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      Chistes oxidados y viejos de TV, cine, rock y cumbia que ya no dan risa

      El humor de Olmedo, Porcel, los tangos reos y muchos temas de rock y cumbia fueron concebidos con picardía, doble sentido y una larvada misoginia. Hoy son rechazados por la etiqueta sexual juvenil.

      Chistes oxidados y viejos de TV, cine, rock y cumbia que ya no dan risa"Amo y señor". En 1984, el personaje de André en la telenovela solía cachetear al de Luisa Kuliok.

      Si lo privado es político, ¿qué sucede con lo popular? Es habitual dejar fuera de los consumos masivos como la música popular, el humor de la televisión y las series, la teoría cultural como si teorizar fuera una gimnasia intelectual demasiado valiosa para desperdiciarla en trivialidades. Las canciones pegadizas, el entretenimiento y las telenovelas podrían tener mucho que decir sobre los temas que problematizan las teorías de género. Basta ver los ataques públicos que recibió Judith Butler en Brasil, por parte de grupos religiosos, para notar el modo en que su discurso teórico se percibe como una amenaza real por parte de un sector que pretende mantener cosas tal cual están.

      Del mismo modo que la escritora Tamara Kamenszain enfoca en los temas de la desigualdad de género que reflejan las letras de los tango en su ensayo La gramática tanguera, y va más allá al escribir sus versiones en los poemas de Tango Bar, resultaría interesante hacer la prueba sobre algunos fenómenos que cautivaron masivamente a las sociedades, a ver qué dicen luego de una lectura de género. ¿Qué ocurriría si pasáramos la lente de esas teoría a través de, por ejemplo, la cumbia, las canciones románticas o la imagen de Sandro? ¿Por el humor de Olmedo y su programa No toca botón? ¿Y si lo hiciéramos por las telenovelas tradicionales de Alberto Migré? ¿Y las cachetadas de Arnaldo André a Luisa Kuliok? ¿Las películas con Isabel Sarli?

      Si se analizan fenómenos de la cultura popular, será inevitable que queden expuestas las relaciones de poder. La cultura popular es un espacio de lucha, subraya Stuart Hall, un lugar donde se desarrollan los conflictos entre los grupos dominantes y subordinados, es decir, un espacio que construye y reconstruye las distinciones entre las culturas que coexisten en la sociedad.

      Un primer impulso podría llevar a asignar a las letras de la música romántica los estereotipos del deseo femenino que se construyen desde el patriarcado. No hay, tal vez, canción más icónica que “Rosa, Rosa”. Bajo la cáscara del romanticismo exacerbado, Sandro canta “Rosa, Rosa/Tan maravillosa/Como blanca diosa/Como flor hermosa/Tu amor me condena/A la dulce pena de sufrir”. Claro que esa canción insiste en equiparar la mujer a la rosa, ponerla en ese lugar pasivo de objeto, y al mismo tiempo, asocia el amor con la posesión y el sufrimiento ”Si algo ha de morir/Moriré yo por ti” y más rotundo, “Dame todos tus sueños/Dueño/De tu amor quiero ser/Moriré yo por ti/Moriré yo por ti”. El azar a veces tiene coincidencias hermosas porque Alfonsina Storni parece contestarle desde su poema “Tu me quieres blanca”.

      Sandro, el conquistador eterno que ubicaba a las mujeres siempre en un lugar pasivo.Sandro, el conquistador eterno que ubicaba a las mujeres siempre en un lugar pasivo.

      Y no solo las letras; Roberto Sánchez se construyó a sí mismo como Sandro. Se hace, por supuesto, a fuerza de ocultar el misterio de su existencia bajo capas de estereotipos de masculinidad regional: nieto de un gaucho que conoció a Juan Moreyra, pibe barrial, estrella de rock a lo Elvis Presley, seductor a lo donjuán, adopta todas las máscaras de un varón. En la figura del ídolo confluyen todos los mandatos de masculinidad de mediados del siglo XX. Y si el género es performativo, como dice Judith Butler, Sandro es la expresión máxima de esa acción.

      La imagen de Sandro y los ídolos populares, por supuesto, no se limitan a representar bien o mal identidades genéricas, van más allá: trabajan para construir y estructurar el significado del género. De ahí que los fenómenos masivos son un factor de construcción de qué significa un género en un contexto histórico y geográfico concreto. Es decir, las representaciones mediáticas no reflejan una realidad previa, sino que constituyen la realidad de manera activa como dice Joanne Hollows en Feminism, feminity and cultural problems (Manchester University press, 2000). Y con esa premisa, explora un abanico de trabajos feministas sobre cine, medios y estudios culturales.

      Aún así, al parecer, hay otras maneras de leer los consumos masivos. La doctora en Ciencias Sociales Carolina Spataro analiza el cruce entre cultura popular y teoría de género desde su primera investigación que fue sobre letras de cumbia y luego sobre el club de fans del cantante Ricardo Arjona. También tomó algunos fenómenos televisivos como “La nena”, un sketch del programa Poné a Francella y otros similares, y más recientemente trabajó sobre lectoras de la saga de libros Cincuenta sombras de Grey. Spataro cambia el eje del enfoque: “Las canciones “románticas”, por ejemplo, no siempre construyen la imagen de un amor heterosexual donde la mujer ocupa un lugar pasivo a la espera de un varón que la conquiste. Hay canciones de amor que hablan de vínculos no heterosexuales, de los problemas de la monogamia, de mujeres sexualmente activas, etc. Hasta las princesas de Disney se han transformado en los últimos años y ya no hay tantas Bellas durmientes esperando el beso de un príncipe que las despierte, sino que aparecen otras como Anna de Frozen a la que la salva un beso de amor, pero no del príncipe sino de su hermana. Repetir el latiguillo de que lo único que aparece en la televisión, en las novelas, en la música, etc, es machismo en estado puro (hay de eso, sin dudas, pero también hay otras cosas), nos impide ver que son plataformas muy interesantes para observar profundas transformaciones que se dan a lo largo del tiempo en torno a la agenda de géneros y sexualidades”.

      Programa “Poné a Francella” y el sketch “La nena”, con Julieta Prandi..Programa “Poné a Francella” y el sketch “La nena”, con Julieta Prandi..

      En “Cumbia nena. Letras, relatos y bailes según las bailanteras”, publicado en Resistencias y Mediaciones. Estudios sobre cultura popular (Paidós) Spataro y Malvina Silba cuentan parte del trabajo que hicieron para el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA que se dedica a la cultura popular y los medios de comunicación. Las dos estudiaron el fenómeno de las bailantas bonaerenses y buscaron establecer la relación posible entre el consumo de cumbia y la configuración de la identidad de género en mujeres jóvenes de sectores populares. No mantuvieron la cuestión como una abstracción, sino que fueron a los boliches y también al programa Pasión de sábado. En esas fiestas populares se dedicaron a observar qué les sucedía a los que participaban. Al mismo tiempo, pusieron atención a letras de canciones como “Haceme un pete / haceme un pete / porque esta noche quiero gozar / me comentaron que esa chica hace unos petes espectaculares”, del grupo Damas Gratis.Podría caerse en el error de pensar que las conclusiones hablan del sexismo en las letras. Sin embargo, la socióloga Malvina Silba aplica otra óptica. “Las letras de la cumbia son en su mayoría herederas del amor romántico, con figuras como la de la traidora, la mala mujer o la musa inspiradora, más angelical, pura, bella, etc. Y después la disrupción de la cumbia villera con su escasez de metáfora para hablar del sexo y del cuerpo femenino. Pero lo más sugerente en la cumbia no son solo las letras sino lo que sus oyentes hacen con ellas. Seguramente en unos años habrá más artistas y productoras mujeres que puedan transformar también desde adentro las formas del amor y del deseo”.

      Así la lectura avanza hacia los cuerpos. “Es muy fácil colocarse en ese pequeño o gran lugar de poder de denunciar la violencia sexista, de género, misógina, etc. con el diario del lunes. Tiendo a descreer cuando un sujeto o un colectivo pasan a tener la razón absoluta. Siempre que pienso en qué lugar pararme como analista de la cultura, recupero el deber de la pregunta incómoda. No sirve, para el análisis cultural en pos de una sociedad más igualitaria, salir a señalar viejos machirulos por el mundo, como si eso nos garantizara algo más que la descarga emocional o la venganza. Flaco favor le hacemos a la cultura popular de masas si salimos a decir, al mejor estilo legitimista, que el rock, la cumbia o la música romántica solo reproducen la dominación. Las letras son solo una dimensión de análisis pero no la más importante. Cuando corremos el eje de las letras y de la palabra, aparece el cuerpo y las sensaciones, que siempre son menos limitadas. Y porque lo importante es lo que esas músicas habilitan en las mujeres que las escuchan”, dice Silba.

      Alberto Olmedo, alias El Manosanta, y Adriana Brodsky, en el papel de “la bebota”.Alberto Olmedo, alias El Manosanta, y Adriana Brodsky, en el papel de “la bebota”.

      Y en una línea similar, Spataro señala que “Si queremos saber por qué estos objetos de la cultura son exitosos tenemos que poder indagar qué es lo que sucede en el momento de la recepción. Por ejemplo, en el vínculo entre una persona y su música favorita hay mucho más para decir que ‘reproduce el sexismo o fomenta la liberación’. Esta dicotomía sumisión/resistencia es muy habitual en ciertos análisis y tiene centralmente dos problemas: por un lado, obtura la posibilidad de interpretar el fenómeno en cuestión y, por el otro, se realiza desde una posición de superioridad moral del analista que subestima a los públicos. Retomando el ejemplo de la música, a través de ella las personas elaboran momentos de sus vidas, procesan duelos, establecen vínculos con otros, se enamoran, seducen y se dejan seducir, bailan, se autodefinen, entre muchas otras cosas. En definitiva, la música habilita el despliegue de emociones muy profundas y esas son las experiencias que más nos interesan a quienes investigamos estos temas”.

      Pensándolo así, íconos como Sandro, pero también figuras del rock como Charly García, Andrés Calamaro y Gustavo Cerati no solo encarnan el inconsciente colectivo de una sociedad patriarcal, aunque parezca contradictorio, habilitan la expresión del deseo femenino. De ahí la fascinación que ejercen sobre todos.

      Resulta evidente que a lo largo del tiempo las mujeres y las identidades no binarias aparecen muchas veces en la cultura popular como un objeto de deseo, incapaz de crear sentido. Cuanto menos en algunos productos su presencia está oculta detrás de estereotipos. Sin ir muy lejos, la serie de películas cómicas protagonizadas por Alberto Olmedo y Jorge Porcel durante diez años captan en el humor la desigualdad de género, incluso en algunas como “A los cirujanos se les va la mano” hay escenas en las que los dos cómicos avanzan sobre el cuerpo de mujeres, sin el consentimiento de ellas, las dejan desnudas y las manosean, y naturalizan bajo la óptica de la picardía y el humor actos de abuso sexual explícito.

      El éxito del dúo cómico respondía a cierto consenso social en cuanto al valor de los cuerpos vulnerados en las escenas. Criticarlos no es criticar un tipo de humor, sino dejar a la vista los prejuicios y mandatos que ocultan. La “cultura de la violación” a la que se refiere Tamara Tenenbaum en El fin del amor. Querer y coger habla justamente de este consenso social, de un aprendizaje que no se centra en la individualización del monstruo violador, como sujeto excepcional a un sistema, antes bien, pone el acento en una educación que históricamente impulsó a los varones a actuar sin escuchar el no femenino, mientras que a elles se las educó para ocultar el deseo y simular.


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      “Las batallas que ganamos gracias a la militancia, la de las calles y las casas y la de las aulas, han expandido ampliamente los horizontes de lo decible, lo representable, lo que incluso las industrias ahora se animan a mostrar por fuera de condicionamientos institucionales. Se han hecho series o novelas que muestran mujeres empoderadas, varones sensibles, amores disidentes o modelos morales contradictorios en sujetos diversos. Eso es un logro, sin dudas. Quizás lo que toca discutir ahora es cuánto de esos deseos y expectativas representadas se pueden trasladar en lo inmediato a las prácticas y experiencias de las y los sujetos que ocupan las posiciones más desventajosas en el actual contexto de un capitalismo eternamente en crisis pero aparentemente indestructible”, dice Silba.

      Pablo Lescano al frente de Damas gratis: cero sutileza.
Foto: Fernando la OrdenPablo Lescano al frente de Damas gratis: cero sutileza. Foto: Fernando la Orden

      Ya sea humor popular o música melosa, los discursos populares insisten en hablar de las relaciones sexo afectivas con una constante: la diversidad de géneros aparece oculta, sí, pero nunca invisible. Al menos no para Spataro: “Creo que muchas veces los objetos de la cultura de masas que han sido históricamente feminizados, tales como la música romántica, las revistas de moda y espectáculo, las telenovelas, etc, han sido calificados de machistas, berretas, grasas, etc. Como si allí se condensara la falta de gusto y un sinfín de discursos reproductores del machismo, textos conservadores en relación a los géneros y sus roles en la sociedad. Sin duda podemos encontrar algunos de esos elementos, pero los productos de la cultura de masas son mucho más complejos y, sobre todo, no han permanecido inmutables a lo largo del tiempo”. Por citar algunos casos vemos que las revistas “femeninas” incluyeron desde los años 60 temáticas vinculadas a la salud sexual de las mujeres, posteriormente han deslizado cuestionamientos al mandato del amor para toda la vida, y más recientemente han brindado información sobre violencia de género, tratamientos de fertilización asistida, aborto, adopción”.

      A esta altura es claro que el problema es mucho más complejo. Quizás se deba a que las variables a tener en cuenta se multiplican de acuerdo a las relaciones desde las que pueden leerse los productos masivos. Suelen abrir una ventana a la realidad de una época; sus imágenes se toman como reflejo de la sociedad de la que hablan. Aún así, hay que decirlo, la afirmación implica la existencia previa de un modelo real, ¿Existirá o se estará creando a medida que se actúa?


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      Verónica Boix

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