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      La lupa de Tomás Eloy

      Hace años, en la sección Opinión publicamos una columna deliciosa de Umberto Eco. Rezongaba contra las bandas de turistas que desembarcan frente a un paisaje espectacular o un monumento histórico y desenfundan cámaras y celulares como metralletas. “Miren, usen sus ojos, vivan la experiencia de ese momento único antes de ocupar tiempo, neuronas y manos en las fotos que pueden encontrar en cualquier postal”, apostrofaba. Siempre me inquietan esas costumbres. En realidad, me dan envidia. La gente enfoca y gatilla, rápida como Gary Cooper (qué moderna la imagen ...).
      Ah ... si todo fuera tan fácil para los que vivimos a Magoo en carne propia porque portamos anteojos desde el jardín de infantes, y de varias dioptrías. Padecemos las letras chicas, con las que vivimos un cuerpo a cuerpo pasional y perenne. Acopiamos anteojos, lentes de contacto e incluso lupas. Porque, por supuesto, somos lectores irredentos y perpetuos.
      Acabo de sumar a mi colección un maravilloso instrumento óptico, heredado nada menos que del gran escritor Tomás Eloy Martínez. Su hijo, Ezequiel, me veía haciendo contorsiones sobre la pantalla, despotricando contra lo chiquitos que vienen algunos textos del programa de edición de Clarín. Se acercó despacito con una lupa plana, de plástico denso y marco oscuro, que su padre usaba en los viajes. Tomás no era un miope importante, pero sí un obsesivo cuidadoso, como se ve en toda su obra extraordinaria. Ahora lo que me obnubila un poco la lectura es algún lagrimeo emotivo cada vez que uso la lupa heredada.

      Analía Roffo

      aroffo@clarin.com


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      Analía Roffo

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