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      La oralidad, un estilo literario

      Se reeditó Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, en España. Carrión resalta el papel clave de este texto en la historia de la no ficción.

      La oralidad, un  estilo literarioRodolfo Walsh

      Gabriel García Márquez no había cumplido todavía los treinta años cuando publicó por entregas en el diario colombiano El Espectador la historia en primera persona de un superviviente improbable. No lo firmó. Era 1955. Hasta 1970 no la publicó en forma de libro, con su nombre en la portada: Relato de un náufrago. Rodolfo Walsh acababa de cumplir los treinta años cuando publicó por entregas en el periódico argentino Revolución Nacional y luego en Mayoría la historia de los siete supervivientes de un fusilamiento. No lo firmó. Era 1957. Aunque Operación masacre, ya con el nombre de su autor, fue publicado en varias ediciones durante los años 60, la definitiva es la de 1972.

      Para entonces la agencia de noticias Prensa Latina ya tenía más de una década de vida. García Márquez y Walsh se conocieron en Cuba durante los años fundacionales de aquel proyecto que intentó contrapesar la influencia global de Associated Press y otras de información de los Estados Unidos. No sé si alguna noche, con un ron en la mano, hablaron de Truman Capote y de otros norteamericanos que también estaban escribiendo crónica con el ritmo y la libertad de la ficción. En 1966 Capote acuñó el término “novela de no ficción”; en 1969 Elena Poniatowska publicó Hasta no verte Jesús mío; en 1973 –finalmente– Tom Wolfe lanzó al mercado la antología El nuevo periodismo, donde por supuesto no hay rastro de los antecedentes ni de los contemporáneos hispanoamericanos.  Prensa Latina perdería la guerra de la información. Pero, aunque los escritores norteamericanos crearan la marca y durante un tiempo eclipsaran a los escritores del sur, con el tiempo los datos y las fechas se han ido poniendo en su lugar. Nadie informado puede negar hoy que el Nuevo Periodismo fue un fenómeno panamericano. Si García Márquez, a partir de una larga entrevista, recreó con maestría una única voz, siguiendo el viejo modelo de la novela picaresca; Walsh –en cambio– mantuvo muchísimas conversaciones y, con la ayuda de otra gran periodista, Enriqueta Muñiz (a quien le dedica Operación Masacre), construyó un relato coral, en que el narrador guía, sintetiza, recrea, describe y administra las voces de las víctimas y de los verdugos. Es una historia de asesinos y de asesinados y de supervivientes y de un crimen de estado. Pocas horas después del intento de sublevación de un grupo de militares contra el régimen militar, presidido por Pedro Eugenio Aramburu, la policía ejecutó la orden de fusilar a civiles sospechosos de colaborar con la conjura. Fue puro terrorismo institucional. Pero siete hombres sobrevivieron y Walsh los entrevistó y la verdad se hizo pública.  La relectura del libro hoy señala otra de sus dimensiones: la sonora.

      Aquellos hombres que serían detenidos y violentados se habían reunido para escuchar por la radio un combate de boxeo. En la emisora oficial, en cambio, mientras el país se convulsionaba, se ofrecían conciertos de música clásica. Los policías se comunican también por radio: las ondas reproducen la orden de la matanza. Estamos en el mundo inmediatamente anterior al de la explosión de la televisión como gran transmisor de la realidad. En un mundo oral, en que el poder ha secuestrado los canales informativos, imponiendo música de Haydn o de Stravinsky, su particular ley del silencio, Walsh es alguien que de pronto escucha: “Hay un fusilado que vive”. En el origen de la historia hay una voz anónima que le informa de una verdad crucial. Walsh sigue esa voz, que lo lleva a otra, la de un hombre con un agujero en la mejilla y otro en la garganta, Juan Carlos Livraga, su primer informante.  Operación Masacre puede leerse como una colección de testimonios narrada con pulso de radionovela, con las herramientas del antiguo cuentacuentos y del nuevo realismo, con descripciones vívidas, e insistencia en los nombres de los personajes para que no los olvidemos.  Entre la primera novela sin ficción de Walsh y El fin del Homo Sovieticus (2013), el último libro de Svetlana Aleksiévich, encontramos La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral (1971), de Poniatowska, Noche y niebla: los catalanes en los campos nazis (1977), de Montserrat Roig; El Emperador (1978), de Ryszard Kapuściński, o La voluntad (1997), de Eduardo Anguita y Martín Caparrós. Ahora que el premio Nobel a Aleksiévich ha reconocido la potencia artística de la historia oral, vale la pena salir de la consabida tradición panamericana del Nuevo Periodismo y leer a Walsh como quien es: un escritor pionero, más allá de cualquier frontera.

      J. Carrión es autor de Librerías, finalista del premio Anagrama de ensayos, entre otros.


      Sobre la firma

      Jorge Carrión

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