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      Una extraña forma de achicar el Estado

      En materia de comercio y política exterior, nadie debería olvidar que nos interesa ganar mercados, no multiplicar conflictos.

      Una extraña forma de achicar el EstadoDaniel Roldán

      Días atrás, el presidente Javier Milei anunció que su gobierno transferirá al sector privado algunas funciones del comercio exterior que en el resto del mundo son cubiertas, sin drama ni fantasías conspirativas, por la gestión del Estado.

      Lo digo con la autoridad de quien tuvo la suerte de participar y coordinar, durante varias décadas, la compleja tarea de liberalizar el intercambio de bienes y servicios (la OMC), el proyecto hemisférico del ALCA, ciertas actividades ligadas a la OECD y en muchos otros foros mal atendidos y peor entendidos por la burocracia y la clase política de nuestro país.

      La aparente intención de esta nueva movida radicaría en lograr que los empresarios se hagan responsables de atender los vínculos con naciones que, según el ruidoso diagnóstico oficial, adhieren al pensar “colectivista” o son parte de la “marea rosa”.

      Siempre creí que las empresas estaban para ganar plata, no para ocupar las funciones de quienes no están dispuestos a lidiar con sus misiones específicas.

      Los más importantes e influyentes de esos países se caracterizan por convivir con el infierno proteccionista concebido por burócratas de paladar negro, con los que nosotros deseamos suscribir un proyecto de Acuerdo insustancial y mal parido (es lo que organismos centrales como la Comisión de la UE y el Parlamento Europeo vienen diciendo con todas las letras).

      El comercio es comercio si el asunto está en manos de quien realmente conoce el tema. Y el peor pecado de una cultura Occidental que en estos días hace poca sombra en el piso, es la visible escasez de liderazgo y fe doctrinaria que prevalece en sus clases políticas.

      Estamos hablando de tercerizar la negociación con la Unión Europea UE) y con las enmarañadas naciones asiáticas que hoy absorben una sustantiva parte del comercio mundial. Aunque la voluminosa demanda de bienes y servicios de esas regiones no es fácil de satisfacer, sería frívolo decir así nomás que podemos prescindir de tales mercados.

      También es cierto que hay mucha política entreverada en estos asuntos, pero el mundo no tiene la culpa de que la Argentina haya abrazado con orgullo la causa del analfabetismo técnico y el temor a involucrarse en decisiones lúcidas de alto vuelo.

      Lo curioso del asunto, es que tanto los adjetivos como las etiquetas empleadas por el primer mandatario al hacer ese anuncio, es que tales dichos resuenan como el vocabulario creado durante la prolongada etapa de la guerra fría y del imperio soviético.

      Es un lenguaje que no encaja con el que circula en las redes sociales o el que seduce a la generación que creció sin saber el significado de la palabra abstinencia.

      El mandatario tampoco aludió a la agenda de los foros que hoy discuten, definen y adoptan las variantes de filosofía política del planeta, ya que la dirigencia de Occidente, o lo que queda de ella, no tiene el menor interés de aplicar en sus países la noción austríaco-criolla de lo que es economía social de mercado.

      Tanto el presidente Joe Biden, como el ex presidente Donald Trump, se sienten cómodos al coquetear con el proteccionismo regulatorio, el comercio administrado, las modalidades más populares de capitalismo de amigos y la manipulación económica. Están felices de haber generado el artificial proceso de reindustrialización apoyados en la ley IRA y otras argucias.

      En noviembre próximo sesionará, en Río de Janeiro, la Cumbre del G20 (ver mis columnas anteriores), esta vez presidida por el país anfitrión y por el líder petista, Luiz Inácio Lula da Silva. De no mediar un faltazo político, estarán sentados alrededor de la mesa ciertos dirigentes que Milei incluyó en su lista negra de “colectivistas y zurdos”.

      Si el Presidente cambiara diplomáticamente de guion, siempre puede optar por la valiosa diplomacia de proyectos. Para entonces, las posibilidades van a ser claras: sólo evitará la incredulidad de sus pares si decide ceñirse a la agenda y reivindica las reglas contractuales de la política comercial del planeta, así como a las disciplinas y ritos que se encaminan a poner en marcha ideas y medidas concretas de cooperación global o regional, sin promover un estéril debate sobre preferencias ideológicas.

      Quizás si todos revisáramos nuestros pronósticos, deberíamos recordar que los economistas que encandilan a la dirigencia libertaria, como von Mises, von Hayek y Milton Friedman, nunca se toparon con el desafío de conducir el reciclaje y el aprovechamiento de las cadenas de valor; el sólido rechazo al proteccionismo reglamentario que patrocinan las clases políticas de la Unión Europea, Estados Unidos y China; la necesidad de mitigar honestamente el proceso de cambio climático y los coletazos de la inteligencia artificial.

      El dueño de casa propone que el G20 hable sobre la equidad, la pobreza, la inclusividad y la reforma del orden internacional. No hay razones lógicas para confrontar.

      Milei debería recordar que al definir el proceso de relocalización estratégica de las cadenas de valor, la Casa Blanca parece haber elegido, hasta el momento, a la India, en cierto modo Turquía y ni más ni menos que al nuevo Vietnam.

      También incluiría a Costa Rica y a los socios del nuevo NAFTA (el USMCA), aunque todavía México no está en carrera por la existencia de gigantescos conflictos migratorios y el paralizante temor que ejercen las actividades del narcoterrorismo (ver mi columna anterior).

      Tampoco es claro el perfil de estirpe capitalista que espera nuestro gobierno de sus socios comerciales.

      Sin embargo, la parte más sensible de esta movida es que la tendencia a establecer decisiones discriminatorias puede detonar un pilar básico de la política exterior, al proponer de hecho un trato diferencial para las distintas categorías de socios comerciales.

      Los miembros de la OMC, y la Argentina es uno de ellos, pueden legislar soberanamente, sin inhibiciones, siempre y cuando sus medidas y prácticas comerciales sean consistentes con las disciplinas sobre transparencia, no discriminación y trato justo del Sistema Multilateral de Comercio.

      En otras palabras, el atajo oficial no exime a nadie de aplicar las disciplinas sobre liberalización del comercio, comercio justo (un concepto que Trump creyó haber inventado en su efímera presidencia) y el desarrollo económico.

      Por otra parte, es obvio que ningún relato, discurso o acción picaresca habrá de erosionar los pilares de ese Sistema.

      En todo caso se trata de reglas que establecen un marco contractual que también permite enderezar, legalmente, los enfoques desviados de los gobiernos que ignoran sus obligaciones.

      Es preciso saber que cualquier reforma copernicana nos puede hundir en la libertad de cerrar, no la de abrir racionalmente las fronteras comerciales, lo que sería una estúpida forma de activar la reinserción del país en el mundo. Además, sería suicida perder, por ignorancia, el amparo de normas que prohíben restringir el comercio entre miembros de la Organización.

      Nadie puede olvidar que todos los días y en todos los rincones del planeta, los Estados se esmeran por asistir a sus productores de divisas, no a instarlos a resolver las pálidas que crea o no consigue resolver la gestión de gobierno.

      Otra regla no escrita de aceptación general, es que los gobiernos compiten entre sí para dar la máxima asistencia posible a los productores y exportadores y, en estos tiempos, a los nostálgicos intentos de reindustrialización.

      Mientras se redacta esta columna, el gobierno y la comunidad pensante de Estados Unidos se pregunta si dará su visto bueno a la adquisición de US Steel por parte de Nippon Steel (acero por supuesto) alegando, por pudor, motivos de Seguridad Nacional.

      La firma japonesa goza de gran prestigio, proviene de un país del G7 y tiene la tecnología apropiada para enfrentar los ajustes que no lograron concretar sus actuales propietarios. El competidor monopólico es China.

      Un famoso e histórico lobista del sector siderúrgico de ese país, el embajador Bob Lighthizer, titular de la Oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos durante el mandato presidencial de Donald Trump, es el que participó en la guerra comercial iniciada con acero y el aluminio en marzo de 2018, donde también cayó como víctima nuestro país. ¿Está claro Presidente?

      La siderurgia de Estados Unidos lleva unos 123 años atada al cuento de la industria infantil (Artículo XVIII del GATT 1994 y resoluciones ad hoc). ¿Cuándo diría usted, querido Jefe, que sería el tiempo de inducir al uso de los pantalones largos en ese sector económico? .

      La OMC no se halla en su mejor etapa, pero no es un club de campo. Está compuesta por 164 Miembros entre países, territorios aduaneros y regiones con status especial (la Comisión de la UE) y por 25 Observadores, entre ellos el Vaticano, a cuyo representante podemos saludar con un simple apretón de manos.

      Algo similar ocurre con las negociaciones de Acuerdos regionales de integración, como el Mercosur y el proyecto de Acuerdo birregional de Libre Comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. Al dirimir estrategias, nadie debería olvidar que nos interesan sus mercados y sus proyectos, no sus telarañas proteccionistas o prebendarias.

      En otras palabras, nos interesa ganar mercados, no multiplicar conflictos.

      Jorge Riaboi es diplomático y periodista


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      Jorge Riaboi
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