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      Susan Sontag ante Diane Arbus y entre mujeres excepcionales

      Las implacables de Deborah Nelson presenta sugestivos ensayos sobre la conexión entre la crítica y la fotógrafa estadounidenses, y sobre Hannah Arendt, Simone Weil, Mary McCarthy y Joan Didion.

      Susan Sontag ante Diane Arbus y entre mujeres excepcionalesRetrato de Sontag con su hijo, el hoy respetado ensayista David Rieff, fotografiados por Diane Arbus en Nueva York en 1965.

      Sus retratados miran a cámara amenazante o cortésmente resignados, son ellos los que apuntan: a la fotógrafa y, al mismo tiempo, al desconocido que los contemplará con impunidad. Se saben frágiles candidatos a inmortales. “Son personajes de un cuento de hadas para adultos”, decía Diane Arbus de sus enanos, gigantes, maltrechos, prostitutas, retardados.

      Habría que tocarle la puerta a un Werner Herzog para dar con familias emparentadas. Desafían, como los muertos enmarcados, a sostenerles la mirada. Dan la sensación de que la fotógrafa debía salir de foco para volver a hacer foco con el fin de verificar que la primera impresión fue justa, tal su perturbación. Hay en sus niños, hombres y mujeres una tenacidad y una orfandad inquebrantables. Y una extrañeza (hoy atenuada) que invita a jugar el juego de los susceptibles: mirar y no mirar.

      Su elenco cubre todo el espectro: infancia, juventud y vejez. Arbus es experta en retratar edades (el estado mítico de una edad y sus deformaciones). Tentada por concentrarse en dos centros en el instante de la foto, se especializó en parejas (con un modo inverosímil de competir por la atención de la fotógrafa: sin actuar). Igual que las máscaras y antifaces que usan muchos en su nómina de desterrados, parecen estar mofándose de su arte, de su vano intento por captar lo que la psicología simplificada –que está del otro lado de sus vidas– llama una identidad.

      En 1972, el MOMA de Nueva York montó una retrospectiva de Arbus que despertó el ojo crítico de Susan Sontag en toda su fastuosa ambigüedad. Las luces y sombras y entrelíneas de esa reacción están registradas en Las implacables de Deborah Nelson, un libro de amistades reales y virtuales entre Arbus, Sontag, Hannah Arendt, Simone Weil, Joan Didion y Mary McCarthy (cuya especialidad fueron, precisamente, los retratos de grupo). Un entramado de nombres y un entretejido de obras de mujeres porfiadas, intransigentes, de precaria fortaleza.

      Uno de los centros posibles de esa seductora telaraña lo tienden Arbus y Sontag, y Nelson recuerda que fue la exhibición póstuma de la primera la que dio pie al clásico instantáneo Sobre la fotografía de la segunda, y repasa los términos de ese vaivén, que resuena en otros hilos de Las implacables. Una crítica que le lanzó a un colega demuestra que Arbus era perfectamente consciente del riesgo que asumía al inclinarse por esas criaturas: “El sujeto es mejor que la fotografía”.

      Lo que Sontag no anticipó, y Nelson no subraya, es que en estos 50 años el tiempo modificó esas fotos juzgadas y redujo la graduación de su anomalía: hoy son igualmente tristes pero menos excéntricas, menos impactantes, sus protagonistas menos bizarros. Los méritos de Las implacables son otros, y no son pocos. Nelson lee y conecta, coteja y hermana.

      Demasiado encandilada por la redondez de una oración, Sontag perseguía un solo objetivo –ser invariablemente brillante– y muy a menudo lo lograba. Pero a veces ese método la llevaba a montar una especie de sentenciosa autoridad, por medio de frases fuertes que la obligaban a inferir falacias: “Arbus fotografía a gente con diversos grados de inconsciencia en relación a su dolor, su fealdad”. El sufrimiento, la desdicha y sus registros, el autoborramiento (en Arbus, en Weil), la distorsión de la empatía y la compasión (y la autocompasión en Didion) son las materias rendidas por este plantel de primas adoptivas.

      Sontag nunca optó por el camino fácil: hablar bien de fotografía es como pescar el modo de escribir sin escribir. Caminar por fuera del perímetro de un jardín en el que dos hermanas gemelas no hacen nada por esconder sus ojeras (de tanto mirar, de tanto hablar entre ellas en un cuarto oscuro la noche anterior).

      Las implacables, Deborah Nelson. Trad. Teresa Arijón. Monte Hermoso Ediciones, 328 págs.


      Sobre la firma

      Matías Serra Bradford

      mserrabradford@clarin.com

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