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      Los vecinos salen a enfrentar el fuego para proteger sus casas

      Aún hay 6 focos activos. Están en áreas de difícil acceso, donde la gente tenía la orden de evacuar. Muchos se negaron por miedo a perderlo todo. Y ahora combaten las llamas con métodos caseros.

      Los vecinos salen a enfrentar el fuego para proteger sus casasCLAIMA20130913_0057 FOTOS: DANIEL CACERES Sin descanso. Cada día los Bustos combaten con sus vecinos el avance del fuego. “Con trapos mojados, apagamos 2 kilómetros”, dicen./FOTOS: DANIEL CACERES
      Redacción Clarín

      Acá, las piñas de los pinos prendidas fuego salieron disparadas, como granadas de mano, cuando la resina hizo explotar a los árboles. Y los cientos de miles de pinos muertos que estaban tirados desde el último temporal, hace casi un año, aportaron lo que faltaba para que el fuego se desbocara. Acá, pasando el paraje El Durazno, en el Valle de Calamuchita, las sierras son tan altas y el camino tan inaccesible que los bomberos pudieron hacer poco: que se fueran antes de que el fuego los emboscara, eso le dijeron a los vecinos. Pero ellos –los baqueanos y los dueños de las casas bonitas de veraneo–, se negaron a evacuarse y a dejar que las llamas se comieran todo: primero el monte, después sus casas. Y ahí siguen, peleando con armas caseras contra el fuego que todavía nadie puede apagar.

      En Córdoba, bajó la temperatura (ayer amaneció con 13 grados, contra los 41 del martes), ya se controlaron el 70% de los focos de incendio, y en esas zonas las sierras parecen ahora tapizadas de brea. Entre los seis focos que siguen activos, los del Pinar de los Ríos, El Durazno y Carahuasi –todos en Calamuchita– eran ayer los más complicados, explicó Edgardo Mensegue, jefe de bomberos de Villa General Belgrano. Están en lugares difíciles de acceder, donde los bomberos “del llano”, que llegan con una manguera corta pegada a un camión, no pueden hacer nada. “Pinar de los Ríos es una sierra alta y un bombero agotado y sin entrenamiento en montaña se apuna, no soporta los 30 litros de agua que lleva en la mochila y la segunda vez que tiene que bajar a cargar agua al arroyo no puede subir más”, dice René Oliva, de 66 años, dueño de una casa de fin de semana a pocos kilómetros. “Por eso mismo: acá, si no hubiera sido por los vecinos que se quedaron se prende fuego todo el pueblo ”.

      René, personal trainer, y su hijo Gastón se vinieron el lunes a defender a este paraje precioso, su lugar en el mundo, algo así como la Cariló de Pinamar. “Sólo los baqueanos lo estaban combatiendo”, dice Gastón. ¿Con qué? “Dando chicotazos al fuego con los buzos, con lonjas de cuero, con ramas de pino verdes”, dice Walter Escalante, un baqueano que –dice el resto– no duerme desde el lunes. “Y para buscar agua bajábamos 500 metros hasta el arroyo, cargábamos baldes e íbamos haciendo pasamanos entre los vecinos hasta llegar al fuego”. Muchos otros ayudaron a entrar entre las piedras en motos y cuatriciclos y llevaron motosierras para abrir camino entre las zarzamoras. Acá, los aviones hidrantes pasaron recién tres días después de iniciado el fuego. Era tarde.

      A los bomberos les bajaron una orden: “salvar vidas”. Por eso les pedían a los vecinos que se evacuaran, aunque corrieran el riesgo de que se les quemara todo. Eso fue lo que les dijeron a los hermanos Bustos –Jorge, Alfredo y Roberto–, nacidos en El Durazno. “A muchos los sacaban de las casas llorando. Imaginate irte y ver que el fuego se lleva tu casa, tus animales y nadie hace nada”, dice Jorge. Tampoco, por seguridad, los dejaron hacer contrafuegos, aunque la mayoría de los vecinos –que conoce el terreno y los vientos más que nadie– los hizo igual. Así se logró que el fuego creado ahogara al que avanzaba hacia el pueblo. “Nos gritaban que nos fuéramos pero nos quedamos, le dimos con trapos mojados; así apagamos más de dos kilómetros y evitamos que se quemaran las casas”, dice Alfredo. En otras zonas, como en La Granja, los vecinos llevaron sus jeans viejos, los cortaron y los ataron con alambres a algún palo. Con eso castigaban al fuego.

      Todos sabían que el viento podía rotar de repente y envolverlos en fuego, que las llamas podían quemar los pinos desde abajo y voltear un árbol de media tonelada en segundos. Eso fue lo que le pasó el miércoles en Carahuasi a Luis Gigena, el dueño de dos pizzerías, el último de los 5 heridos que dejó el incendio. Entró con otros vecinos a una zona desconocida para los bomberos y se metió dentro del pinar con una mochila cargada con tres botellas de agua. El fuego estaba quemando por debajo, y un pino se le desplomó sobre la cabeza. Pasó por un paro cardíaco, una neurocirugía de seis horas y sigue en coma inducido. Y allá, en Carahuasi, los vecinos que combatían con él siguen luchando contra el fuego para defender su lugar, aún sabiendo que quedarse o irse puede ser la sutil diferencia entre la vida y la muerte.


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