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      Las mudanzas son cosa de valientes

      Cambiar de casa es un proceso extenuante. El que se muda cruje desencajado, pero vive también la ilusión de los inicios.

      Empacar tus cosas en cajas con leyendas de "frágil" y "muy frágil" te ibliga a escoger qué llevar a tu próxima casa. Mudarse también puede ser un viaje interior.

      Mudarse invita a odiar sin disimulo al acumulador compulsivo que llevamos dentro: ¿qué interés puede tener después de tantos años el programa de mano de un musical que vimos antes de 2000 o los borradores del cuestionario de aquella entrevista? ¿Por qué no cultivar un poco más el desapego y donar al sobrinerío los muñequitos de personajes como Charly, Lola y Lotta que amaron nuestros hijos? (la última respuesta es sencilla: sintetizan sus infancias y eso los vuelve atesorables).

      Estoy exactamente en ese punto: mudando. Nos ha llevado todo un día de acarreos, 23 valijas y 50 cajas de distintos tamaños para albergar libros, ropa, adornos, enseres y artefactos. Llovió durante la descarga y se rompió el ascensor en la subida de las cosas al quinto piso que nos cobijará a partir de ahora, pero aterrizamos.

      Hablo de mudar (quien lo probó lo sabe), que quiere decir cambiar de dirección, pero también de piel, de línea de subte de cabecera, de verdulería, farmacia y almacén de barrio. Y como suele suceder con todo lo que nos emociona y estresa en proporciones parejas, había olvidado el costado menos amable de la experiencia.

      Con la casa llena de cajas con leyendas de “frágil” y “muy frágil”, sin poder encontrar ahora mismo mi cepillo de dientes, recuerdo que mi padre vivió durante prácticamente todo su matrimonio y hasta su muerte, los 42 años que se disfrutaron mi madre y él, en el mismo departamento en el que nosotros crecimos. Afirmaba que las mudanzas son vivencias desquiciantes, comparables a las pérdidas, que demandan una energía sobrehumana para adaptarse a lo nuevo.

      Mientras esquivo los accesorios de baño que el plomero juró que terminará de instalar mañana, no puedo sino darle la razón a papá en lo que toca al desajuste, pero siento que lo que no entraba en su mirada era la ilusión que puede darte empezar algo bajo otro techo, más allá de los trabajos. Esa intervención de afuera hacia dentro que nos llena de luz, vale cada gramo de trastorno.

      El cambio mayor es de cierto paisaje interior; saber cómo girará la conversación permanente que mantenemos con nosotros mismos en otro sitio, con las ventanas hacia otro punto cardinal.

      “Ma, ¿cuál es tu lugar favorito en el mundo?”, consultó Cata en nuestra última conversación sesuda. Una pregunta que respondió ella misma: “El mío es el living de casa”. Sea.


      Sobre la firma

      Raquel Garzón
      Raquel Garzón

      Periodista y poeta, construyó una carrera a ambos lados del Atlántico. Es autora de cinco libros de poemas, entre ellos, "Riesgos de la noche" y "Monstruos privados", ambos publicados por Alción. rgarzon@clarin.com

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