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      El trigo escribe su historia

      Comienza una campaña rodeada de dificultades pero también de oportunidades. Y la cadena está madura para ir por más.

      El trigo escribe su historiaTrigo Don Mario.

      No te voy a mentir: es difícil abstraerse de tanta crispación. Pero ya me conocés. Soy optimista serial y sé que en el fondo de la caja de Pandora, que alguien abrió en estas pampas, anida la Esperanza.

      Agricultura es esperanza. El milagro de la multiplicación de los panes nunca fue magia. Desde aquellas 50 semillas que trajo Gaboto y se sembraron en el Fuerte Sancti Spiritu, en la desembocadura del Carcarañá, primer asentamiento español en el "futuro territorio argentino". El relato cuenta que de esas 50 semillas se obtuvieron 250 granos (5 a 1), lo que demostraba la fertilidad natural de estas tierras. Era lo que había, genética, naturaleza y sapiencia marinera.

      Hoy, una semilla de trigo da un promedio de tres macollos, coronados por tres espigas con 50 granos cada una. Total, 150 granos. De 5 a 150 ¡es la agronomía, estúpido! Diría Clinton. Y en esta historia de la tecnología hubo varios hitos y héroes. Te voy a contar algunos de ellos.

      Me inicié en estas páginas hace exactamente 50 años, en 1972. Fue un año muy especial, porque el mundo agrícola se sacudía con “El gran robo de granos”. En plena guerra fría, los rusos habían comprado subrepticiamente 10 millones de toneladas de trigo norteamericano. La agricultura era el talón de Aquiles de la economía soviética, tras el fracaso de la estatización de las tierras. Las fértiles llanuras aledañas al Mar Negro habían sido históricamente la canasta de alimentos del mundo, pero el experimento socialista terminó en un desastre.

      Cuando el mercado tomó conciencia de que los líderes de la ex URSS se habían comprado la mayor parte del trigo disponible para exportar, los precios se fueron a las nubes. El momento era excitante. Las teletipos del diario explotaban y aquellos recordados hombres de azul me traían las bandejas con hojas y hojas de cables de las agencias de noticias. El trigo era el principal grano del mundo y era sinónimo de seguridad alimentaria.

      Tanto, que un año antes se le había otorgado el Premio Nóbel de la Paz a Norman Borlaug, artífice de la Revolución Verde. Borlaug había desarrollado cultivares de trigo capaces de responder a altas dosis de fertilizantes, lo que significaba mayores rendimientos. Antes, la limitante era la altura de las plantas: cuando se las fertilizaba, se “iban en vicio” y se volcaban.

      Lo que hizo fue introducir una línea enana japonesa, denominada Norin 10, a la que cruzó con variedades mejicanas. Estos trigos mejicanos llegaron a la Argentina y los tomó un hijo dilecto de Norman, el ingeniero Rogelio Fogante, discípulo del indispensable Walter Kugler en el INTA de Marcos Juárez. En uno de mis primeros viajes desde que entré a Clarín Rural, en el mismo año 1972, Rogelio me hizo recorrer sus miles de parcelas. La avanzada era el Marcos Juárez INTA, fruto del cruzamiento del entonces líder del mercado, el Klein Rendidor, por una línea mejicana. Klein, fundada en 1919, se repartía por entonces el mercado con Buck, otro ingeniero agrónomo alemán, que dominaba en el sudeste.

      En pocos años, los trigos “mejicanos” se ganaron su espacio. Buck y Klein los incorporaron. Y hasta llegaron nuevos actores, como Dekalb, Northrup King y Cargill, que en su país de origen (EEUU) no tenían programas de mejoramiento de trigo. El gran Ramón Agrasar, que armó Dekalb en la Argentina después de su intento de impulsar la soja (desde Agrosoja), creó dos variedades llamadas a hacer mucho ruido: Lapacho y Tala.

      Pero en 1974 la Junta Nacional de Granos, que tenía el monopolio de la compra de granos, salió a vender como semilla lo que se había acopiado como grano. Una expropiación lisa y llana, en nombre de la necesidad de incrementar la siembra. Agrasar canceló el programa.

      Cargill, bajo la batuta del siempre vigente Néstor Machado (hoy en Klein) se quería poner a cubierto de estas atrocidades (como el abuso del “uso propio”) desarrollando trigos híbridos, que se protegen solitos porque no se pueden copiar. Lograron enormes avances, pero la compañía saldría del negocio de la semilla y el tema quedó allí.

      Mientras tanto, los rindes del trigo habían pegado un salto importante. Hasta los 70, venían aumentando a un ritmo de 10/12 kilos por hectárea y por año. Desde la introducción de los mejicanos, crecieron a razón de 36 kg/ha/año. Y era todo genética, ya que no se fertilizaban (los números no daban bien, salvo para dosis homeopáticas de fosfato diamónico) y el manejo no difería de lo que se venía haciendo desde principios de siglo.

      A fines de los 80, el rendimiento medio del trigo en la Argentina estaba en los 18 qq/ha. En mi primer viaje a la Semana Internacional de la Agricultura de París, me enteré que en Francia existía el “Club de los 100 Quintales”. Lo integraban quienes superaban ese umbral. Una enorme brecha con la Argentina, donde los líderes celebraban cuando “cantaban las cuarenta” en el tute triguero.

      Recuerdo que al volver de París conté esto en una reunión del CREA Pringles 1, líder en trigo. Gran revuelo y debate. Había que cerrar la brecha. Pero pasaron varios años hasta que otros dos grandes vieran la oportunidad de traer genética francesa y agregar un capítulo nuevo a la historia del trigo. Fueron Francisco Firpo y Eduardo Leguizamón, que desde Nidera con su naciente criadero de semillas introdujeron la generación Baguette. En un par de años, Baguette 10 pasó a ocupar el liderazgo en todas las regiones trigueras argentinas. Ahora sí, acompañado por nuevas tecnologías, como la fertilización y el control químico de enfermedades.

      Así como los trigos mejicanos se generalizaron en pocos años, la genética francesa se incorporó a todos los planes de mejoramiento. Fue un salto cualitativo. Y dentro de él, hubo un nuevo respingo, hace 5 o 6 años, con la llegada de líneas como el Algarrobo, de Florimond Desprèz, que establecieron un nuevo piso.

      Y la historia continúa. La semana pasada, Australia y Nueva Zelanda aprobaron el trigo HB4 (tolerancia a la sequía, desarrollado por Bioceres, con la colaboración de la propia Florimond Desprèz) dando un paso decisivo para su liberación comercial.

      El trigo está, nuevamente, en un momento especial. La invasión de Rusia a Ucrania no debe verse como una oportunidad, sino como una cuestión de responsabilidad social a nivel global. El mundo está en vilo, se ha puesto en juego la seguridad alimentaria, en particular en los países pobres de Africa, absolutamente dependientes del trigo del Mar Negro. Por eso los precios han duplicado su valor, como sucedió con el Gran Robo de Granos de 1972.

      No está fácil la cosa. Los fertilizantes también se fueron a las nubes y la ecuación es muy finita. El ministro Julián Domínguez le ha pedido al Banco Central que largue los dólares que necesitan los importadores para abastecer al mercado. Profértil necesita que no le cierren la canilla del gas. Es difícil poner los patitos en fila. Pero la historia dice que el trigo siempre fue para adelante.


      Sobre la firma

      Héctor Huergo
      Héctor Huergo

      hhuergo@clarin.com

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