Noticias hoy
    En vivo

      Una pelea diaria contra el sadismo

      El soldado de Ramos Mejía esperó a los ingleses cerca de Puerto Argentino. Pero su guerra más difícil fue contra el hambre, el frío y los duros castigos de sus superiores.

      Redacción Clarín

      Nació el 11 de septiembre de 1962, bajo el penetrante sol misionero. Domingo “Yiyo” Ancharek –chispeante mirada celeste, sonrisa perpetua– podría haber evitado las balas inglesas. Su hermano mayor estaba bajo bandera y se había accidentado: él podía pedir una prórroga para posponer la colimba, como le pidió su mamá. No lo hizo. En marzo de 1981 se incorporó al Regimiento de Infantería Mecanizada 3 del Ejército, con sede en La Tablada. En noviembre le dieron la baja. “Pero el 9 de abril del 82 me convocaron de urgencia; tres horas después llegué al regimiento, agarré la ropa que quedaba y una pistola”, cuenta. Cuatro días más tarde llegaron a Malvinas. ¿Su posición? En Sapper Hill, cerca de Puerto Argentino.


      Mientras esperaban el ataque inglés, los nervios, el frío y la falta de alimentos anticiparon un combate inesperado. “Pasamos hambre. Para sobrevivir matamos una vaca, robamos gallinas y hortalizas. Estábamos desesperados. Y encima nos castigaban. Vi a dos personas estaqueadas, era tremendo. A mí me perdonaron”, se consuela Ancharek. No olvida su primer contacto con el horror: “un día hicimos fideos, y fui a invitar a un compañero que estaba en otra posición.

      Cuando volvíamos caminando, explotó una bomba y le voló un brazo. Gritaba desesperado. Se lo llevaron para curarlo, y no lo vi más. Siempre quise saber qué había sido de él, si estaba enojado conmigo. Años después pude encontrarlo en Merlo. Me dijo que no me guardaba rencor. Un alivio”.


      El regimiento de Ancharek entró en combate el 13 de junio, durante el asalto final de las fuerzas británicas. Días después, y junto a cientos de prisioneros de guerra, el buque Canberra lo dejó en Puerto Madryn. “Ahí me atosigué de pan y mate cocido. Ya en Campo de Mayo, tuvimos que declarar sobre nuestra experiencia. Yo denuncié a nuestro teniente por su maltrato, y justo mi planilla fue a parar a sus manos”, se ríe Yiyo.

      La guerra seguiría perjudicándolo: nadie quería darle trabajo. “Después conseguí empleo en una fábrica de chacinados de San Antonio de Padua, y en febrero de 1983 me vine a San Pedro”. Su novia había quedado embarazada, y ante el volcánico temperamento de su suegro, Yiyo no quiso tentar al destino que lo había protegido en Malvinas. Los enamorados decidieron huir juntos. Hoy su pareja quedó atrás, pero su hija le rebalsa el corazón. “No pude volver a Malvinas como los muchachos. No se me dio en lo económico. Quién te dice algún día…”