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      Cine negro por fuera del mainstream

      • En la Sala Lugones y hasta el 13 de marzo se llevará a cabo Film noir, lado B.
      • La muestra de 17 largometrajes realizados en Hollywood entre 1945 y 1962 por fuera del canon.

      Cine negro por fuera del mainstreamFuga en la niebla

      Uno de los ciclos de cine más exitosos de la temporada 2023 programados en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín fue el dedicado al cine negro norteamericano. Con el título de Film noir, lado A se pudieron ver algunas de las películas más icónicas del periodo que caracteriza al género. Como complemento de aquel, hasta el miércoles 13 de marzo se llevará a cabo Film noir, lado B, una muestra integrada por diecisiete largometrajes realizados en Hollywood entre 1945 y 1962.

      Pasiones de fuegoPasiones de fuego

      La idea de B, en este caso, tiene que ver con que los films programados no corresponden al canon establecido dentro del noir, películas que no suelen ser listadas a la hora de abordar los clásicos que instauraron el género, pero que resultan tan o más inspiradas (hay aquí algunas obras maestras insólitamente no reconocidas) que las más célebres. También es una nueva oportunidad de acercarse a un momento de la producción hollywoodense en el que se destacaban nombres y rostros irrepetibles.

      El título más “joven” de los que aparecen en la lista es Fuga en la niebla (Escape in the Fog; 1945), de Budd Boetticher, el ejemplo perfecto de un exponente de lo que originalmente se llamó Clase o Serie B: producciones de bajo presupuesto realizadas para acompañar, en una doble función, a otras de mayor relevancia.

      Con una duración que supera apenas la hora, esta temprana dirección de Boetticher –quien luego desarrollaría una importante carrera en el terreno del western, con Randolph Scott como actor fetiche– guía la historia de una mujer que, a partir de una premonición algo sobrenatural, se ve inmersa en un caso de espionaje con riesgo de asesinato. La aparente sencillez con la que está construida no hace más que señalar la maestría escondida de un director adiestrado en la época dorada de un cine clásico que parecía “hacerse solo”.

      Dos películas perfectas

      Las dos producciones de 1948 de la lista son dos películas perfectas: por un lado, Pasiones de fuego (Raw Deal; 1948), de Anthony Mann, la fuga de la cárcel de un gángster perseguido por otros de su propia pandilla. Acá hay doble femme fatale, un trabajo espectacular con la profundidad de campo, rasgos de violencia inusitada y una bellísima construcción de los planos en el final, con un uso expresionista de la luz al nivel de los exponentes más refinados de la época.

      Por otro lado, El reloj asesino (The Big Clock; 1948), de John Farrow, es uno de los films más divertidos de la muestra, tanto por el dinamismo y el nivel de precisión del guion como por la curiosa cuota de humor, que lo convierte casi en una comedia de enredos, con personajes que entran y salen de los ambientes a toda velocidad. Además, cuenta con los protagonismos de Ray Milland y Charles Laughton, impecables en unos de sus mejores papeles. Una auténtica obra maestra.

      Una de las películas más intensas del ciclo es Al filo de la vida (711 Ocean Drive; 1950), de Joseph M. Newman. En ella, un aventurado técnico en electricidad diseña un sistema de apuestas de carreras que le permite insertarse dentro de una gran organización criminal, en un camino de ida hacia la autodestrucción. El relato responde al modelo de ascenso y caída à la Scarface, en el que un modesto trabajador termina acorralado por su propia ambición. Se trata de un noir que tiene en el uso de exteriores su mejor atributo.

      Algo similar ocurre en Deportado (Deported; 1950), de Robert Siodmak –uno de los directores insignia del cine negro–-, donde la historia de un gángster expulsado de los Estados Unidos se desarrolla en el sur de la Italia de posguerra, donde el paisaje es aprovechado en secuencias plasmadas en planos amplios, y la acción transcurre mayormente a la luz del día.

      Se trata del resultado de un tipo de producción en la que los grandes estudios intentaban buscar una cuota de exotismo rodando en el exterior con pocos recursos, para poder competir con producciones de mayor presupuesto.

      El reloj asesinoEl reloj asesino

      Por su parte, El maldito (M; 1951), de Joseph Losey, no es otra cosa que la remake del famoso clásico de Fritz Lang, a la que la historia del cine la puso injustamente a la sombra de la célebre versión original.

      Pero la reconocida precisión de Losey en la puesta en escena, sobre todo en las secuencias de persecución a la luz del día (esta versión lleva la acción de la Alemania natal a los suburbios imponentes de Los Ángeles) así como el riesgo de acentuar en el personaje del asesino de niñas algunas conductas privadas bastante turbias para la época (borrando cierta compasión que pudiera inspirar, como ocurría con el personaje de Peter Lorre en el film de Lang), hacen que esa comparación algo desactualizada merezca ser revisada.

      Otra de las obras maestras solapadas del ciclo es Miedo súbito (Sudden Fear; 1952), de David Miller, donde una dramaturga interpretada por la siempre imponente Joan Crawford resulta la víctima de un malicioso amante y luego esposo (un joven Jack Palance), en un juego de traiciones que se va convirtiendo poco a poco en un relato de un suspenso agobiante.

      El trabajo expresivo de cada plano, el uso y los contrastes de luz, así como la música de Elmer Bernstein se conjugan en favor de la progresión dramática del relato. La escena final -una persecución entre un auto y su víctima- la ubican dentro del mejor cine de terror de la época.

      Otros films imperdibles son Asesinato en el muelle (99 River Street; 1953), de Phil Karlson, uno de los directores recuperados para la cinefilia recientemente gracias a Quentin Tarantino, quien se refirió a él como un referente fundamental para Había una vez en Hollywood (2019); Contrabando (The Lineup; 1958), tremendo film de Don Siegel, con el primer gran protagónico de Eli Wallach (el memorable Tuco de El bueno, el malo y el feo), que compone uno de los psicópatas desbordados que lo caracterizarían; y El mercader del terror (Experiment in Terror; 1962), de Blake Edwards, un noir tardío, al borde de lo psicodélico, que sería inspiración fundamental para un joven David Lynch (aquí aparece un vecindario con el nombre Twin Peaks) así como la música de Henry Mancini influenciaría a Angelo Badalamenti.


      Sobre la firma

      Javier Diz

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