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      Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa: el Big Bang del Boom

      • Correspondencia inédita.
      • Cartas de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.
      • Una auténtica biografía coral cuya piedra angular fue la celebrada y luego criticada revolución cubana.

      Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa en los años 60, durante su época de mayor popularidad. En esa década publicaron las novelas Rayuela y 62 Modelo para armar, y La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral.

      Como toda palabra nacida en el ruidoso país de las onomatopeyas, el término “boom” prefiere connotar antes que denotar. Bajo su disfraz de globo de historieta, sugiere un éxito inesperado, un descubrimiento, un fenómeno espontáneo. El Boom de la literatura latinoamericana tuvo todos esos rasgos de sorpresa y asombro. Pero también tuvo dosis de cálculo y de conspiración, como permite ver la correspondencia reunida de sus cuatro autores centrales: Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. El chileno José Donoso y el cubano Guillermo Cabrera Infante, otros dos autores muy cercanos al Boom, no aparecen como autores del libro, pero sus nombres asoman a menudo en las cartas de sus colegas o en las notas al pie de página.

      Halladas y ordenadas por cuatro editores minuciosos y esmerados, estas cartas se parecen menos a cualquier otro volumen de correspondencia que a una biografía coral. Con caligrafía –o mecanografía– ajena, los compiladores trazaron una biografía del Boom, que completaron con muy justas y nada invasivas notas, además de un prólogo y entrevistas y artículos al final del volumen.

      Curiosamente el gran interés de las cartas consiste en que la amistad de estos autores era superficial, y por lo tanto los textos nunca llegan al grado de sobrentendido que suelen tener las conversaciones entre amigos de toda la vida. Solo entendemos las cartas de quienes no se entienden del todo.

      La piedra angular del Boom es la revolución cubana, que despertó el interés europeo por América Latina. Las ilusiones políticas se mezclaban con un afán de exotismo del que todavía quedan ruinas dispersas y algún poster del Che. Pero si dejamos de lado la oportunidad histórica, tan bien aprovechada, debemos notar que fue Carlos Fuentes el que forjó esta especie de club de cuatro.

      A pesar de que eran de generaciones diferentes (Cortázar era el mayor, Vargas Llosa el menor) los unían la simpatía por la revolución socialista, la rebelión frente al criollismo como modelo obligatorio para la literatura del continente, la voluntad de renovar la novela y el hecho de que todos alcanzaron su esplendor como escritores casi al mismo tiempo. En pocos años fueron bendecidos con premios y una multitud de lectores, tanto en Europa como en América latina. “Para mí el famoso Boom no es tanto un boom de escritores como un boom de lectores”, escribe García Márquez a fines de 1967.

      Pantallas, política y cortinas de humo

      En la primera parte de las cartas notamos la importancia que el cine tenía para los cuatro, un aspecto que luego quedó olvidado, porque las películas en las que estuvieron involucrados como guionistas, o que se inspiraron en sus obras, dejaron una tenue huella. A medida que se suceden los días y las cartas, la política crece en importancia y sirve para unir al grupo. La historia organiza el temario de las conversaciones, sobre todo los acontecimientos del año 68: el entusiasmo por el mayo francés; la invasión soviética a Praga y la masacre de Tlatelolco, en Ciudad de México, que dejó más de 300 muertos.

      Fue entonces cuando Elena Garro, exesposa de Octavio Paz, comenzó una delirante campaña de delaciones, en la que señaló a Paz y a Carlos Fuentes como instigadores de los movimientos estudiantiles en México (Borges y Bioy Casares, a pedido de Garro, que fue amante de Bioy, firmaron una carta a favor del presidente mexicano Díaz Ordaz, según recuerdan los editores).

      Pero la Yoko Ono del Boom no fue ninguno de estos episodios, que los encontraron del mismo lado, sino el caso Padilla. Heberto Padilla, poeta cubano, elogió una novela de Guillermo Cabrera Infante, Tres tristes tigres, en detrimento de una de Lisandro Otero. Cabrera Infante era, por ese entonces, un exiliado, mientras que Otero era un funcionario cultural. El orgullo herido de Otero derivó en un continuo hostigamiento por parte de los funcionarios culturales cubanos hacia Padilla, y el poeta terminó en la cárcel, acusado de actividades contrarrevolucionarias.

      Frente a los rasgos totalitarios del gobierno cubano, García Márquez y Cortázar continuaron con su apoyo crítico, Carlos Fuentes se apartó un poco y Mario Vargas Llosa se despidió del todo. Más aún que el encarcelamiento de escritores, lo indignaban las “autocríticas” que los acusados (Padilla no fue el único) se veían obligados a hacer, como si algunas noches en los calabozos de Seguridad del Estado les aclararan la conciencia.

      Julio Cortázar se muestra en estas cartas tan agudo y luminoso al hablar de literatura o de la vida (hay una maravillosa descripción de un tigre que vio en la India) como ingenuo y opaco al opinar de política. Postula, por ejemplo, que sería poco conveniente que un hipotético “pobre médico boliviano” se especializara en Detroit, porque eso lo alejaría de su pueblo; curiosa reflexión para alguien que vivió en Francia casi toda su vida adulta, y nunca consideró que eso lo separara de su “pueblo”.

      Hay una serie de elementos que colaboraron con el Boom: la contundencia de sus obras fundamentales (Rayuela, Cien años de soledad, La muerte de Artemio Cruz, Conversación en La Catedral); el surgimiento de la agencia de Carmen Balcells, que cambió las reglas de los contratos editoriales; el aire romántico que tenía la política antes de que en los años 70 las consignas se mancharan de sangre. Pero también hay mucho de estrategia de grupo.

      El crítico y narrador argentino Héctor Murena, por ejemplo, queda convertido en el malo de la película por haberse atrevido a escribir una crítica negativa sobre Rayuela. Carta tras carta se advierte una nunca formulada estrategia que guía el paso de los amigos por las mesas de los jurados y los podios de los premios literarios. No en vano Gabriel García Márquez llamaba al grupo “la mafia”.

      Mientras crecía el éxito de estos autores, se multiplicaban las críticas desde la izquierda. Marta Traba, ensayista y profesora argentina que aparece nombrada en las cartas con poca simpatía, sostenía: “Mi impresión es que, al lanzarlos a promociones similares a las de cualquier producto de la sociedad de consumo, entregarles el estrellato, los premios, las invitaciones a universidades norteamericanas, las revistas financiadas por la CIA, etc, se está operando un proceso muy claro de de neutralización de la agresividad, el inconformismo, el gran rechazo que debe mantenerse sin atenuantes en el escritor o el artista”.

      Enfriamiento global

      A partir de los 70, cuando el delirio guerrillero se extendió por todas partes, los escritores ya no eran recibidos como héroes en las universidades: se les exigía que tomaran las armas, cosa que, por supuesto, no tenían intenciones de hacer. Como le escribe Carlos Fuentes a García Márquez en 1969, al comentarle un encuentro de escritores en Chile: “Los estudiantes obligaron a los escritores a entonar horrendos mea culpa públicos por no dedicarse a la guerrilla (…) Una vez que todos admitieron sus culpas de lesa revolucionaridad, fueron invitados a visitar a los obreros en Lota. Sanctus, sanctus, sanctus”.

      Cada escritor tiene su modo de escribir cartas. Cortázar se deja tentar por el juego de la yuxtaposición, que llena una misma frase de acciones u objetos variados, como lo hace en su literatura. Hay algo camaleónico en Fuentes, que cuando habla con Cortázar escribe según el estilo más libre del argentino, y cuando se dirige a Vargas Llosa parece anticiparse a las críticas de este al socialismo.

      El peruano detesta escribir cartas, pero a medida que pasan los años estas son más documentadas y rigurosas, como la que escribe el 30 de mayo de 1971 a Carlos Fuentes, donde repasa los milagrosos cambios espirituales que se producen en las cárceles cubanas.

      Gabriel García Márquez llama a sus corresponsales con sobrenombres: el peruano es el Gran Jefe Inca y el mexicano, el Águila Azteca. Es el más preocupado por cuestiones de contratos y porcentajes de venta. Quien busque en estas páginas una explicación a la pelea entre Vargas Llosa y García Márquez se verá defraudado. La famosa trompada que le dio el peruano al colombiano en un cine de México en 1976 no ha dejado huella postal.

      Nadie pretende que en una correspondencia entre escritores la virtud dominante sea la sinceridad. Cuando apareció Zona sagrada, novela en la que Carlos Fuentes había trabajado varios años, García Márquez se vio en la difícil tarea de expresar su opinión ante su autor. Ejecutó entonces un laberinto textual que podría resumirse así: a nadie en el mundo le gustó tu novela, pero a mí, sin embargo… tampoco me gustó.

      En una nota al pie los editores recuerdan que cierta vez Vargas Llosa y García Márquez volaron de Mérida a Caracas, en un vuelo abundante en turbulencias; experiencia especialmente desgraciada para los dos escritores, que detestaban volar. Con el paso de los días el pequeño incidente se convirtió en mito: el avión ya no solo sufría sobresaltos, sino que caía en picada. Entonces Vargas Llosa tomó de las solapas a García Márquez y le preguntó “Ahora que vamos a morir, dime la verdad, ¿qué piensas de Zona sagrada?”.

      Las cartas del Boom, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Alfaguara, 562 páginas. $19.300

      Pablo de Santis es el autor, entre otras, de las novelas Hotel Acantilado, La hija del criptógrafo y Academia Belladonna.


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