Noticias hoy
    En vivo

      La caída de Frondizi: el hombre que irritó a los militares, pactó con Perón y recibió al Che

      Fue el primer presidente constitucional tras la Revolución Libertadora de 1955. Las Fuerzas Armadas lo tuvieron siempre en la mira. Se negó a renunciar y terminaría preso en la Isla Martín García.

      La caída de Frondizi: el hombre que irritó a los militares, pactó con Perón y recibió al CheTras ser destituido por las FFAA, Arturo Frondizi estuvo preso en la isla Martín García y luego fue trasladado al hotel Tunquelén, cercano a Bariloche.

      Día: 18 de agosto de 1961.

      Lugar: Residencia Presidencial de Olivos, Buenos Aires, Argentina.

      Hora: 11 de la mañana.

      Cuadro de situación: Dos hombres discuten con pasión y conocimiento sobre economía y política en un salón de la Residencia. Uno le dice al otro: no soy un teórico del marxismo, pero soy marxista y sé, además, que a usted no lo van a dejar hacer la Argentina que quiere. El otro replica: y a usted no lo van a dejar que consolide su proyecto de sembrar Latinoamérica de focos guerrilleros.

      Los protagonistas de ese cónclave misterioso y secreto son Arturo Frondizi, presidente de la Argentina, y Ernesto Che Guevara, ministro de Industria de la Cuba revolucionaria de Fidel Castro. Hablan durante 70 minutos, según la precisión de la historiadora Emilia Menotti, autora de una de las más reconocidas biografías de Frondizi.

      Al finalizar la reunión, Elena Faggionato, entonces primera dama, se dirige al huésped, conocedora de que sólo lo habían convidado con café.

      Elena Faggionato: - Joven…me parece que usted no almorzó, ¿no quisiera comer algo?

      Che Guevara: - Sólo desayuné con mate y acá tomé café. La verdad es que tengo hambre, señora.

      Elena Faggionato: - ¿No le gustaría comer un bife?

      Che Guevara: - Señora, no quisiera que usted se moleste…

      Elena Faggionato: - Por favor, ninguna molestia… ¡Ya mismo se lo hago preparar!

      Che Guevara: Se lo agradezco… ¿podría ser jugoso?

      Elena Faggionato: -Claro, ¿cómo no?

      El visitante sonríe con picardía y deja fluir el mandato de su paladar argentino.

      Che Guevara: Perdone usted…pero si viene con papas fritas “a caballo”, mejor.

      Arturo Frondizi ejerció la presidencia entre 1958 y 1962.Arturo Frondizi ejerció la presidencia entre 1958 y 1962.

      Frondizi sabía que esa visita podría costarle la presidencia. Su astucia política evitó el derrocamiento esa misma noche. Sin embargo, el bife de chorizo con fritas “a caballo” que uno de los mayores mitos de la izquierda internacionalista deglutiría en un santiamén con el apetito de un náufrago en prolongado ayuno, sería de prolongada y traumática digestión. La caída tendría lugar 7 meses y 223 días después de esa cita, el 29 de marzo del año siguiente, cuando transitaba el cuarto de los seis años que duraba entonces el mandato presidencial.

      Sin embargo, el desplome había comenzado a gestarse mucho antes, con un prolongado minué de presiones castrenses, casi una treintena de planteos y embrionarias asonadas, más de seis intentos concretos de golpe de Estado, hasta el definitivo de marzo de hace 60 años. Según: consenso de analistas, investigadores e historiadores, los principales factores que contribuyeron a la caída de Arturo Frondizi podrían resumirse en cinco cuestiones clave.

      * El pacto con el derrocado ex presidente Juan Perón, discutido y suscripto entre enero y febrero de 1958, que hizo posible su llegada a la Casa Rosada en las elecciones del 23 de febrero de aquel año vía transferencia en las urnas de gran parte de la masa electoral justicialista, sumada a cierta vecindad ideológica en la mirada sobre el desarrollo del proceso histórico y productivo que supo enarbolar el primer peronismo. Frondizi se comprometía a una amplia amnistía de dirigentes peronistas.

      * La influencia Rogelio Frigerio en las ideas de Frondizi. Y también mutuamente. Frigerio, hombre de un fino intelecto, con un inicial pensamiento político cercano a la izquierda, también coincidía con su compañero de ruta por décadas en diseñar un modelo de país que apuntara a la modernización productiva, la inversión privada y el desarrollo de las industrias de base, o pesadas, como palancas para enmendar el crónico subdesarrollo argentino.

      * Las elecciones del 18 de marzo de 1962, en las cuales Frondizi asumió el riesgo de habilitar al peronismo bajo otras nominaciones (Unión Popular, Tres Banderas, Laborista, Blanco) con un resultado demoledor para el gobierno. La decisión inmediata de ordenar la intervención en las provincias en las que se había impuesto el peronismo ortodoxo y sus variantes neoperonistas, fue un fogonazo tardío. Un modo de salvar la institucionalidad. El infatigable golpismo de las Fuerzas Armadas, y las dirigencias civiles más antiperonistas, ya habían bajado sus pulgares.

      *La política hacia Cuba, primer enclave marxista en Latinoamérica, cuya revolución del 1° de enero de 1959 fue un sismo político de grandes dimensiones en el marco de la Guerra Fría en curso. Con particular impacto en la Argentina por la visita de Fidel Castro al país (en 1959, a una reunión de la OEA, que Frondizi aprovechó para recibirlo en Olivos) y una clandestina del Che Guevara (1961), dispuesta por el propio Frondizi, quien, bajo el mayor de los secretos, con el anecdótico bife de un improvisado almuerzo y todo, lo recibió en Olivos.

      Fidel Castro visita no oficial a la Argentina 1959 Arturo FrondiziFidel Castro visita no oficial a la Argentina 1959 Arturo Frondizi

      * La cautelosa pero firme distancia frondicista ante las reiteradas presiones de Estados Unidos, conducidos por John F. Kennedy, para expulsar a Cuba de la Organización de Estados Americanos, como pretendía Washington y que, pese a haberse concretado, no contó con el apoyo argentino.

      El acuerdo con Perón llevaría a Frondizi al poder, aupado en una catarata de votos peronistas (4.070.398, el 49,49%), que además le permitirían saldar el diferendo partidario radical con una ventaja amplia sobre su correligionario Ricardo Balbín (2.617.693, el 31,83%). Frondizi conducía la corriente interna Intransigencia y Renovación (UCRI, radicales intransigentes), escindida desde 1956 del radicalismo originario (UCRP, radicales del pueblo), afín al peronismo en términos ideológicos, más allá del oportunismo electoral que tanto se criticó a ambos impulsores. Balbín, en cambio, representaba el sentir de los sectores más antiperonistas, de empatía con los jerarcas de la Libertadora, de impronta gorila y portadores de un revanchismo residual.

      Bendecido por unos y denostado por otros, el pacto con el jefe peronista derrocado, significaría un vuelco fundamental en la política vernácula: transformaría a Frondizi en el primer político no peronista de relieve que entendió la necesidad de reincorporar al justicialismo al juego político bajo reglas republicanas. Hugo Gambini, en su biografía “Frondizi, el estadista acorralado”, contaría: “¿Cómo un pacto con Perón?, rugían los militares. El canciller Alfonso de Laferrere les presentó a Aramburu y a Rojas las pruebas diplomáticas de los contactos entre representantes de Perón y Frondizi, donde se demostraba la existencia de algún acuerdo político”. Robert Potash, el prestigioso investigador estadounidense escribió en “El Ejército y la política en la Argentina 1945-1962” que “el almirante Rojas propuso que el presidente (Aramburu) convocara al doctor Frondizi para que confirmara o negara los hechos”, idea que finalmente no avanzó.

      El investigador y sociólogo Carlos Altamirano, un estudioso del frondicismo, sostiene en su obra “Los hombres del poder” que la aproximación de Frondizi al peronismo, más allá del pacto, expresaba “el proyecto de una síntesis”. Y destaca que desde la oposición de izquierda se preguntaban: “¿Es Frondizi el nuevo Perón? No, es el Perón de la clase media”. En aquellos días de fuego, Frondizi negaría todo acuerdo para atemperar el brote colérico de los campamentos golpistas, pero a una semana de las elecciones presidenciales, desde Ciudad Trujillo, hoy Santo Domingo, República Dominicana, Perón hacía conocer una directiva a su Comando Táctico en la Argentina, que convulsionó al país y definió la votación: “La orden para el Movimiento Peronista debe difundirse ampliamente en todo el país, a costa de cualquier sacrificio. El presente mensaje debe ser puesto en conocimiento de los dirigentes gremiales, políticos y de la Resistencia, a fin de que orienten a los peronistas en el sentido de votar por el doctor Arturo Frondizi para la presidencia de la República.”

      En la votación presidencial, el candidato de la UCRI ganaría todas las gobernaciones, controlaría el Senado y los dos tercios de Diputados: 133 radicales intransigentes y 52 radicales balbinistas. Semejante triunfo no ocultaba, sin embargo, la realidad de una Argentina aún prisionera de las reyertas de peronistas y antiperonistas. Frondizi debería gobernar con la amenaza y la desconfianza castrense sobre sus espaldas, y también bajo la sigilosa e influyente observancia peronista sobre su gestión, una virtual veeduría sobre el grado de cumplimiento del pacto de Caracas: amplia amnistía y fin de la proscripción al peronismo.

      Según algunas fuentes, el pacto no habría sido gratis. Perón le habría puesto precio. Gambini cuenta en su biografía de Frondizi que el derrocado general recibió un dinero evaluado en US$ 85.000. El ex funcionario menemista y ahora escritor Juan Bautista Yofre, en su libro “Puerta de Hierro”, refuta la suma. Según su versión, el dinero habría trepado hasta los US$ 500.000, una fortuna para la época.

      La tirante relación entre Arturo Frondizi y las Fuerzas Armadas, una de las claves para su caída.La tirante relación entre Arturo Frondizi y las Fuerzas Armadas, una de las claves para su caída.

      Frigerio, uno de los cuatro artífices y firmantes del acuerdo (los otros fueron Perón, Frondizi y John William Cooke, ex diputado peronista con pasado marxista) había conocido a quien sería por décadas su compañero de ruta por intermediación de un amigo en común, en 1956. Se diría que se sedujeron mutuamente por el caudal de ideas que hasta entonces compartían sin saberlo, contrarias a las del establishment promedio de la época. Descendiente de inmigrantes italianos emprendedores, Frigerio era un estudioso del método dialéctico de la interpretación histórica. Más hegeliano que marxista, aunque con un pasado juvenil de izquierda, inevitable acné político afín a las jóvenes vanguardias de los claustros de la época. Esos antecedentes eran demasiado para las dirigencias políticas conservadoras y las cúpulas castrenses, desde donde lo denostaron como un “monje negro” de mala fama, condenado a la sospecha perpetua.

      Una de las cuestiones estratégicas, y acaso más controvertida del pensamiento de Frondizi, debido a las posiciones cambiantes que asumió sobre el tema, fue el camino a seguir para llegar al autoabastecimiento petrolero. El debate se había originado en 1954, en el segundo gobierno de Perón, con Frondizi como diputado opositor. Con el objetivo de estabilizar la situación del país, y dinamizar una economía maltrecha, asfixiada por la gran crisis de 1952, el jefe peronista y entonces presidente de la República, desertaría del dogma partidario al firmar contratos con la Standard Oil de California. Abandonaba así el sesgo ultra nacionalista sobre la propiedad de los recursos naturales, en particular del petróleo, consagrados en la Constitución de 1949, en su recordado artículo 40, uno de los grandes pilares doctrinarios del peronismo.

      El contrato, en medio de las brasas ardientes de la política de entonces, fue mayoritariamente visto y juzgado como una declinación ante la influencia de Washington, aún dentro del propio peronismo. Ni hablar de los sectores nacionalistas, de derecha y de izquierda, que lo repudiaron como una traición. Tambaleaba la “independencia económica”, una de las banderas más agitadas por el peronismo temprano, ya que la modalidad de los contratos petroleros con la Standard Oil requería un nuevo vínculo entre YPF, que entonces exhibía el monopolio estatal, con el sector privado.

      En diciembre de 1954 Frondizi había escrito su libro “Petróleo y política”, en el que defendía la gestión estatista sobre la explotación y comercialización petrolera. Más aún: ocho años después, poco antes de ser derrocado, en un discurso público diría que su tesis había sido“ideal y sincera”. Y admitiría que “en el libro sostuve la necesidad de alcanzar el autoabastecimiento de petróleo a través del monopolio estatal.” Un camino contrario al último replanteo estratégico de Perón.

      El 24 de septiembre de 1958, a poco de haber asumido el poder, Frondizi lanzaría lo que llamó “la batalla del petróleo”: una mirada según la cual el control estatal de la actividad no excluía la contratación de obras y servicios de entidades privadas cuando resultase conveniente. En pocos meses de gestión, Arturo Sábato, el nuevo presidente de la petrolera estatal, adjudicó a la Standard Oil la explotación de 11.185 km2, al sur de Neuquén. Una operatoria que acercaba a Frondizi al Perón de 1954, y lo alejaba de sus propios correligionarios que compartían con el primer peronismo los fundamentos y la tradición del nacionalismo petrolero de la Argentina, desde el surgimiento mismo de YPF.

      La mudanza de ideas de Frondizi en el tema petrolero, más que la consistencia de las mismas, sumada a los meneos continuos por el acuerdo y posterior ruptura con el peronismo durante su gobierno, le valieron al jefe de los radicales intransigentes la incómoda fama de “maquiavélico” debido a su forma de ejercer el poder, según sus opositores en base a las expectativas cambiantes “del Príncipe”, expresadas en un realismo político a ultranza. La polémica petrolera fue tal que generó un monumental revuelo político, hasta la renuncia del vicepresidente, Alejandro Gómez, radical del ala conservadora. Y se proyectaría en el tiempo: un lustro después, el gobierno radical de Illia anularía los contratos. El divorcio de “los dos radicalismos” se volvía así definitivo y nacería el Movimiento de Integración y Desarrollo, con Frondizi y Frigerio al comando, siempre como aliados electorales del peronismo y vecinos en la interpretación de algunas cuestiones de gobierno.

      La reforma educativa

      En 1958, Frondizi iniciaba su gestión con una dinámica que lo llevaría a abrir varios frentes simultáneos de conflicto. O se equivocó o no midió adecuadamente el contexto: la amenaza manifiesta de las FFAA, el malestar creciente con el peronismo, el descontento gremial, el deterioro de los salarios y el estigma conservador de la oposición y de las élites sobrevolaban su cabeza. A pesar de todas esas señales, a poco de haber asumido, además de la batalla petrolera, lanzaría una reforma educativa tan a fondo que regaría las calles con la efervescencia de sucesivas manifestaciones. Un solo eslogan bastaba como identificación: “laica o libre”. La iniciativa oficial daba luz verde a los establecimientos privados, principalmente aquellos que pugnaban por implantar la educación religiosa en las aulas y en los claustros, para expedir títulos oficiales habilitantes en las distintas disciplinas de estudio.

      Hasta uno de los hermanos del presidente, Risieri Frondizi, filósofo, antropólogo y reputado intelectual, rector de la Universidad de Buenos Aires, encabezaría las manifestaciones con docentes, estudiantes y directores para oponerse a su propio hermano, el presidente de la Nación. Los ánimos se encresparon al límite. Los laicos acusaron a Frondizi de “ser un instrumento de la Iglesia” y los defensores de la educación “libre” tacharon a sus adversarios de “comunistas” y “rusófilos”. Aun con esa cuota de intolerancia, fue un fecundo debate público de ideas que, recién décadas después, ante el deterioro creciente de la educación pública, lograría consenso en la sociedad.

      En pocos años, entre 1958 y 1961, tiempos tumultuosos para el gobierno en lo político y en lo económico, Frondizi se había generado enemigos indeseables. A saber: el “peronismo de Perón”, disgustado por la proscripción y la imposibilidad del retorno de su conductor, movilizado y hostil en los reclamos en defensa de sus derechos y en demanda de otros; los gremios más combativos, núcleo duro de la llamada “resistencia peronista”, embarcados en un plan de reivindicaciones no exento de manifestaciones de violencia callejera; los teóricos y defensores del nacionalismo económico; los apóstoles tardíos de un ultraliberalismo agazapado tras años de frustración y derrotas; y el largo brazo de la Iglesia, de notoria influencia, por nombrar sólo los actores políticos más encumbrados. Para colmo, por encima de todos ellos asomaba un enemigo aún mayor y poderoso: los militares de las tres Fuerzas, que dejaban fluir sus coléricos espasmos en los cuarteles.

      Frondizi pagaría un alto costo en aquel tiempo inicial de su presidencia y debería conceder cambios en el Gabinete que no estaban en sus planes ni en su voluntad política. Sobre todo, el hecho de verse obligado a aceptar la renuncia de su mano derecha, Rogelio Frigerio, quien debió dejar su puesto de secretario de la Presidencia, a cargo del área de Relaciones Económicas y Sociales, espacio clave de la administración. Aun así, Frigerio continuaría como su asesor estrella en las sombras. No en vano le había generado a Frondizi una “masa crítica” de pensamiento político en la revista “¡Qué!”, que contó con las plumas y las ideas de Vicente Fatone, Eduardo Aragón, Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Rodolfo Walsh, Isidro J. Odena y Marcos Merchensky, entre tantos otros. La revista, clausurada en el primer peronismo, reaparecería a fines de los 50 como soporte editorial de la presidencia de Frondizi. Curiosamente, según las comidillas de la política, por entonces Perón la leía en su exilio.

      El primer préstamo del FMI

      La crisis, un residuo de la caótica gestión de los dictadores de la Libertadora, se manifestaría a pleno en aquél amanecer del gobierno frondicista, y agravaría los desequilibrios de la macroeconomía y la vida cotidiana de las personas. Frondizi debió pedir un préstamo de US$ 75 millones al FMI, el primero de la Argentina ante el organismo, para satisfacer las demandas de una sociedad frustrada, que había conocido épocas mejores. Todo contribuyó para que, bajo presión militar y de sectores civiles, incluso de su propio partido originario, el presidente debiera aceptar en 1959 la llegada al Ministerio de Hacienda de Alvaro Alsogaray, ingeniero militar, ultraliberal, pronto identificado por su frase “hay que pasar el invierno”. No hablaba del clima: se refería al costo político y al impacto de las medidas de ajuste que aplicaría en detrimento de los asalariados y sectores gremiales. Cuando Frondizi lo despidió, en 1961, debió asumir las consecuencias que por entonces ya lo habían alejado de las bases que lo habían llevado al poder.

      Ese malestar se tradujo, a lo largo de la gestión frondicista, en tres huelgas generales, además de numerosos y prolongados pleitos obreros: operarios de la carne, metalúrgicos, bancarios, textiles, ferroviarios. Algunos quedarían registrados para siempre en la mitología simbólica de las “luchas obreras”, como la toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1959), que provocó una pueblada en el porteño barrio de Mataderos. El conflicto con los obreros de la carne, que protestaban contra la privatización de su fuente laboral, tuvo un final violento y lamentable. El desalojo se produjo en un operativo a cargo de tres mil agentes policiales, tanques y tropas de guerra. Hubo numerosas detenciones y heridos en las escaramuzas reiteradas. Más de cinco mil operarios perderían sus empleos.

      También fue de gran impacto la huelga ferroviaria (1961), apoyada por la CGT con un paro general de tres jornadas consecutivas. Se prolongaría 42 días y recién se levantaría luego de una mediación de la Iglesia. Fueron frecuentes las asperezas y choques entre los huelguistas y el gobierno. La oposición peronista denunció como una penetración del “imperialismo yanqui” el llamado “plan Larkin”, que proponía rediseñar el servicio ferroviario, y reducir costos. Estaba financiado por el Banco Mundial y a cargo de un ingeniero y ex general del Ejército de EE.UU., Thomas Larkin. Frondizi lo había presentado como un proyecto para la modernización del sistema ferroviario.

      El marco de agitación popular, con estallidos de rebeldía gremial, alboroto social y violencia callejera, llevarían a Frondizi a recurrir a la Policía y al Ejército para desarticular las tomas de fábricas, empresas, y toda acción directa de obreros y dirigentes gremiales. Para eso se escudó en el plan Conintes, (Conmoción Interna del Estado), que aplicaría primero en secreto (decreto 9880/58) y luego en forma pública (decretos 2628 y 2629 de 1960). Hubo miles de detenidos, juzgados y condenados por tribunales militares, sin apelación a la Justicia ni a los fueros civiles. El peronismo adujo que fue un proyecto para desactivar los reclamos por el retorno de Perón, pero calló, como lo hicieron algunos historiadores revisionistas, una verdad histórica: la norma había sido elaborada por el primer gobierno de Perón, aunque nunca se la había puesto en práctica.

      El gobierno de Frondizi justificaría la represión al asegurar que su objetivo era terminar con el caos social y poner freno a nacientes “acciones subversivas” de grupos vinculados al comunismo y a incipientes acciones guerrilleras, como las de los Uturuncos, de origen peronista, que a fines de 1959 habían copado una comisaría en la localidad de Frías, Santiago del Estero, en el límite con Catamarca. El plan cesó oficialmente el 1° de agosto de 1961, con un anuncio oficial según el cual se dejó sin efecto al considerar que “no existe ya el clima de violencia creado por grupos e individuos antisociales.”

      Casualidad o no, el presidente puso fin al operativo Conintes 18 días antes de recibir al Che Guevara en la residencia de Olivos. Frondizi no quería exhibir la imagen de Buenos Aires poblada por fuerzas policiales y militares en patrullajes continuos. Quizá el guerrillero de Sierra Maestra hubiese sentido herida su susceptibilidad revolucionaria: su figura ya se insinuaba como uno de los más sacralizados fetiches de la izquierda combativa. La visita del Che fue un cataclismo que paralizó a la opinión pública, escandalizó a la mayoría de los políticos, y llevó al borde del golpe a los militares, que hicieron tronar su furia. El poder castrense se sintió burlado, el gobierno debió emitir un comunicado y el presidente repudió por cadena nacional “la concepción totalitaria de la vida”, en un mensaje de sesgo claramente anticomunista, que había grabado apenas concluido su intercambio de ideas con el Che, en prevención de cualquier altercado.

      Casi en puntas de pie, Guevara había estado en la Argentina. Se iría como había llegado, luego de haber hablado más de una hora con el jefe de Estado y de haber visitado a su tía María Luisa Guevara Lynch, enferma de cáncer, para despedirse de ella. Venía de haber participado en Punta del Este de una reunión extraordinaria de cancilleres de la OEA para debatir el futuro del continente. Un eufemismo para evitar la razón verdadera de la cumbre: la maniobra estadounidense para expulsar a Cuba del organismo.

      El Che Guevara en Punta del Este en 1961, el día previo a su visita secreta a Buenos Aires.El Che Guevara en Punta del Este en 1961, el día previo a su visita secreta a Buenos Aires.

      En uno de los últimos reportajes que concedió, Frondizi le contó a Crónica TV que la reunión con el Che se hizo por un pedido del propio Kennedy, a través de un intermediario en Punta del Este, para explorar alguna forma de acercamiento entre EE.UU. y Cuba y así distender la tensión política entre ambos. El objetivo: acotar el riesgo nuclear con los soviéticos, tutores ideológicos y socios políticos de la isla caribeña. Albino Gómez, periodista, diplomático, secretario privado de Frondizi en la presidencia, fue uno de los pocos testigos que supo de la llegada del Che a la Argentina, a pocas horas de que se concretara. El daría fe de los argumentos del Presidente.

      Frondizi tomaría de inmediato dos decisiones: anticipar una gira por el exterior y ratificar la participación del peronismo (bajo otras nomenclaturas) en las elecciones del 18 de marzo de 1962, convencido de la derrota del movimiento de Perón o de su eventual apoyo en caso de un triunfo. La excursión presidencial, un raid de 56.111 kilómetros sumando un total de 70 horas y 37 minutos de vuelo, fue un respiro ante el jaque mate que significó el diálogo con el Che. De regreso se desvió a la residencia de los Kennedy en Palm Beach, Florida. Ultimo cara a cara de los dos presidentes. Frondizi confirmaría en esa cita que no comulgaba con las ideas del régimen castrista, pero que aun así no votaría a favor de su expulsión en la OEA. El 31 de enero de 1962 los cancilleres de los países del continente expulsarían a Cuba de la OEA con los votos de 14 países, incluido el de Estados Unidos, la abstención de 6 (Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador y México) y el voto en contra del propio país sancionado.

      El Presidente, sabedor de que los límites de acción se le acotaban dramáticamente, salió a decir sin eufemismos que estaba dispuesto a enfrentar todo tipo de coacciones.“No presidiré jamás un gobierno títere”. Los cuarteles ardían. El jefe de Estado también miraría a la dirigencia civil para advertirle con “denunciar ante el pueblo a los políticos que buscan la quiebra del sistema democrático”. Jugó muy fuerte, con una dosis de coraje: “Si peligra la dignidad de la República, moriré en defensa de esa dignidad”.

      La elección que marcó el final

      Sin embargo, las elecciones del 18 de marzo de 1962 serían para él un golpe de nocaut. Diez millones de argentinos fueron a las urnas para elegir 14 gobernadores, 86 diputados nacionales, además de legisladores provinciales y autoridades municipales. El peronismo tradicional y el neoperonismo se impondrían en nueve de los catorce distritos en disputa. El investigador francés Alain Rouquié, detalla en su clásica obra “Poder militar y sociedad política Argentina” (tomo II): “Las listas justicialistas triunfaron en Buenos Aires, Jujuy, Chaco, Misiones, Neuquén, Ríos Negro, Salta, San Juan y Tucumán. La UCRP ganó en Córdoba y la UCRI lo hizo en la Capital Federal, Entre Ríos, Corrientes, La Pampa y Santa Cruz. Además, los peronistas obtuvieron la primera minoría en los comicios, con un 32% de los votos”. La clave estuvo en la abrumadora ventaja peronista en la provincia de Buenos Aires con la fórmula Framini-Anglada, que se presentó como Unión Popular: 1.172.000 votos contra 732.000 de la intransigencia radical.

      Para evitar el seguro golpe, Frondizi les aseguró a las Fuerzas Armadas que desconocería el resultado y que dispondría la inmediata intervención de las provincias donde hubiese ganado el peronismo. Su ministro del Interior, Roque Vítolo, renunció de inmediato: no quiso convalidar esa maniobra de supervivencia. En todo el país, el clima era irrespirable. La definición más clara de la soledad en que las urnas habían dejado al jefe de Estado, fue la de Aramburu, el presidente golpista, quien luego de dialogar con Frondizi, el presidente constitucional, conjeturaba ante los medios que “la renuncia de Frondizi no quebraría el orden legal”: un guiño y pleno aval al pronunciamiento en ciernes. La réplica presidencial fue igual de rotunda: “No renunciaré, no me suicidaré, no me iré del país”.

      Los comandantes de las tres armas tenían su decisión tomada. La renuncia o el empleo de la fuerza para tomar el poder. Así lo cuenta Rouquié en la obra ya citada: “El 28 de marzo (de 1962) los tres comandantes en jefe -Raúl Poggi por el ejército, Cayo Alsina por la aeronáutica y Agustín R. Penas por la marina- exigieron la renuncia del presidente. Este se negó nuevamente y dio la orden de reprimir a los facciosos. Pero el general Poggi hizo arrestar al secretario de Guerra.”

      Frondizi estaba destituido, y aun así se negaba a dimitir. Al amanecer siguiente, el jefe constitucional, luego de una nueva reunión con las cúpulas militares, les daría la solución para escapar de ese pantano de la historia sin escándalos ni violencia. Según lo cuenta el investigador estadounidense Robert Potash en su celebrada investigación sobre el vínculo entre el Ejército y la política en el país: “Si ustedes me preguntaran a mí, al doctor Frondizi, y no al presidente de la República, qué debe hacerse, les aconsejo lo siguiente. Primero, debo ser detenido en una base militar; segundo prefiero la Isla Martín García; tercero el arresto debe hacerse a las 8 de la mañana con el cambio de guardia demorado quince minutos, de modo que las tropas que custodian al presidente no se sientan obligadas a combatir”. Así se hizo.

      Tras su alejamiento sin renuncia, el radical intransigente José María Guido, senador por Río Negro, presidente provisional del cuerpo, con el juramento formal ante la Corte Suprema, cumpliría la formalidad de la Ley de Acefalía, vista la vacancia de la vicepresidencia de la República. Y juraría como presidente, bajo celaduría militar extendida durante todo su mandado. Derrocado Frondizi, los jefes máximos de los cuarteles se asumirían, por fin, como lo que eran: caudillos prepotentes de facciones armadas. Sólo los identificaba y agrupaba su odio al peronismo y el reciente rencor contra Frondizi, el presidente al que no pudieron manejar a su antojo. Así fue como durante el mandato irregular de Guido estallarían en las calles porteñas los enfrentamientos armados entre dos bandos del Ejército, Azules y Colorados, los primeros más cercanos a una formalidad democrática siempre que ésta no incluyera al jefe justicialista en el exilio. La vieja urdimbre, tantas veces soñada por sus opositores más recalcitrantes, de un peronismo sin Perón.

      Lo cierto fue que el 29 de marzo de 1962 un golpe con apariencia de legalidad se había concretado en la Argentina, el cuarto en el siglo XX. Luego llegarían los de 1966 y 1976. Frondizi seguiría la ruta de Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, caudillos potentes de los dos grandes partidos nacionales, ambos presos en Martín García. En 1963, el radical Arturo Illia, quien en los anulados comicios de 1962 había ganado la gobernación de Córdoba, llegaba a la Presidencia de la Nación. Partía de una ficción constitucional, la de haber vencido sin elecciones libres: Perón seguía proscripto y exiliado en Madrid y Frondizi permanecía preso en el hotel Tunquelén, vecino a Bariloche, tras su paso por la isla Martín García. Los dos lejos de las urnas, por si acaso.


      Sobre la firma

      Osvaldo Pepe
      Osvaldo Pepe

      pepeosvaldo53@gmail.com

      Bio completa