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      Las cadenas de la soberanía

      Las cadenas de la soberaníaIlustración: Daniel Roldán

      Bajo la presidencia de Isabel Perón y a propuesta del historiador José María Rosa, se fijó el 20 de noviembre como “Día de la soberanía nacional” que, en 2010, con Cristina Fernández, devino en feriado con regusto a “fin de semana largo” prevacacional.

      La fecha es de por sí polémica aunque, si se quiere, no puede ser más precisa: las cadenas cruzadas en la Vuelta de Obligado del Paraná no son sino un símbolo controversial. Su objeto era impedir u obstaculizar el paso de una flota militar y comercial anglofrancesa que pretendía incursionar aguas arriba bajo el principio de la libre navegación sobre un curso trinacional. Sin embargo, los derechos aduaneros de quienes controlaban el estuario –Juan Manuel de Rosas, por caso– se hicieron valer con la defensa militar.

      Pero el caso es paradigmático porque la victoria consolidada luego en el terreno diplomático fue, en rigor, “a lo Pirro”: tras pasar el escollo y librar escaramuzas aguas arriba, la flota, aun con escaso rédito, logró su propósito. Rosas fue enaltecido con glosas inflamadas y ungido por la prensa oficial-única como “el Gran Americano”: un héroe en pie ante la prepotencia imperial. 

      Las loas ocultaban que la política se inspiró en la defensa de intereses locales en desmedro de los del Paraguay y las provincias confederadas que delegaban sus relaciones exteriores.

      La idea de soberanía es compleja, abarca una multiplicidad de aspectos geopolíticos, económico-sociales, culturales y militares y se asocia con las de libertad e independencia.

      No es casual que las tres banderas justicialistas afirmadas en la Constitución de 1949 hayan sido “una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”, entramando tres aspectos que conjugaron una misma idea: la de una sociedad y un Estado que aspiraban construirse con autonomía.

      Periodicemos. Desde que Magallanes-El Cano circunnavegan el globo la independencia de una región, país o cultura se convierte en una condición relativa a los flujos político-militares y/o mercantiles-financieros.

      Durante tres siglos casi toda América fue colonia de España pero con las revoluciones como la de Mayo la soberanía retrovierte en el pueblo, su depositario natural de acuerdo al contractualismo en boga. La era del rey como soberano concluye: las “rotas cadenas” –esas sí– suben al trono “a la noble igualdad”.

      La guerra americana consuma la independencia de seis naciones del Cono Sur y –tras Ayacucho– en 1825 las Provincias Unidas del Río de la Plata firman un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña que reconoce nuestra independencia a cambio de convertirse en “nación más favorecida”.

      Desde ese acuerdo y hasta 1945, la Confederación o República Argentina participa de la órbita inglesa, relación que se profundiza desde 1880 y, aún más con el Pacto Roca-Runciman de 1933 que convierte al país en “la joya más preciada” de SMB.

      La Segunda Guerra posibilitó que el país viviera una transición de relativa independencia desde 1943 hasta que el golpe de 1955 abrió las puertas del país a una nueva potencia hegemónica. De la mano de la apertura a las inversiones de los EE.UU., la Argentina se sumó al Banco Mundial y al FMI, y aunó criterios con la remozada Doctrina Monroe de “América para los americanos”, con la Alianza para el Progreso de Kennedy en lo social, el BID en lo económico, la OEA en lo político y el TIAR y la “Escuela de las Américas” que, con eje en Panamá, uniformó a las fuerzas armadas del continente.

      Así como Belgrano y Rivadavia fueron a negociar a Madrid en 1815, Roca fue el primer ex presidente homenajeado con un gran banquete en Londres en 1887, y Frondizi será el primero en funciones en visitar la Casa Blanca y Nueva York en 1959.

      Con este enfoque, el período revolucionario abierto con las Invasiones Inglesas y el Estado de bienestar sui generis del primer peronismo se comprenden como momentos de transición entre diversos órdenes mundiales y nuestro pasado es la historia de esos vínculos con las metrópolis: 300 años con referencia en España; 120 en Inglaterra y 70 en los Estados Unidos con dos períodos transicionales de independencia relativa.

      Desde ya que esas tres épocas fueron muy distintas: la mayor o menor integración respecto de los diversos imperios no siempre fue obstáculo absoluto para el desarrollo y el crecimiento tanto del país como de su sociedad, también mutante.

      Es constatable, sin embargo, que, por lo menos desde 1976, la Argentina está en franca decadencia como también es obvio que el mundo desde 1989 con la caída del Muro y aún más en el Año II de la pandemia, ha dejado de ser el de 1945.

      La rueda de la historia no volverá hacia atrás y un viejo modelo ha cumplido su ciclo. Aquel país a veces añorado creció de la mano de un Estado vigoroso hoy inexistente; usufructuó la acumulación de capital social de generaciones y aprovechó una oportunidad excepcional mientras el actual solo multiplica sus crisis recurrentes, su endeudamiento y sistemática fuga de capitales y cerebros.

      El concepto mismo de Estado-nación debe reformularse y asociar la soberanía hoy con problemas estructurales y necesidades y derechos sociales ecuménicos y transversales: trabajo, vivienda, educación, salud, salarios y jubilaciones dignas, seguridad, ecología que reclaman un nuevo sistema jurídico-político democrático que lejos de caudillismos perimidos elimine privilegios inadmisibles.

      Nunca más cierto, por lo tanto, que las “cadenas” de Obligado son solo un obsoleto capital imaginario para nutrir esa “argentinidad” anacrónica anclada en su impotencia, una evocación completamente pasada de moda; una mera remembranza de una soberanía virtual.

      Ricardo de Titto es historiador.


      Sobre la firma

      Ricardo de Titto
      Ricardo de Titto

      Historiador. Autor de “Hombres de Mayo” y “Las dos independencias argentinas”

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