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      Una maestra rural que dejó su huella educativa tras 32 años de labor

      Obtuvo distinciones internacionales por sus proyectos educativos en el campo. Ya jubilada, recibió el premio Lía Encalada por su labor.

      Una maestra rural que dejó su huella educativa tras 32 años de laborMónica Sainz, la maestra rural y productora pampeana, fue distinguida con el Premio Lía Encalada

      Durante 32 años, Mónica Sainz recorrió cada día, ida y vuelta, los 22 kilómetros que separaban su casa de la escuela hogar de Anzoátegui, en el sudeste de la provincia de La Pampa, para ejercer su tarea de maestra rural.

      Proveniente de familia de productores agropecuarios, siempre vivió en La Adela, una comarca de 3.000 habitantes situada a orillas del Río Colorado, apenas a doscientos metros del puente que cruza a la ciudad homónima en la provincia de Río Negro. Su vocación por la docencia y su interés por la fonoaudiología la llevaron a cursar ambas carreras en Bahía Blanca. “Todos los lunes cuando me iba a estudiar pasaba por la ruta, veía la escuela rural de Anzoátegui y decía: algún día voy a trabajar ahí”, recuerda. Una vez recibida, después de un año de tareas como docente en La Adela, cumplió su deseo.

      Mónica trabajó en la escuela rural hogar N° 186 Fortunato Anzoátegui desde sus 24 años hasta el 2020 cuando se jubiló, justo unas semanas antes del comienzo de la cuarentena que impuso la pandemia de Covid.

      “Fue hermosísimo. Iba y venía todos los días en auto, en grupo con otras maestras. Una vez por semana o cada diez días nos tocaba quedarnos a dormir en la escuela. Durante muchos años tuve primer grado, después también tercero y cuarto”, repasa.

      Mónica con sus alumnos en la escuela rural de Anzoátegui.Mónica con sus alumnos en la escuela rural de Anzoátegui.

      A lo largo de ese recorrido como maestra, Mónica tuvo seis hijos, todos hicieron la primaria en Anzoátegui. “Mis hijos se criaron entre los libros, entre las clases. Salíamos de casa a las 7:30 y volvíamos a la tarde. Cuando me tocaba dormir en la escuela, se quedaban conmigo, felices. Les encantaba la comida de la escuela hogar y ese olorcito inolvidable de la cocina”, relata.

      Los alumnos permanecían en el establecimiento de lunes a viernes, pero hubo épocas económicamente difíciles en que se quedaron quince días. “Los padres dejaban a los nenes, se volvían al campo y los iban a buscar los viernes. Venían con su bolsito y su ropa preparada, traían huevos del campo para hacer tortas, pasaban cosas muy lindas que te quedan grabadas para siempre y te enriquecen. Es una vida muy linda, se crean lazos muy fuertes, es como una familia, todo se comparte, no hay egoísmos”, cuenta con alegría Mónica.

      Treinta años atrás vivía mucha gente en el campo y la escuela tenía gran cantidad de alumnos, llegaron a haber ochenta y cinco. En ese entonces, cada maestro tenía un grado. “La mayor matrícula que yo tuve en un aula fue de doce chicos. Después, con los años, se fueron fusionando primero y segundo, cuarto y quinto, juntos en un mismo aula”, rememora la maestra. Hoy no hay más de diez alumnos en Anzoátegui.

      “La gente se fue a los pueblos o ciudades, antes en el campo vivía el propietario, el empleado, y todos mandaban a sus hijos a la escuela hogar. Eso es lo que más pena te da que pase en las escuelas hogares rurales”, dice con nostalgia.

      “Yo he tenido en el aula a padres e hijos: Julio Corvalán, por ejemplo, fue uno de mis primeros alumnos, después tuve a su hija Maira y a su nieta Uma”, repasa emocionada.

      Amor docente

      Una de las cosas que más disfrutó de su labor como maestra, fueron los proyectos educativos que gestó para llevar a los chicos a recorrer la provincia y aprender en el terreno. “Eso me fascinó, porque no es lo mismo verlo en un libro o en un video, lo que ven en un viaje, el paisaje, los olores, la flora y la fauna, no se lo olvidan en su vida”, dice Mónica. Para poder financiar las excursiones tenían que poner en marcha una cadena de trabajo y favores. “Hacíamos de todo, vendíamos empanadas, hacíamos rifas, la gente siempre fue muy buena, colaboraban, nos ayudaban mucho”, señala agradecida.

      Como anécdota, cuenta una divertida experiencia vivida en un viaje a las sierras de Lihuel Calel. “Con Nelson, el profesor de gimnasia, hicimos el proyecto, planificamos muchas actividades para hacer antes, durante y después del viaje”, relata. Entre ellas, una vinculada con matemática que consistía en que los chicos hagan cuentas con las patentes de los autos o camiones que se cruzaran en la ruta. Todo muy bien pensado, excepto por el hecho de que se trataba de un camino prácticamente desierto por el que no circulaba ni un solo vehículo. “Era llorar de la risa, nadie, no andaba nadie por ahí”, comenta.

      Proyecto distinguido

      En los veranos del sur pampeano suelen producirse incendios forestales a partir de tormentas eléctricas. Uno de ellos ocurrió en diciembre de 2016 y se prolongó hasta enero del año siguiente. “Se quemaron muchas hectáreas y en marzo, cuando los chicos volvieron a la escuela se encontraron todo negro, murieron muchos animales, se quemaron los árboles, fue horrible”, indica Mónica. Por eso, decidió convertir ese hecho triste en una experiencia enriquecedora.

      “Con los chicos empezamos a investigar qué había pasado, hicimos entrevistas, trabajamos con los productores agropecuarios, con los empleados, y ese trabajo de investigación lo presentamos en una feria de ciencias”, detalla. Durante tres años trabajaron en ese proyecto llamado "¿Qué pasó en este lugar?", que tras ser premiado en la Expociytar 2017 de La Pampa, los llevó a presentarse en una competencia en Paraguay, donde obtuvieron el primer premio en la categoría Pandilla Científica. Eso les dio la posibilidad de participar en la Feria de Ciencia, Tecnología e Innovación de Puebla, en México.

      “Viajamos en 2018 con tres alumnos. Fue una experiencia espectacular, conocimos, compartimos con equipos de muchos países”, destaca la maestra.

      El proyecto "¿Qué pasó en este lugar?" fue premiado en Argentina, Paraguay y Mexico.El proyecto "¿Qué pasó en este lugar?" fue premiado en Argentina, Paraguay y Mexico.

      Para recaudar los fondos que les permitieron llegar hasta allá trabajaron mucho y recibieron gran ayuda tanto de la gente de los pueblos como de las asociaciones rurales: “Colaboraron con dinero, nos prestaron valijas, hasta nos llevaron budines para el viaje”, subraya Mónica. “A veces miro para atrás y pienso ¿cómo lo hice? Yo me embalaba e iba para adelante. Y salió todo muy bien. Los chicos se llevaron una experiencia riquísima”, reflexiona.

      Mónica y sus alumnos en la Feria de Ciencias de Paraguay.Mónica y sus alumnos en la Feria de Ciencias de Paraguay.

      Familia campera

      Mónica viene de familia de campo. Sus abuelos maternos y paternos eran productores agropecuarios. Su padre se dedicaba a la actividad ganadera y hace ocho años, cuando falleció, ella, su marido y sus hijos decidieron tomar la posta y hacerse cargo, en conjunto, de la producción.

      “Hacemos cría de Hereford en pastizal natural, acá es zona de monte, zona de Caldenes. Estamos aprendiendo muchas cosas porque nosotros solo ayudábamos a mi papá los fines de semana pero nos dedicábamos a otra cosa, las decisiones las tomaba él”, reconoce. Pero, afortunadamente, en la zona de La Adela, la solidaridad sigue siendo valor corriente. “Tuvimos la suerte de que todos los vecinos nos conocen y cuando empezamos nos ayudaron mucho, nos orientaban sobre qué hacer, cuándo vender a los animales. Estamos contentos”, valora Mónica.

      Trabajo de equipo: Mónica y su marido en el campo de La Pampa.Trabajo de equipo: Mónica y su marido en el campo de La Pampa.

      En el campo no hay distinción de género. “Yo hago de todo sin problema, me meto en los corrales como lo hacía mi mamá, separo terneros, encierro las vacas, todo”, cuenta. Nada nuevo en su historia familiar aunque, como en otros casos, quizás poco o nada conocido. “Mi abuela tuvo trece hijos que en su mayoría nacieron en el campo. Tenían 3.000 ovejas y mis tías bañaban a los animales a la par de mis tíos en esas bateas grandes, esquilaban, trabajaban muchísimo”, relata. “Pasa que antes se decía: es el campo de Gerónimo Sainz, se ponía el nombre del hombre a la empresa, no se visibilizaba la labor de la mujer; ahora no, ahora es el campo de Mónica Sainz, somos muchas las mujeres que estamos al frente del campo”, destaca orgullosa.

      Encuentro de capacitación de productores con INTA La Pampa.Encuentro de capacitación de productores con INTA La Pampa.

      En su región, la participación femenina en las actividades rurales es muy activa. “Somos varias las mujeres que nos juntamos en la Asociación Rural del Sur Pampeano, nos reunimos en los campos, hacemos capacitaciones, organizamos charlas, somos participativas. Y te respetan mucho, no tenemos problema”, sostiene la productora.

      El camino de la pasión

      Mónica se jubiló el 1 de febrero de 2020, pocas semanas antes de que comenzara la cuarentena en Argentina. “Muchos me dicen ¡qué sacrificio! cuando conocen mi historia. Pero no es sacrificio si te gusta hacerlo. Yo tuve la bendición de hacer lo que me apasionaba, yo pude elegir”, destaca la docente.

      “Siempre les dije a mis alumnos y a mis hijos: en la vida, en la medida de lo posible, hay que hacer lo que a uno le gusta, trabajar de lo que te gusta, estudiar lo que te gusta”, expresa.

      En La Adela, zona de monte y caldenes, donde vivió toda su vida.En La Adela, zona de monte y caldenes, donde vivió toda su vida.

      Ya retirada de las tareas escolares, abocada completamente a la producción agropecuaria y estrenando su rol de abuela con su pequeña nieta de dos meses, Mónica fue distinguida con el premio Lía Encalada por su labor como mujer rural. “Estoy muy agradecida por el premio que recibí pero hay mujeres que se sacrifican mucho más en el campo”, dice. Y asegura que si tuviera que volver atrás, transitaría exactamente el mismo recorrido de su vida. “Fui muy feliz”, afirma.


      Sobre la firma

      Kitty Vaquero

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