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      Versiones y contradicciones de la Vuelta de Obligado

      La particularidad del revisionismo histórico es que suele no revisar los hechos, sino mirarlos desde alguna ideología, la conveniencia política, los prejuicios, y hasta desde vivencias personales.

      Versiones y contradicciones de la Vuelta de ObligadoIlustración: Fidel Sclavo

      El combate de La Vuelta de Obligado, 20 de noviembre de 1845, sigue siendo un duro campo de batalla para los historiadores, además de ser un feriado movible por fines turísticos, ninguneo monetario oficial a la declamada definición de “epopeya histórica”.

      Las ideologías que empuñan los historiadores los llevan desde afirmar que fue una gesta comparable con la hazaña de San Martín de cruzar la Cordillera de los Andes hasta quitarle todo mérito, entre otras cuestiones, por haber sido obra de Juan Manuel de Rosas.

      La particularidad del revisionismo histórico es que suele no revisar los hechos, sino mirarlos desde alguna ideología, la conveniencia política, los prejuicios, y hasta desde vivencias personales, aunque sean recuerdos de infancia. Quizás eso le haya pasado a Miguel Brascó, sorprendente autor, para muchos, de la letra del triunfo La Vuelta de Obligado.

      Ni zamba, ni chacarera, ni milonga, ni vidala, ni gato, ni chamamé, ni carnavalito… No, Brascó y Alberto Merlo escribieron un triunfo, un estilo de los denominados históricos de nuestro folclore porque ya no se baila y nació después de la derrota definitiva de los españoles en la batalla de Ayacucho. A eso se debe su nombre.

      La elección del estilo musical no pega con los fríos números del resultado del combate: los gringos (como unifica Brascó a los británicos y franceses en su canción, tuvieron veintiséis muertos y algo más de sesenta heridos; los patriotas, doscientos cincuenta muertos y quinientos heridos, casi el 40% del total.

      Fue una derrota. Heroica, si se quiere, pero derrota al fin, y no solo por esos números. Los gringos lograron cortar las tres cadenas que unían veinticuatro lanchones desmantelados, con lo que se intentaba impedirles el paso en ese recodo del Paraná, y llegaron a Corrientes, “donde la sociedad local admiró los nuevos barcos de vapor y las damas alternaron y coquetearon con los oficiales británicos”, como cuenta Luis Alberto Romero en La Nación del 18 de noviembre de 2010.

      Miguel Brascó es más conocido por haber sido un destacado especialista y crítico de vinos y de comidas gourmet que por las otras muchas cosas entre las que repartió sus talentos: abogado, periodista, poeta, escritor, humorista, dibujante, creador y editor de revistas. Y fundador de clubes para hombres, cuyos nombres tampoco pegan con la letra de La Vuelta de Obligado: The Fork Club y The Twelve True Fishermen, título de un relato de Chesterton.

      En su biblioteca había importantes escritores británicos, desde el infaltable Shakespeare, a T. S. Eliot, pasando por Anthony Burgess. Y mucha poesía, buena parte en inglés, idioma que hablaba a la perfección.

      Nació en Santa Fe, pero vivió hasta los doce años en la Patagonia, en Puerto Santa Cruz. A los trece, volvió a Santa Fe, donde hizo el secundario y se recibió de abogado en la Universidad Nacional del Litoral.

      Si escribió la letra de canciones litoraleñas por sus vivencias de adolescencia, con música de su gran amigo y comprovinciano Ariel Ramírez, bien podemos jugar al psicoanalista y argumentar que algo vivido en su infancia patagónica les generó a sus versos esta exaltación patriótica: “Pascual Echagüe los mide, /Mansilla los mata; /Mansilla los mata.

      ¡Que los tiró a los gringos! /¡juna y gran siete!

      Navegar tantos mares, /venirse al cuete; /¡qué digo, venirse al cuete!...”.

      Mónica Albirzú, en la biografía que escribió para la editorial Capital Intelectual, reproduce está anécdota que le contó Brascó.

      “Inglés, estudié en el Colegio Nacional de Santa Fe, pero primero lo aprendí de chico, en Santa Cruz. Era un inglés básico, para poder comer. Cuando eras invitado por un compañero de escuela a su casa a tomar el té, por ejemplo, que era todo un ceremonial importante, tenías que usar las palabras correctas. Estaba la madre presente y vos le pedías el dulce, y la señora te miraba con ojos glaucos y hacía como que no te escuchaba, y no te daban nada hasta que no decías ‘marmalade’. Las inglesas de la Patagonia eran más inglesas que las de las Islas Británicas, eran de las que pronunciaban el ‘yes’ y el ‘no’ para adentro”.

      ”Los barcos llegaban de Liverpool a cargar corderos y lanas y traían mercadería para la colonia inglesa: ropa, comestibles... Nosotros comíamos manteca inglesa, miel de caña, chocolates; las mentas como los after eighth eran comunes en mi infancia. El principal aprovisionamiento de la zona venía de Inglaterra. No recibíamos prácticamente nada de Buenos Aires”.

      Puerto Santa Cruz era en esos años, prácticamente, una colonia británica.

      ¿Contradicción en Brascó? Es la misma aparente contradicción de una sociedad que llama imperialistas a los mismos países que tienen un modelo de república y democracia deseable para la propia, y de cuyo mundo se quiere formar parte, no por el que se quiere ser colonizado.

      Pero para volver a entrar en ese mundo será necesario mucho más que cantar el relato de un triunfo.

      Alberto Merlo, autor de la música, lo grabó en 1974, el mismo año que José María Rosa le propuso al gobierno la repatriación de los restos de Rosas y que se estableciera el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional. El feriado debió esperar treinta y seis años un DNU de Cristina Kirchner.

      Veamos esta otra aparente contradicción, en línea con la de Brascó, de los dos personajes más notables de la “epopeya histórica”.

      La carta de apoyo absoluto de San Martín a Rosas (“…en las circunstancias en que se halla nuestra patria, me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia contra nuestro país…”) la envió desde su exilio en Francia.

      Y Rosas, tras la derrota de Monte Caseros, se refugió en la casa del cónsul británico, Robert Gore, quien lo encontró descansando en su cama, todavía vestido con el uniforme sucio y barro en las botas, y esa misma noche lo embarcó en una nave de guerra de nombre sugestivo (Conflict), rumbo a Inglaterra, donde vivió casi la tercera parte de su larga vida.

      Néstor Barreiro es periodista y escritor


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      Néstor Barreiro
      Néstor Barreiro

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