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      El mal cine es el que cree que tiene derecho a mentir

      Con la excusa de que no son documentales, dos películas recientes distorsionan gravemente la realidad de los hechos que reflejan.

      Redacción Clarín

      Las películas que presumen de decir la verdad deben tener libertad para mentir? Dos películas que acaban de estrenarse plantean nuevamente la vieja pregunta.

      Argo cuenta la historia de la huida de unos diplomáticos estadounidenses de Irán en 1979.

      Zero Dark Thirty relata el más reciente asesinato de Osama bin Laden.

      Ambas ya despiertan polémica.

      La primera, Argo, comprensiblemente enfureció al embajador británico en Teherán de aquel momento, Sir John Graham, al asegurar que “rechazó” a los diplomáticos estadounidenses fugitivos. Lo dejó “muy apenado que los realizadores estuvieran tan mal informados”. La embajada británica acogió a los fugitivos y éstos se mudaron a la embajada canadiense sólo cuando la británica quedó expuesta a ataques. Uno de los norteamericanos, Robert Anders, corroboró plenamente los dichos de Graham diciendo que el film “es absolutamente falso.

      Los británicos nos hicieron sentir muy cómodos y fueron muy serviciales … Estamos eternamente agradecidos”.

      Entretanto, Zero Dark Thirty muestra escenas horribles de ahogamientos simulados de la CIA como algo que contribuyó a la captura de bin Laden. Los participantes sostienen que eso no ocurrió y, peor aún, que justifica la tortura “por una buena causa”.

      La directora de la película, Kathryn Bigelow, contesta que la suya es “sólo una película”, no un documental, e invoca los derechos que le concede la primera enmienda “de crear obras de arte” y decir lo que le dicta la conciencia.

      Al parecer, se ha embarcado en una campaña a favor de la tortura y no en contra.

      Los realizadores de filmes presentados como “historias reales” alegan que sus tergiversaciones no importan porque ellos “sólo están haciendo cine” o que se justifican como parte de una causa noble. Sin embargo, difícilmente puedan ser las dos cosas. En mi opinión, el cine es el género cultural que define a nuestra era. Merece que se lo tome en serio y, por lo tanto, ser criticado por sus deficiencias. Si el “docudrama” más aclamado, La lista de Schindler de Spielberg, pudo hacer el esfuerzo de verificar los datos de su trama, ¿por qué no debería hacerlo todo filme que presuma de contar la verdad histórica?

      Puede que la ficción sea gratuita y la realidad cara, pero los cineastas no carecen de investigadores. La falta de fidelidad a la verdad en la prensa escrita puede motivar un juicio. El plagio y las mentiras son delitos periodísticos graves. Si un diario acusara a Graham de cobardía antiamericana, habría una enérgica refutación y una retractación.

      A los periodistas se les dice que hacen “el primer borrador de la historia”, con la insinuación de que un historiador como Dios manda pronto vendrá a hacerse cargo. Ambos ahora se ven abrumados por una ola gigantesca de cineastas que reclaman el mismo derecho a la palabra verdad pero sin ninguna de sus disciplinas.

      Copyright The Guardian, 2012. Traducción de Elisa Carnelli.


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