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      Fernando Pessoa, soñador de compás en mano

      • Vuelve a librerías el legendario libro en prosa del infinito poeta portugués.
      • Será homenajeado en la Feria del Libro que arranca en Buenos Aires el jueves 25, donde Lisboa es Ciudad Invitada de Honor.

      Fernando Pessoa, soñador de compás en manoFernando Pessoa (1888-1935), poeta, narrador, ensayista.

      Avanzan lento las agujas cuando se nada en el mar y el tiempo sabe ser paciente para quien quiera volver a entrar en esa alucinación diurna llamada Fernando Pessoa. En su libro más insólito, traspapelado, recuperado años después, como casi toda su obra, Lisboa. Lo que el turista debe ver, advertía: “Para el viajero que llega por mar, Lisboa, vista así de lejos, se levanta como la hermosa visión de un sueño”. En este trance de ensoñación vivió el poeta hasta su muerte, casi sin salir de la ciudad una vez que fue y volvió de Sudáfrica. En aquellas mismas páginas, llenas de obedientes descripciones de monumentos –“de hombres que alcanzaron la gloria”– sin querer profetizaba su condición de póstumo de lujo. Aseguraba “no fui solamente un soñador, fui exclusivamente un soñador” quien inventó un estilo y un mundo –dos garantes de perdurabilidad– y se definía como “una nación”.

      Una infancia viajada, desplazada, plenamente bilingüe, le regaló una visión única a cambio de una orfandad definitiva. Comenzó su inagotable –por secreto y desfondado– trabajo en prosa, Libro del desasosiego, a los veinte años, y estiró su redacción hasta el último día. Cuaderno de entradas sueltas –”libro diario”, precisamente– del ayudante contable Bernardo Soares, es un tratado de sensaciones, del uso de velos y cristales en la conexión con la realidad y con sí mismo, que levanta una intimidad amurallada mientras envuelve al lector en intrigantes volutas de humo. Mediante un claro congraciarse en la nostalgia, se pasea por los laberintos de la fijeza y del viaje, del tedio, del cansancio, de las dificultades de la naturalidad, del planeo onírico, del dolor y del genio.

      El autor de sus días consigna los debe y haber de cada jornada y dibuja los números de un espíritu a la deriva de manera que el balance no cierre. Tiene un colega llamado Borges, a quien Soares le presta el secante. (Años después, un homónimo de brumosas raíces lusitanas le devolvería el favor: con un pie en el estribo el autor de “Borges y yo” –no sólo compartieron la afición por dobles, espejismos y héroes– homenajeó a Pessoa con un “déjame ser tu amigo”).

      A Pessoa –títere de sí mismo a la enésima potencia– lo tentaban mil modos de definirse por imagen, mientras pintaba a Bernardo Soares: “Soy una casa viuda, claustral de sí misma, embrujada por espectros tímidos y furtivos”. O: ““Soy el arrabal de una ciudad que no existe, el comentario prolijo de un libro que nadie ha escrito... Tengo la impresión de que fui una cosa que leí en algún sitio... novela de la que leí la mitad”. O bien: “Escribo arrullándome, como una madre loca a un hijo muerto”. Puestas en abismo en las que autor y obra se pliegan hasta fundirse y confundirse.

      Ensayista voraz, incontinente, no hay caso en la historia de la literatura que represente tan nítida y astutamente aquella trampa que sentencia: “Los cretenses dicen que los cretenses son mentirosos”. Aunque miles de "autoficciones" lo sigan ignorando, Pessoa alteró para siempre el factor autobiográfico: “Pero expresar tus emociones se hace incluso sin expresarlas. Lo arduo es expresar las emociones que uno no tiene. Sentir profundamente lo que uno no siente es la joya de la corona de la inspiración”.

      Príncipe discontinuo del quiasmo, duque repatriado del retruécano, Pessoa comprendió como pocos que un autor se juega sus cartas en la distancia consigo mismo. Montó ingeniosos espejos críticos por medio de sus inspirados heterónimos Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis. (Sus traductores también parecen heterónimos de uno y el mismo).

      Al requisito mínimo en el pliego de condiciones de un escritor –tener a una persona para retratar– Pessoa lo elevó a una prueba suprema: adjudicarle una obra, escribírsela entera. Una reconciliación consigo que no implicara exigencia de confesión. De una agudeza perceptiva maníaca, era capaz –como lo demuestran su desmigajamiento de Freud y su psicodiagnóstico de Shakespeare– de análisis cuasi clínicos no exentos de inferencias astrológicas. (Redactó más de mil horóscopos y cartas astrales, y se relacionó, no sin trepidación, con el tenebroso mago Aleister Crowley).

      Diario por interpósita persona, Libro del desasosiego es una bitácora terapéutica que imparte, de paso, la clásica lección de un diario: la irregularidad es el precio de lo sublime. (De allí que a veces se requiera de cierto cuidado con las citas, para no reducir a la literatura a un subgénero de la autoayuda). Las repeticiones sólo subrayan la urgencia de cierta obsesión por virar su paleta de colores y la propensión a desconcertar a quien está del otro lado de la mesa, como cuando en el tablero se hace retroceder a un caballo en ajedrez.

      Pessoa demuestra que en ciertos escritos deja de importar la secuencia y gana la totalidad, el cauce y su caudal: “Mi tía vieja hacía solitarios durante lo infinito de la velada. Estas confesiones de sentir son solitarios míos. No los interpreto, como quien usase cartas para saber el destino. no los ausculto, porque en los solitarios las cartas no tienen propiamente valor”. Las frases cobran otro relieve arropadas en el aura de aquella Lisboa imaginada, endosadas por un cicerone inconfundible y su kit de supervivencia: sombrero, lentes redondos, bigotito, moño y pantalones que ni rozan el zapato, a lo Tom Sawyer. (No hay foto de Pessoa que no diga algo).

      Notable proeza: estuvo a la altura de una ambición desmedida –no dejó género intocado– que forzó su mano hacia una operación entre aritmética y alquímica que le permitió poder repartirse entre varios; una manera de salir de sí regresando al cuarto más recóndito por la puerta de atrás. Fernando Pessoa tomó la precaución de desaparecerse antes de que desembarcara en su isla de tesoros el crucero de turistas que lo convertiría en el fantasma de una sombra. Buceó profundo para atravesar sus espejos, y en el interior de las ostras que halló cada una de las perlas –no fueron pocas– le devolvió una cara que felizmente no era exactamente la suya.

      Libro del desasosiego, Fernando Pessoa. Trad. Santiago Kovadloff. Emecé, 704 págs.

      Libro del desasosiego, F. Pessoa. Trad. A. Sáez Delgado. Edición: Jerónimo Pizarro, Pre-Textos, 496 págs.

      Libro del desasosiego, F. Pessoa. Trad. Perfecto Cuadrado. Edición: Richard Zenith. Acantilado, 608 págs.

      Información acerca de la Feria del Libro 2024, del 25 de abril al 13 de mayo, en La Rural, Buenos Aires: el-libro.org.ar


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      Matías Serra Bradford

      Editor de la Revista Ñ/ sección Cultura mserrabradford@clarin.com

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