Noticias hoy
    En vivo

      Patricia Highsmith, más allá de los siete Martinis

      En sus papeles privados, Highsmith registra sus intentos fallidos de ‘reeducarse’ como heterosexual, mientras continúa con sus gozosas conquistas femeninas. Claves literarias de cómo gestó lo que hoy es la cumbre del thriller psicológico.

      Patricia Highsmith, más allá de los siete MartinisUna foto tomada el 7 de septiembre de 1987.

      Ella odiaba las entrevistas y apariciones públicas como escritora. Sentía que algo se dañaba para siempre al hablar de sí misma y sus libros. Tardaba semanas en recuperarse, “como si hubiera tenido un accidente, sufrido un shock o se hubiera roto unas costillas”. Era famosa por contestar a las preguntas de los periodistas con monosílabos y detestaba “el ruido, el calor, las interrupciones y al prójimo”. Incluso cuando ya era conocida, escribe en su diario diez “reglas de supervivencia” entre las que se destaca: “ten una réplica alegre y amable lista para cualquier detractor.” Nacida en la texana ciudad de Fort Worth, en 1921, Mary Patricia Plangman –tal su nombre– nunca se sintió cómoda en los EE.UU. A los 30 años empezó a vivir entre Nueva York y Europa, hasta radicarse primero en Inglaterra y luego en Francia. A los 59 se fue de ese país porque la policía fiscal había registrado su casa, una invasión intolerable para alguien que vivía como una reclusa. La propiedad que compró en Suiza tenía solo dos ventanas, apenas dos rajas que dejaban pasar algo de luz, otra forma de impedir que se metieran en su mundo privado. En esa mudanza a Locarno siguió entregada a tres de las cuatro pasiones que marcaron su vida: la ficción, el alcohol y los animales (viajaba siempre con sus gatos y sus caracoles, estos últimos a veces iban escondidos en su corpiño para burlar los controles aduaneros). La cuarta pasión —las mujeres— no la había abandonado pero, por primera vez en mucho tiempo, Pat no estaba enamorada. Para ella el amor siempre había sido un asunto peligroso e iluminador, “una intoxicación comparable al primer trago”, equivalente a estar creando un libro, el único estado en el que valía la pena vivir. Pero esa turbulencia no era aconsejable en un momento en que sufría de problemas arteriales, que culminarían con un bypass en una pierna debido a años de tabaquismo.

      Patricia Highsmith en el tren que la llevaba de Lugano a Zurich, 1987.
Foto:  Ulf Andersen / Aurimages. (Photo by Aurimages vía AFP.Patricia Highsmith en el tren que la llevaba de Lugano a Zurich, 1987. Foto: Ulf Andersen / Aurimages. (Photo by Aurimages vía AFP.

      Para entonces ya pensaba en su testamento y había bloqueado varios intentos de escribir su biografía con un argumento irrefutable, que anotó en su diario en noviembre de 1980: “Un artista cuenta su vida en los mosaicos de sus creaciones, dispuestos de cualquier modo. Cuando muere, un autorretrato, del que no tenía idea al comienzo, queda terminado y fijado”.

      Highsmith confiaba en la posteridad y no se equivocó. Sin embargo, a ese autorretrato que componen sus más de veinte novelas, varias colecciones de cuentos y un ensayo sobre el arte narrativo, hasta hace poco le faltaban piezas. Hoy es posible completarlo gracias a la publicación de sus papeles personales. Editados en inglés en 2021 y recién salidos en castellano, en Anagrama, sus Diarios y cuadernos (1941-1995) constan de unas mil doscientas páginas, apenas una selección de los 56 gruesos volúmenes escondidos en un armario de su casa en Suiza y hallados luego de su muerte. Su editora en vida, Anna von Planta, eligió entre las más de 8000 páginas originales y ofrece un prólogo lleno de detalles.

      Como siempre pasa con los grandes escritores, los diarios de Highsmith tejen tantos relatos a la vez que trascienden lo autobiográfico y se convierten en un documento literario y social único en su tipo, sobre todo las páginas que narran sus años de juventud. La historia más obvia que cuentan es la de la chica de Texas criada por una madre terrible, que escribió su primera novela a los 26 años y se convirtió en uno de los escritores sobresalientes de su país. Este uso del masculino no es caprichoso: ella lo hubiera exigido.

      Bruno Ganz y Dennis Hopper en El amigo americano, dirigida por Wim Wenders.Bruno Ganz y Dennis Hopper en El amigo americano, dirigida por Wim Wenders.

      A los 12 años, Highsmith ya sabía que “era un chico en el cuerpo de una chica”. Siempre se percibió como varón y las entradas en su diario — muchas escritas en alemán, español, italiano o francés para proteger su intimidad— dejan registro de ello: “tengo la visión de una casa en el campo con la esposa rubia a la que adoro, con los niños a los que adoro, en la tierra y con los árboles que adoro. Sé que nunca podrá ser así y, sin embargo, es en parte esa incitante medida (de un hombre) lo que me da esperanzas.” O esta otra entrada, 4 años después: “Observación casual. Una chica gay que desde los 12 se identifica con el sexo masculino no se molesta en seguir delgada y ágil cuando alcanza la edad mediana, con las caderas cada vez más anchas y el pecho triple. Y es porque no disfruta de ser una mujer madura, no se enorgullece de formar parte en absoluto del sexo femenino.” Y a una amiga le explica que los hombres le interesan más que las mujeres, aunque “no para acostarse con ellos”. Citas que arrojan luz sobre su Pequeños cuentos misóginos, una colección que publicó primero en alemán en 1975.

      Claro que detrás del éxito literario hay una historia mucho más oscura: la doble vida que la inmensa mayoría de los homosexuales llevaban en los EE.UU. de los años 50. En su época de estudiante en Banard College, Pat había militado en la Liga Comunista y en el Sindicato de Estudiantes (a los veinte dejó constancia con orgullo del día en que, mientras repartía panfletos en la calle, la llamaron “roja” en la cara”). Pero una vez pasada la guerra, el ambiente efervescente de los 40 llegó a su fin y fue reemplazado por el macarthismo: la sospecha de ser homosexual se volvió tan peligrosa como la de ser comunista. Ella llevaba ambas etiquetas encima. Eran años en los que el Servicio Postal podía abrir cualquier correspondencia sospechada de “lascivia”.

      El talentoso Seños Ripley, con Matt Demon, Jude Law y Gwyneth Paltrow, dirigida por Anthony Minghella.El talentoso Seños Ripley, con Matt Demon, Jude Law y Gwyneth Paltrow, dirigida por Anthony Minghella.

      “Están temblando hombres fuertes: temen perder su reputación y su trabajo. Tienen miedo, por lo tanto, no hacen nada”, escribe Pat. Este ambiente opresivo produjo en Highsmith un estado de crisis permanente y varios intentos de convertirse en “material para el matrimonio”, un esfuerzo de adaptación tan sobrehumano que llegó a sentirse al borde de la locura. Para entendernos, hacía listas analíticas de las chicas con las que se acostaba. También se obligaba a tener sexo con varones y a salir casi todas las noches para contrarrestar su tendencia a la soledad. Llevaba un diario porque “temía decir lo que escribía” y para seguir “sus progresos y regresiones”. Para ella, hallar su propia voz, la escritura, lo era todo: “Quien no haya estado nunca sentado en el borde de la cama llorando toda la noche, consciente de la voz sin lengua en su interior, anhelando el tono hermoso, el verso exquisito, la pincelada perfecta, el sabor en la boca que le indique la perfección, no sabe lo que yo sufro ahora y nunca llegará a crear. Pergeñaré mi propia lengua con las cenizas, no se parecerá a la de nadie más. Entonces hablaré, no de grandeza, no de vida, ni de familia ni de amor fraterno; hablaré de la necesidad de otros como yo que no han encontrado sus lenguas, o para quienes quizá nunca haya otra lengua que la mía. El deber es grande y la carga me pesa, pero ese trabajo será la más honda alegría sobre la tierra. No crearé vida, sino verdad como nadie ha visto hasta ahora.” Vale la pena detenerse en un episodio clave en esa lucha por sobrevivir sin renunciar a su identidad sexual. A los veinticinco años, Pat declara que lleva demasiado tiempo torturándose: es hora de ver a un psiquiatra. Intenta sin suerte con un terapeuta que le advierte que su caso de homosexualidad va a “llevar al menos dos años”. Cuando se lo cuenta a Truman Capote, él se burla y le dice que a los 14 años él avisó que le gustaban los chicos y lo dejaron en paz. No es el caso de Pat. No era tan fácil para una chica. En 1948, año muy importante en su vida, pasa el verano en Yaddo, la famosa residencia para artistas, adonde fue recomendada por Capote para alejarse de la ciudad. Es que el dolor “la envía todo el tiempo errante hacia la noche de Nueva York”, donde siempre anda con varias chicas a la vez, pocas horas de sueño y muchísimos tragos encima: mala receta para la concentración (queda registro de una cena con la novelista Jane Bowles –esposa del narrador Paul Bowles–, que incluyó cinco martinis, y el consejo de no planificar antes de escribir).

      Tres semanas en esa colonia de escritores le bastan para terminar Extraños en un tren, la novela que Alfred Hitchcock llevará al cine al año siguiente, en 1951. En Yaddo conoce a Flannery O’Connor y al escritor inglés Marc Brandel, con quien empieza una relación intermitente. Tener sexo con él le resulta insoportable (“tiene el don de no saber lo que quiero”, anota con su humor característico), pero igual acepta su propuesta matrimonial. Piensa que pueden tener un arreglo “como el de Paul y Jane Bowles”.

      Extraños en un tren,  dirigida por  Alfred Hitchcock .Extraños en un tren, dirigida por Alfred Hitchcock .

      Sin embargo, una vez declarado el compromiso, las pesadillas y la angustia continúan, así que en noviembre de ese año, Pat decide volver a terapia, esta vez con una psicóloga, Eva Klein. Como lo que gana escribiendo guiones de cómics no le alcanza para pagarse las sesiones, decide buscar un segundo trabajo. Y es ese detalle insignificante (no la terapia) lo que cambia su vida para siempre: empleada en la sección de juguetes de las tiendas Bloomingdale’s, un día atiende a una mujer rubia vestida con un abrigo de visón. Entre ellas solo ocurren miradas. Pero al llegar a casa, Pat escribe de un tirón la trama completa de El precio de la sal, su segunda novela (reeditada en 1990 como Carol).

      A partir de ese encuentro casual, todos los planes que tenía para sus próximos libros quedan archivados, también la psicóloga y el compromiso con Brandel. Pat se sumerge de tal modo en esa novela que se declara enamorada del personaje que va saliendo en las páginas. Y a la vez se burla: “¿Cómo puedo ser tan feliz con un libro que podría arruinarme?”. Después de discutirlo mucho con su agente, decide publicarlo con un seudónimo. El precio de la sal vendió un millón de copias y las cartas de agradecimiento de los lectores inundaron a su representante: era la primera vez que una historia amor lésbico terminaba bien.

      “Antes de este libro”, escribe Pat en 1990, “los homosexuales, hombres y mujeres, en las novelas americanas tenían que pagar un precio por su desviación cortándose las venas, ahogándose en una piscina, pasándose a la heterosexualidad o sumiéndose en una depresión equivalente al infierno.” Su obsesión con esa historia de amor fue tan fuerte que mientras revisa el manuscrito, más de un año después del encuentro en Bloomingdale’s, rastrea a la mujer del visón, se toma un tren hasta New Jersey y la espía de lejos. No por azar anota que imagina ser un criminal en una novela. “Me sentí muy cerca del asesinato al ver a esa mujer que casi me obligó a quererla. El asesinato es un modo de hacer el amor, una manera de poseer. “¿No es tener la atención, por un momento, del objeto de nuestros afectos?) Detenerla de pronto, mis manos en su cuello (que en realidad me gustaría besar) como si hiciera una fotografía, para dejarla en un instante fría y rígida cual estatua.” La tesis que surge de los diarios es que fue ese encuentro lo que la transformó en la escritora que hoy conocemos: de él nacerán el encantador asesino Tom Ripley y todos sus otros protagonistas. Entrenada durante años en el arte de fingir, Highsmith confiesa su afinidad con locos y criminales, que no le parecían anormales en absoluto. “La lástima que siento por la humanidad es una lástima por los perturbados mentales y por los criminales. (Por eso siempre serán los mejores personajes en cualquier cosa que escriba.) ¿Por la normalidad y la mediocridad? Esos no necesitan ayuda. Me aburren.” Igual que el irlandés Oscar Wilde, uno de sus autores favoritos, sabía que cometer un crimen exigía coraje e imaginación. Ser homosexual en esa época requería de las mismas cualidades. También ser artista.

      Carol de Todd Haynes, protagonizada por Cate Blanchett y Roney Mara.Carol de Todd Haynes, protagonizada por Cate Blanchett y Roney Mara.

      Por supuesto, hay mucho más en los diarios: teorías sobre la escritura, rechazos literarios a montones, amores desastrosos, muchos de ellos convergentes, loas al alcohol y a la belleza femenina, argumentos en defensa del aborto y relámpagos de desopilante misantropía. ¿Cómo no sonreír ante entradas como esta: “Nueva York. Belleza. Hacinamiento. Abres un armario y caen cinco personas. La gente es bella hasta que hay demasiada”.

      Diarios y cuadernos (1941-1995)
Patricia Highsmith.
Editorial Anagrama.Diarios y cuadernos (1941-1995) Patricia Highsmith. Editorial Anagrama.

      Quienes destacan las entradas racistas o misóginas que aparecen de vez en cuando en sus últimos años están mirando de modo muy sesgado este autorretrato tan complejo. La lectura de los diarios es emocionante. Una siente que es casi un privilegio asistir a la lucha de Highsmith contra sus propios demonios y al nacimiento de cada uno de sus libros. Es la lucha de alguien que supo desde muy joven que el amor le costaría demasiado caro y por eso decidió “buscar la vida en la obra, vivir allí, con sus dramas, sus penurias, placeres y gratificaciones”. Sus Diarios y cuadernos son la prueba de hasta qué punto se entregó por completo a ese programa.

      Betina González es escritora, ganó los premios Clarín Novela (2006), por Arte menor y Tusquets (2012), por Las poseídas. En 2021 publicó La obligación de ser genial (Gog & Magog); y Olimpia (Tusquets).



      Sobre la firma

      Betina González
      Betina González

      Escritora

      Bio completa