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      José Ignacio Rucci: el líder metalúrgico de lealtad ciega a Perón asesinado a balazos

      A 44 años de su muerte, un repaso del clima de violencia de esos días. La responsabilidad de Montoneros y el perfil de  un sindicalista duro, áspero y frontal. 

      José Ignacio Rucci: el líder metalúrgico de lealtad ciega a Perón asesinado a balazosJosé Ignacio Rucci, en 1972.

      Los disparos no sólo mataron a José Ignacio Rucci, líder metalúrgico y secretario general de la CGT, hombre de una lealtad ciega y entregada a Juan Perón y una de las tres “patas” en las que se apoyaba el plan de Perón para recuperar al país (las otras dos eran la Confederación General Económica y el Gobierno peronista); los balazos que perforaron el mediodía cálido y soleado de aquel martes 25 de septiembre de 1973, dieron en la línea de flotación de un barco que se bamboleaba al garete en busca de una salida a la crisis económica y a la violencia política que lo sacudían día a día.

      Es probable que nada haya sido igual después del asesinato de Rucci. A cuarenta y cuatro años de su muerte, es casi imposible recrear el clima de época, y la época, para quienes tienen menos de esos años; y aún para quienes tienen edad como para recordar aquel día, es también un esfuerzo titánico volver a armar aquel rompecabezas tenaz y trágico que empujaba al país al abismo.

      Argentina salía de una larga y brutal dictadura militar, a la que el desatino de “Proceso” en 1976, hizo aparecer casi piadosa. Pero no lo fue. Después de casi dieciocho años de exilio, Perón había vuelto al país en noviembre de 1972, había designado un candidato, Héctor Cámpora, triunfante en las elecciones del 11 de marzo de 1973; Cámpora había sido barrido del poder por el propio Perón, que lo acusaba de simpatías con la izquierda peronista encarnada por la guerrilla Montoneros; el regreso definitivo de Perón al país, el 20 de junio, había terminado en la masacre de Ezeiza y, por fin, las elecciones del 23 de septiembre habían consagrado a Perón presidente y a su mujer, María Estela Martínez, vice. Perón de nuevo en la Rosada iba a terminar con las divisiones, los males y la crisis. El país volvería a florecer.

      Pero Perón se moría. Lo sabían Perón, su mujer, sus médicos, algunos dirigentes sindicales, los jefes militares y, sobre todo, los líderes guerrilleros que intentaban disputarle el poder. Todo el mundo sabía que Perón tenía corta vida, menos los millones que lo habían votado. Dos días después de su triunfo electoral, Rucci estaba muerto frente al 2953 de la calle Avellaneda, en el barrio de Flores, con veinticinco balas en el cuerpo, después de un operativo guerrillero de extraordinaria precisión militar. Salía de una casa donde pasaba algunas noches, rumbo a Canal 13. Iba a grabar un mensaje al país tras el triunfo electoral peronista, en el que diría: “Sólo por ignorancia o por mala fe (…) se puede apelar a la violencia, a veces rayana en lo criminal, en un clima de amplias libertades”.

      El estupor que paralizó entonces al país, y que duró más de cuatro décadas, fue develado esa misma noche por el jefe montonero Mario Firmenich, que visitó algunos círculos áulicos con una frase de dos palabras que sintetizaba el drama: “Fuimos nosotros”. ¿Nosotros quiénes? Conscientes de la enorme impopularidad desatada por el asesinato y del desprestigio político que les acarreaba, Montoneros jamás habló con claridad sobre esa muerte.

      Algunas versiones conocidas ya entrado el siglo XXI, afirman que se trató de un operativo que llevó adelante FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), un grupo guerrillero de filiación marxista que impuso a la guerrilla peronista parte de su ideología y su espíritu y aparato militar.

      ¿Por qué asesinaron a Rucci? No era un tipo muy querido fuera de su férreo núcleo sindical. Era frontal, áspero, duro, visceralmente opuesto a cualquier idea de izquierda, algunos de sus guardaespaldas aparecían vinculados a grupos parapoliciales; se había enfrentado incluso con sus pares sindicalistas más progresistas, que entonces no se llamaban así. Aún así, estaba dispuesto a hablar con Montoneros porque creía un desatino que le disputaran el poder a Perón. Amigos y enemigos le admiraban la lealtad hacia el viejo líder, que, dice la leyenda, lo quería como a un hijo. En realidad, su cadáver fue el desafío que Montoneros lanzó a Perón para que el viejo general, que ya los había defenestrado, volviera a tenerlos en cuenta. Perón, furioso, demudado, creyó en principio que el asesinato había sido cometido por la guerrilla trotskista del ERP. Tuvo que escuchar de quienes aún hoy pueden contar esta parte de la historia, Nilda Garré y Julio Bárbaro, que en realidad había sido obra de la guerrilla peronista. Garré y Bárbaro habían ido a invitar al velorio de Rucci a un grupo de diputados ligados a Montoneros, que no quisieron ir, como revela “Operación Traviata”, de Ceferino Reato, un libro que investigó el asesinato del líder sindical. Las consecuencias de la muerte de Rucci casi no pudieron evaluarse: lo impidió el vértigo de los hechos que siguieron a su muerte, que incluye la de Perón diez meses después. Lo que tampoco puede evaluarse es cómo hubiese sido aquel país que procuraba resurgir, como tantas veces, y que, como tantas veces, se hundió en el abismo.


      Sobre la firma

      Alberto Amato
      Alberto Amato


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