacionados.

      A partir de este momento en la exposición, el arte estadounidense acapara la atención. Las obras de artistas que aprendieron de Rivera —Ben Shahn, Philip Evergood, Thelma Johnson Streat, Xavier Gonzalez y Marion Greenwood— superan en número a las suyas.


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      La galería final de la exposición, “Siqueiros y el Taller Experimental”, es básicamente un escaparate de Siqueiros-Pollock. Está ambientada en NY, donde, a partir de 1936, los dos trabajaron juntos como maestro y estudiante. Vemos ejemplos de las técnicas anticonvencionales que desarrolló el muralista: rociar, salpicar, gotear pintura, aplicar esmalte en capas gruesas, cualquier cosa para hacer que los resultados lucieran sin pulir. Vemos a Pollock comenzando a probar estas técnicas. Él con el tiempo los aplicaría a la abstracción.

      ¿Es exagerado decir que le debemos el expresionismo abstracto a México? Tal vez, pero sólo un poco.

      © 2019 The New York Times