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      Revisar el modelo de gestión, principal enseñanza del cimbronazo

      La estrategia de seguir el camino del “PRO puro” tiene sus costos. Puede ser suficiente para ganar elecciones, pero es insuficiente para gobernar.

      Revisar el modelo de gestión, principal enseñanza del cimbronazoEl jefe de Gabinete, Marcos Peña, ayer miércoles, en la residencia de Olivos junto al ministro de Interior, Obras Públicas y Vivienda, Rogelio Frigerio; el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó; el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, y el referente de la UCR, Ernesto Sanz.

      La corrida cambiaria, las cuentas que no cierran y el acudir al FMI son cuestiones que exceden el manejo doméstico de la economía y los efectos del exterior: la debilidad económica se asienta sobre la debilidad política. Es extraño cómo un Gobierno que ganó las elecciones en octubre y que se encaminaba plácidamente hacia la reelección, hoy día necesita recuperar una imagen de solidez política.


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      Una virtud de los gobiernos es evitar los errores cruciales. Luego de las últimas elecciones, el Presidente dijo que tenía capital político y estaba dispuesto a usarlo. Pero como ocurre en economía, también en política el capital no debe dilapidarse, de lo contrario los costos (políticos) suelen pagarse caro.

      ¿Cómo genera el Gobierno su propia debilidad política? Los aliados del Gobierno han provocado daños al criticar medidas, por ejemplo, respecto al manejo de las tarifas. Es probable que sea cierto, pero la pregunta aquí es por qué no se generó un mayor diálogo y discusión sobre las medidas a implementar entre los actores de Cambiemos.

      La estrategia de seguir el camino del “PRO puro” tiene sus costos. Puede ser suficiente para ganar elecciones, pero es insuficiente para gobernar (y sin un buen gobierno no se ganan más elecciones). Si la cohesión de la propia fuerza oficialista resulta inadecuada no lo es menos la estrategia de apoyos del Gobierno.

      Durante 2016, Cambiemos mostró acuerdos en el Congreso que significaron la aprobación de importantes leyes para la primera etapa de la administración. Inexplicablemente, frente al desafío de cambios cruciales y socialmente costosos no se siguió la misma estrategia.

      Nuevamente, si la confrontación es útil para ganar una elección, el distanciamiento del resto de las fuerzas políticas resulta un grueso error para gobernar. Aislarse no es una buena medida pues a la crítica de los sectores sociales afectados se sumarán las voces de la oposición que, demagógicamente o no, aprovecharán el momento para obtener réditos políticos. El oficialismo no ha podido o no ha querido generar una coalición de gobierno en serio, ni mecanismos institucionales de diálogo con otros sectores.

      Respecto del modo de gestión, se echa en falta la predisposición a la recepción y consideración de las críticas. Nada se dice sobre las críticas respecto al disperso manejo de la economía, el reclamo de un plan económico o los costos sociales. El Gobierno, en su primera etapa, se caracterizó por corregir lo que parecían ser errores involuntarios. El Presidente decía que no tenía problemas en reconocer lo que no se hacía bien y rectificar rumbos.

      Pero ahora, vemos un Presidente más rígido que dice que no hay “plan B “ y que nos recuerda la frase de los presidentes latinoamericanos “Yo o el caos”, cuando antes había dicho “lo peor ya pasó”. ¿Tiene el Presidente un correcto seguimiento de la gestión de sus políticas o delega quizá demasiado en “sus ojos e inteligencia” (Peña, Quintana y Lopetegui)? ¿Cómo es la coordinación y el seguimiento del área más conflictiva (la económica)? ¿Existe una evaluación de gestión de los distintos ministros, más allá de la identificación ideológica?

      El declamado trabajo en “equipo” en realidad, puede ser un arma de doble filo. ¿Qué implica el equipo? ¿Sólo un grupo de técnicos que ejecutan una determinada política? El replicar modelos de gestión privada tiene sus riesgos. Macri opera como la instancia superior que confía y delega en su jefe y vicejefes de gabinete. Luego vienen los ministros que tienen, casi todos, un perfil muy bajo.

      El equipo disuelve responsabilidades personales y muestra disciplinamiento respecto de la autoridad presidencial. Frente a la reiterada idea del “equipo” ¿a quién se responsabiliza cuando las cosas no funcionan bien? En un esquema más normal cuando hay problemas en la gestión, el ministro del área es el fusible, pero ¿y si los ministros no tienen entidad propia y son meros ejecutores? Quedan sólo dos caminos: el Jefe de Gabinete -y sus dos adláteres- o el propio Presidente. Pero el Jefe de Gabinete es “los ojos y la inteligencia” del Presidente. El Gobierno ha generado así su propia debilidad. Cambiar ministros es recurrir a los fusibles y a los cambios de políticas. Pero en el actual esquema la situación es más difícil.

      La fórmula institucional del macrismo es peligrosa. Hasta ahora ha generado un presidencialismo concentrado -en el Presidente y el Jefe de gabinete-, que no es de coalición y con pocas válvulas de escape, y que se complica frente a la pérdida de apoyos políticos y de popularidad.

      No ha tenido en cuenta que a mayor debilidad política, mayor necesidad de flexibilidad. Sólo un gobierno fuerte –con sustento político- podría ser inflexible. No abunda personal experimentado en crisis y el modelo de gestión privada no ofrece alternativas para estas situaciones. Recuperar la confianza es la clave de la economía. Pero aún más de la política.

      Revisar el modelo de gestión aparece como inevitable. Pero ello excede la conformación de nuevas y repentinas mesas “consultivas, de coordinación o de toma de decisiones” o el necesario llamado a un gran acuerdo.

      Hace falta una reingeniería institucional que implique el paso a una verdadera coalición de gobierno (si es eso lo que en verdad se quiere), revisar el modelo de toma de decisiones, instalar el concepto de responsabilidades ministeriales y establecer mecanismos institucionalizados de consulta política e intersectorial para evitar el aislamiento y la producción de un discurso autista disociado de las preocupaciones reales de los ciudadanos.

      Este rediseño también debería mejorar los notorios problemas de coordinación y de comunicación que ha tenido el oficialismo. En definitiva, el momento presente ofrece para el gobierno una oportunidad de cambio.

      Mario Serrafero es politólogo


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      Mario Serrafero
      Mario Serrafero