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      Anima: un laberinto alegórico hacia el futuro

      El líder de Radiohead acaba de lanzar su tercer disco solista, junto con un filme homónimo de Paul Thomas Anderson. 

      Anima: un laberinto alegórico hacia el futuroEl propio Yorke definió a su último disco como "distópico".

      Lo primero que hay que decir cuando uno se enfrenta con un nuevo lanzamiento de Radiohead o Thom Yorke solista es que la dimensión “artística” de los retratados predomina sobre la música. Algo parecido a lo que sucede con David Lynch y, durante el siglo XX, con Dalí: terminan transformados en acontecimientos culturales mayores a la obra.

      Lo segundo que hay que decir es que Anima es el mejor disco de Thom Yorke (si no contamos la banda de sonido para la remake de Suspiria (2018)). Una ley no escrita de la progresión roquera de los 90, de la que proviene Radiohead, enseñaría que los terceros discos de bandas con concepto y una búsqueda detrás (Screamadelica, de Primal Scream, Ladies & Gentlemen We Are Floating in Space, de Spiritualized y, por supuesto, OK Computer) siempre pegan un salto cualitativo sorprendente.

      Anima, para cuyo título se inspiró el cantante de Radiohead en los conceptos de C. G. Jung de “anima” y “animus”, imágenes arquetípicas de lo eterno femenino y masculino en el inconsciente del hombre y la mujer, comienza con combustión lenta. No hay un vals precioso como “Suspirium” para el soundtrack mencionado y los arreglos sinfónicos, a cargo nuevamente de la London Contemporary Orchestra, como en A Moon Shaped Pool, son menos vivaces que en “Daydreaming” y “The Numbers”, de aquel disco. Pero si bien la primera parte del disco, hecha de sintetizadores, ritmos electrónicos y samplers es la más espinosa, en él están las letras de mayor vuelo. “Una esponja, un espejo” (¿se estará refiriendo Yorke a su omnívoro apetito cultural?) … mostrame el dinero y salí de joda con un zombi millonario” canta en “Traffic”, la canción que abre el álbum.

      Pero lo que es imprescindible, es ver la película que realizó para el disco el director Paul Thomas Anderson (Magnolia, Embriagado de amor), un amigo de “la casa” ya que el guitarrista de Radiohead Jonny Greenwood suele musicalizar sus películas. Llamarlo “video promocional” sería mezquino: se trata de un mini-filme, musical en un sentido contemporáneo heredero de Pina Bausch, protagonizado por Yorke y su mujer en la vida real, Dajana Rancione. El corto incluye tres canciones del disco y comienza con “Traffic”. Y como la película homónima de Jacques Tati, Yorke es un Monsieur Hulot, un Buster Keaton (su cara hierática tiene mucho de él) que lucha contra un tráfico de multitudes, en el subte, en la calle o que hace frente a geometrías cubistas, sin lógica física en el que los cuerpos son arrastrados. Hay planos secuencia y tomas desde ángulos muy originales mientras los cuerpos de la pareja se desenvuelven en una danza que los hipnotiza y no los deja besarse. El protagonista, Thom Yorke, patea el dolor, pero sin cobardía se lo mete en el cuerpo.

      No es casual que haya sido filmado en Praga: tanto Yorke como Kafka son artistas sobreinterpretados, polisémicos a pesar de ellos. Y si los dos hombrecitos se parecen, no es en la bastardeada imagen de lo “kafkiano” (la revista Rolling Stone para este disco ya habla de “yorkismos”), sino muy concretamente por El proceso. Y no como una cansada alegoría política: Anima, disco y cortometraje, como la novela, tiene tantas canciones y tan diversamente interconectadas como esas habitaciones surrealistas que hacían que Josef K pasara absurdamente de una pieza de un pintor o de una lavandera doméstica al Tribunal Supremo de su ciudad o a un cuarto con una mujer hermosa que lo estaba esperando. Sin aspavientos, sin grandes bajadas discursivas, con su ojo semicerrado y nula sonrisa, el hombrecito Yorke parece decirnos que quien se pierda la enormidad del arte contemporáneo se estará perdiendo demasiado.


      Sobre la firma

      Nicolás Pichersky

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