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      La carne es débil

      La corrupción en gran escala tenía en Brasil extendidos los límites más allá del clásico de la obra pública. Las enormes cifras de las coimas parecían inescalables. No era así. Esa corrupción volteó todos los escrúpulos imaginables: penetró la alimentación, amenazando la salud de la gente.

      Una veintena de frigoríficos y entre ellos los de dos multinacionales con presencia en Argentina coimeaban para evitar los controles sanitarios, resorte inexcusable del Estado. Esta etapa superadora de lo conocido ha sido bautizada "Carne débil".

      El jefe de la Policía Federal brasileña, Mauricio Moscardi, fue mucho más claro. Reveló que se usaban ácidos, alguno cancerígeno, y otros químicos, algunos también cancerígenos, para “disimular las características físicas del producto podrido y su olor”. El policía no va con eufemismos: habla de carne podrida.

      El hecho extiende un inquietante alerta sobre el mundo: la corrupción no encuentra límites. No hay justificativo ni clásico (“roban pero hacen”) ni innovador (“la corrupción democratiza la política”) que pueda adornar (si esa es la palabra adecuada) este escándalo. En este caso, el brasileño, se puede decir como en la tragedia ferroviaria de Once: la corrupción mata.

      La reacción argentina fue anunciar que se aumentarán los controles sobre carne de cerdo y aviar, además de los clásicos pavos de fin de año. Desde un punto de vista diplomático, la prohibición lisa y llana de la importación de carne procedente de Brasil -como lo hizo Chile- tendría otras consecuencias sobre el acuerdo global que tienen Buenos Aires y Brasilia.

      Porque lo primero que se ve es la reacción de los importadores. Si no es el mundo, es casi medio mundo el que prohibió las importaciones de carne brasileña. Más problemas económicos para el gobierno del presidente Temer, que ya tiene demasiados y graves problemas que al final son de todos los brasileños. Y de rebote, los países como Argentina que tienen una muy fuerte relación económica.

      Posible o probablemente no va a ser la primera vez, ni en Brasil ni en otro lugar, que alimentos en mal estado pasan controles con coimas. Pero otra vez es la escala lo que asusta, su crecimiento también sin límites. Considerar el contagio de cepas iguales o distintas de corrupciones no es ficción.

      Brasil se ha convertido en un globalizado espejo para corruptos, esto dicho desde un país que no se ha quedado atrás con las coimas y los sobreprecios. Ese paisaje aparece con todo su esplendor en las investigaciones y entramados societarios que se montaron para tratar de esconder la plata derivada de la obra pública durante el gobierno de los Kirchner, como está trascendiendo de las investigaciones judiciales.

      Es difícil, pero se tendrá que ver, que este nuevo escándalo pueda suavizar el de la constructora Odebrecht. Hoy se suman. Por claras razones políticas y económicas, para Brasil lo mejor será desmontar convincentemente su extendida matriz de corrupción.

      La política regional tiene que tomar nota de que no puede seguir dando asilo a la corrupción. Y los partidos, dirigentes y gobiernos que basen su financiación en esos mecanismos estarán expuestos a que estos escándalos, producto de su propia codicia, termine enterrándolos en el pantano de la corrupción.

      La carne es débil, parafraseando el nombre del operativo que destapó este escándalo.


      Sobre la firma

      Ricardo Kirschbaum
      Ricardo Kirschbaum

      Editor General de Clarín rkirschbaum@clarin.com

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