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      Nostalgia entre los escombros del ayer

      • Para el académico estadounidense Grafton Tanner, el 11S nos dejó atrapados en un presente nostálgico.
      • Es un tiempo plagado por la ira, la desesperación y el miedo que nos someten.

      Nostalgia entre los escombros del ayerGrafton Tanner

      Como un turista de ruinas, el académico estadounidense Grafton Tanner tiene una fijación con las formas en que los traumas colectivos del pasado determinan la manera en que entendemos el presente y nos posicionamos emocionalmente dentro de él. Si la ubicación de los escombros del ayer condicionan nuestras trayectorias actuales, se puede decir que la fatalidad que marca y connota la filosofía del siglo XXI está ligada a una sensación de pérdida y cambio irremediable, de redireccionamiento sin posibilidad de vuelta atrás. La pregunta que sobrevuela permanentemente Las Horas han Perdido su Reloj es por este presente vacío que, desesperado y sin puntos de apoyo, aspira a significarse una y otra vez en un pasado vuelto juguete irrompible. Por ese costado ingresa la tesis de Tanner, que es, más bien, una pregunta desgarradora: ¿recordamos el mundo anterior a los atentados del 11/S?

      Atentado a las Torres Gemelas. FOTOKURT SONNENFELDAtentado a las Torres Gemelas. FOTOKURT SONNENFELD

      "El día que el mundo cambió para siempre”. Esa expresión utilizó la cadena ABC al emitir un programa especial que repasaba los hitos políticos, económicos y sociales previos a la aniquilación del World Trade Center y el reseteo del orden mundial.

      Para Tanner, los atentados representan un acontecimiento cosmogónico que nos dejó “atrapados” en el presente y nostálgicos por cierta estabilidad que ahora asociamos con un pasado que no deja de reaparecer y multiplicarse a nuestro alrededor. La ira, la desesperación y el miedo que hoy emergen dominantes orientan las subjetividades constantemente hacia atrás, cuando internet no existía y la realidad todavía no se había desmaterializado al extremo de volverse completamente inasible, mortalmente ajena a todos nosotros.

      Ese anhelo por el pasado es la nostalgia, el “nostos” (retorno al hogar) y el “algia” (dolor de la añoranza) que cifraron los griegos como el regreso sufriente (imposible) del desterrado o exiliado física y emocionalmente. La modernidad incorporó el futuro al imaginario popular a través de géneros como la ciencia ficción y la utopía, pero la necesidad de transmitir un orden al pasado sólo podía ser satisfecha por la historia y la arqueología.

      Retomanía

      En la nostalgia se manifiesta esa disrupción en la que el origen se mantiene tan cerca de lo actual que los límites entre épocas desaparecen en una confusa maraña de influencias, rescates, plagios, refritos. Las pandemias contemporáneas de remakes cinematográficas, televisivas y musicales de antiguos hits del pasado son su materia.

      Es la “retromanía” detectada por Simon Reynolds, el “modo nostalgia” que indaga Fredric Jameson, los “fantasmas” que atormentaron la vida trágicamente interrumpida de Mark Fisher.

      “Cuanto más avanzamos hacia el futuro, más fuerte se vuelve la nostalgia”, escribe Grafton Tanner. A fines del siglo XVII, Johanes Hofer, un estudiante de medicina suizo, acuñó el término para referirse a ese anhelo “patológicamente intenso” por la tierra natal. Hoy entendemos la nostalgia como una emoción, pero para Hofer constituía claramente una enfermedad.

      Tanner afirma que aunque hoy sea simultáneamente un tic publicitario y una tara del marketing, la nostalgia se ha vuelto omnipresente porque la mayoría de la gente sufre, arrastra una vida plena de desdichas, y añora un tiempo en el que las cosas no eran así, o al menos no se percibían de esa manera. La vida contemporánea oscurecida por el cambio climático, la permanente crisis económica, los rebrotes de desempleo y la amenaza sanitaria enchastran continuamente el ánimo social con la pintura de guerra del punk: “NO FUTURE”.

      Los nostálgicos quieren regresar a un instante preciso del tiempo: ese que les provoca el intenso sentimiento de pérdida de una realidad mejor a la que habitan. Creen, efectivamente, que “todo tiempo pasado fue mejor”, aún cuando la memoria pueda ser engañosamente selectiva. Ernst Junger supo escribir en sus diarios crepusculares: “La pérdida apenas se percibe, pero solemos darle la bienvenida al tiempo que se siente nostalgia”.

      El ida y vuelta entre la positividad y la negatividad de la nostalgia se resume en las conductas y las prácticas que administra: puede tanto fomentar conductas ventajosas para la sociedad (por ejemplo, a través de la recuperación de ciertos rituales o celebraciones colectivas), pero también alimentar impulsos retrógrados que vemos propagarse hoy a través de los demagogos de izquierda y derecha.

      El romanticismo fatalista y reaccionario de prosistas enormes y geniales como Burke, Carlyle y De Maistre (todos nostálgicos incurables) tiene poco o nada que ver con las incoherencias e inconsistencias discursivas de Jair Bolsonaro o Viktor Orban.

      Grafton Tanner parece parado en la línea de frontera de esa posmodernidad que dio por extinguida la diferencia entre memoria y realidad. Sin embargo, evita caer en el relativismo de afirmar que, al encontrarnos cercados por imágenes prefabricadas, todo vale o viene a significar lo mismo. No está absorbido ni por la economía libidinal de Lyotard ni por el imperio de la simulación de Baudrillard, y su reflexión está guiada por exploraciones sentimentales que no tienen nada que ver con el falso “fin de los grandes relatos”.

      Nunca pierde de vista el problema del dolor humano en el paisaje de aislamiento que las narrativas permanentemente “reiniciadas” del presente potencian algorítmicamente, y nunca renuncia a entender la recombinación de elementos pretéritos como un grito de impotencia de las sociedades contemporáneas.

      Podría decirse que Baudrillard o Jameson también escriben en ese sentido, pero Tanner diagnostica mejor y sin cinismo los mecanismos de la industria cultural para “tomar el control del futuro”. Al entenderla como una gigantesca sucursal dedicada a vender baratijas nostálgicas, la sitúa en un panorama comunicacional desprovisto de imaginación, enfermo de rabia y frustración, sin pensarla exclusivamente como una creadora de estrategias publicitarias.

      La “economía de la atención” que adquirió especial relevancia a partir de la segunda década del siglo XXI, dice Tanner, está llena de “bálsamos” porque concibió el reciclaje cultural como una especie de ansiolítico, y ya no sólo como una pala mecánica puesta a cavar nichos comerciales donde volver a vender lo que ya se ha vendido antes, muchas veces, mejor.

      Las horas han perdido su reloj. Las políticas de la nostalgia. Grafton Tanner. Alpha Decay. Trad.: Albert Fuentes. 288 págs.


      Sobre la firma

      Federico Romani
      Federico Romani

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