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      El Palacio Duhau por dentro

      Redacción Clarín

      Si a uno lo hicieran entrar sin ver el frente creería que está en el más miserable de los conventillos. Paredes descascaradas, cajas desparramadas de gamexane, ventanas rotas tapadas con bolsas de residuos, techos repletos de hongos, pisos de madera que piden a gritos al menos una mano de cera. Así es: el Palacio Duhau, una de las mansiones más imponentes de Buenos Aires, sólo se ve espléndido desde afuera. Adentro luce arruinado.

      Clarín recorrió ayer gran parte del palacete, de 1.500 metros cubiertos. Aún no se hizo un solo trabajo de restauración. Las obras, que fueron paralizadas, hasta ahora se habían limitado a la parte de atrás de la mansión, que da a Posadas. En ese sector se pretende construir el cinco estrellas. Y, desde el lobby y según el proyecto, se podría acceder al Palacio Duhau. Allí se ven un par de máquinas pesadas, restos de escombros, la parte del tronco de una tipa cortada, tres palmeras —se prevé trasplantarlas y llevarlas al Parque Rivadavia—, ramas y hojas secas. Esa parte de la propiedad era una entrada de coches. Después se transformó en un potrero. "Se usaba como una canchita de fútbol", explican en la empresa El Rosario. Entre ese baldío y la mansión hay un jardín. Quedan una tipa, un terreno de tréboles y una escalera.

      Ni desde el terreno donde se planea edificar el hotel ni desde el jardín se puede violar con la mirada un milímetro de la intimidad de la Nunciatura. Desde los catorce pisos del hotel sí se podría, pero tanto como desde cualquiera de los balcones de los edificios que están sobre la calle Montevideo.

      Nadie parece saber en cuántos ambientes se divide la mansión. Hay decenas de baños, cocinas con mesadas del tamaño de una cancha de tenis, dormitorios y vestidores. Hace más de diez años que todo se está viniendo abajo.