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      Ola xenófoba: la nueva amenaza

      Tanto en América como en Europa, el principal problema de convivencia no son los refugiados en sí mismos, sino la utilización de su existencia por algunos líderes políticos.

      Ola xenófoba: la nueva amenazaFamilias enteras huyen de Venezuela y tratan de radicarse en países de América. Foto: Luis ROBAYO / AFP.
      23/09/2018 23:00

      Una ola de xenofobia se extiende por el mundo. Principalmente en Europa, pero ahora también en América Latina, en donde la desestabilización económica y política de Venezuela y Nicaragua han arrojado a cientos de miles de refugiados por los caminos del exilio. Las reacciones violentas de las poblaciones autóctonas han sido inmediatas. En Costa Rica, un país tradicionalmente pacífico y acogedor, hubo por primera vez una manifestación xenófoba contra los nicas, azuzada por los políticos de la extrema derecha que casi ganan la presidencia hace unos meses. Aunque también hubo respuesta de los muchos ticos humanistas, que salieron a la calle para condenar a los extremistas que manchaban la imagen de tolerancia que enorgullece a los costarricenses. 


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      Apenas hubo esa solidaridad en Brasil con los miles de venezolanos que llegaron al estado amazónico de Roraima escapando de una Venezuela en caos. Los vecinos de Pacaraima asaltaron y quemaron campamentos de refugiados. Y tras los incidentes, el Gobierno de Temer decidió esta semana desplegar a las fuerzas armadas para controlar una frontera de hecho incontrolable.

      Control policial a ciudadanos venezolanos en Cúcuta (Colombia). EFE/Schneyder MendozaControl policial a ciudadanos venezolanos en Cúcuta (Colombia). EFE/Schneyder Mendoza

      En vísperas de elecciones en Brasil, la derecha magnifica el problema y militariza su política en un gesto amenazador que añade tensión a un país en crisis política y, ahora, también económica por la devaluación del real en un 20%. Ecuador y Perú decidieron cerrar la frontera. Chile, con la colaboración de Venezuela, está creando trabas burocráticas para los venezolanos olvidando cuando acogíamos a los chilenos. Colombia, principal receptor del flujo de refugiados, clama por una coordinación con otros países. La suerte de los desplazados depende de donde caigan.

      Y en Europa, cada día trae nubarrones más oscuros impulsados por el viento de xenofobia, islamofobia y neonazismo que resurge, entronizado por el cónclave entre Salvini y Orbán esta semana. Desde los puertos italianos cerrados a los refugiados errantes en el mar a las calles de Chemnitz en Sajonia, donde el fin de semana pasado, tras una pelea en que resultó muerto un alemán, 800 manifestantes simpatizantes de Pegida se lanzaron a la caza indiscriminada del extranjero. Pegida es un movimiento para salvar a Occidente del islam, nacido en Dresde, donde la población musulmana no llega al 2%. Angela Merkel mantiene la defensa de los principios europeos de humanidad y solidaridad, pero su base política se va erosionando ante la de­magogia de la nueva derecha que utiliza los refugiados como chivo expiatorio para llegar al poder y asentar un nacionalismo racial. Que podría acabar con la Unión Europea.


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      Y en España ahora ya parece claro que la derecha bipolar (PP/Ciudadanos) cree haber encontrado un nuevo filón, además de Catalunya, para socavar al Gobierno de Pedro Sánchez antes de que las elecciones consoliden un nuevo proyecto reformista y dialogante. Porque, en realidad, el principal problema de convivencia no son los refugiados en si, sino la utilización de su existencia por políticos como Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Johnson en Inglaterra, Orbán en Hungría o Casado en España, para auparse al gobierno como valladar ante la invasión bárbara.

      La nueva expresión de su crítica a los principios humanitarios que inspiraron la construcción europea es calificarlos de “buenismo”. Un término que se quiere hacer peyorativo. O sea que ser “buenos”, que tratar a otros humanos como humanos y ayudarlos cuando viven una tragedia, como por cierto siempre nos aconsejó hacer el cristianismo, es “buenismo”, más o menos que somos tontos y nos vamos a dejar abusar por nuestra ética.

      Manifestaciones de ultraderecha en Chemnitz, Alemania. Protestan contra los inmigrantes.   EFE/EPA/MARTIN DIVISEKManifestaciones de ultraderecha en Chemnitz, Alemania. Protestan contra los inmigrantes. EFE/EPA/MARTIN DIVISEK

      Y ese mensaje resuena en muchas mentes, aunque menos de las que dicen los demagogos. Funciona porque trabaja sobre la emoción básica de nuestra especie: el miedo. Un miedo de múltiples orígenes en el momento actual de cambio profundo en la cultura, la tecnología, la economía, la geopolítica, la demografía, un miedo que induce una reacción defensiva de atrincherarse en los mitos tradicionales de pueblo y nación, como proclama Alternativa para Alemania o la Liga italiana.

      La condena de los refugiados a su suerte, sea en el mar o en campamentos en tierra de nadie, requiere negarles su condición humana, para reconciliar este rechazo con los valores que se supone caracterizan nuestra civilización. En nuestra percepción, pasan a ser “otros”, o sea “alienígenas”. Contra los que hay que defenderse. Y en todo caso, no permitir que se acerquen. Es evidente que la acogida de centenares de miles o millones de personas expulsadas de sus vidas por guerras, violencia, geopolítica de las potencias, dictaduras, caos económico, bandidismo, o miseria extrema, requiere estrategias políticas y medidas sociales que no pueden asumir solas las ONGs que heroicamente intentan contener la hemorragia de nuestra humanidad.


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      En Europa, en América Latina, y en el mundo en general, está en juego si podemos convivir como especie. Y con el propio planeta. Es en ese repliegue atemorizado a nuestros micromundos donde están los gérmenes de nuestra autodestrucción, empezando por la desintegración de la Unión Europea que desencadenaría un caos económico global. No podemos sobrevivir como humanos si nos convertimos en inhumanos por miedo a los alienígenas.

      Manuel Castells es sociólogo y economista (Universidad de California en Berkeley)

      Copyright La Vanguardia, 2018


      Sobre la firma

      Manuel Castells
      Manuel Castells

      Sociólogo y economista, Universidad de California, en Berkeley