El principal enemigo que identificamos los padres en la batalla contra las caries son las golosinas. Luchamos para que nuestros hijos no coman caramelos, dejen de empecinarse en masticar chupetines y entiendan que se puede vivir sin un chicle globo en la boca. Sin embargo, hay otros enemigos peligrosos que nosotros mismos les dejamos servidos. Hagamos una autocrítica. ¿Quién no recurrió a un chupete con azúcar o una mamadera con juguito para calmar a un bebé indomable? ¿Algún padre tiene la fórmula para resistir los embates del marketing y no sucumbir a los alimentos súper azucarados con los personajes del momento? ¿Tenemos todos la constancia de insistir con el cepillado de dientes reglamentario?
Newsletter Clarín